José María de Cossío: toda una época

26 octubre 1977



La casona de Tudanca, dibujo de Julio Sanz Saiz, 1987

  Ha muerto José María de Cossío. La noticia no nos ha cogido de sorpresa porque sabíamos que desde hace ya unos años, el ilustre escritor montañés pasaba por un declive de salud que nada bueno presagiaba. La crisis concluyó el lunes pasado con el triste desenlace del que ya se ha ocupado la prensa. Para nosotros, los montañeses, el hecho adquiere un particular interés, porque la muerte de Cossío representa la desaparición de uno de nuestros grandes en el panorama de la literatura nacional. De lleno encajable en la generación del 27, Cossío fue el nexo humano de sus principales representantes, porque la amistad, que brotaba de él naturalmente sirvió de acogimiento a todos ellos. Excelente conversador, vitalista y simpático, José María de Cossío congenió con todos ellos, al margen de toda dirección ideológica. Enormemente humano, culto y progresista, tuvo a la literatura como engarce de todo tipo de pensamientos, y los escritores y poetas contemporáneos acudían a él porque, con su erudición y su amplitud de miras, el escritor montañés era una especie de neutralismo donde sólo el afecto y la vocación literaria tenían asiento. Gran erudito y conocedor como nadie de las corrientes diversas de las letras hispánicas, fue –y ha sido hasta su muerte- una especie de “padrino” de las novedades que el ingenio de sus contemporáneos iba despertando. Amigo de todos –García Lorca, Alberti, Gerardo Diego, etc.- conectó también con los representantes de la generación del 98. Muchos de ellos, entre los cuales Unamuno, fueron acogidos en ese cenáculo privilegiado de la literatura española que fue la casona de Tudanca. De la mayor parte recibió primicias autógrafas de sus escritos, y una de las riquezas mayores de su biblioteca, creada en las soledades de su pueblo del valle del Nansa, fue precisamente estos escritos directos, manuscritos, de las grandes figuras con quien le tocó convivir. Su pasión fue la lectura, el análisis y el estudio de nuestra literatura, a la que dedicó toda su vida, llegándola a conocer no sólo en la medida de lo erudito sino en la profundidad más incitante de los valores creacionales. Conocedor como nadie de la fiesta nacional, compuso los clásicos y definitivos volúmenes sobre la tauromaquia y su historia, con la amenidad y la sabiduría del hombre que supo calar en el ser del pueblo, que sintió a éste y fue casi una pieza más, aunque excepcional, de ese mismo pueblo. La Montaña, su tierra, debe a José María de Cossío un homenaje de gratitud por su categoría humana y porque nunca se desgajó de este paisaje que desde generaciones llevaba consigo. Su apellido, enraízado en los árboles genealógicos de Cantabria, es prueba de su vieja raigambre montañesa a la que siempre hizo honor y de la que jamás quiso estar separado mucho tiempo. Como colofón de su vida, dejó a la provincia su importante biblioteca, labor continuada y tenaz de su vocación. Descanse en paz, este montañés de pro, José María de Cossío, y que su espíritu siga envolviendo ese rincón apacible y querido de Tudanca en donde, en vida, el ilustre escritor se llenó –y llenó a muchas de las grandes figuras de su época- del encanto de una tierra a la que él también entregó parte de sus emociones.


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