Prólogo

  Al principio de este libro, García Guinea recuerda que, hace ahora 35 años, quien esto escribe, director durante diez años de RNE en Cantabria, le llamó para colaborar en “Varia Cultural”. Este fue uno de los programas –que luego terminaron por la reducción de las horas de programación regional- que aquí realizábamos, como los dedicados a la agricultura y la ganadería, la pesca y el folklore montañés, entre otros, además de los diarios hablados locales. Desde 1975 a 1978, este programa semanal de “brochazos dirigidos al pueblo llano”, como le llama García Guinea, cumplió una misión importante, como se esperaba de la personalidad, de la sinceridad y del nivel cultural de su autor.

  Algunos de estos espacios tienen, gracias a este libro, un interés permanente, que recuerda a los artículos que escribió José del Río Sainz con el seudónimo de “Pick” bajo el título general de “Aire de la calle”. Otros, lógicamente, se referían a asuntos de interés pasajero, pero la mayoría tienen validez actual, subrayada por los comentarios del autor, comparando lo que antes escribió con la realidad de 2010. Son temas muy variados que podemos clasificar en varios apartados.

  Primero, los de interés cultural comenzando por la Universidad de Cantabria, a la que se dedica el primero de estos artículos, y a la que luego sigue en su crecimiento, demasiado lento para gusto del autor. Pero no se detiene García Guinea en la crónica puntual de lo cultural, sino que apunta esbozos de ensayos filosóficos como los titulados “Cultura y educación”, “Cultura y moral”, “Religión y cultura”, y otros muchos sobre el mismo tema predilecto del autor. García Guinea ve el desplome de pilares fundamentales como la pérdida de los ideales o la liquidación oficial de la cultura clásica en los programas de la enseñanza media: “Latín y Arte ¿fuera?” se titula uno de estos artículos. Y lo mismo podía decirse de la Historia, esa información fundamental sobre nuestro pasado, que tanto molesta a los partidarios de la “deconstrucción de España”, y que culmina en la funesta Educación para la Ciudadanía.
 
  Dentro de esta área, podemos incluir otros referidos a la educación general, o más bien a la falta de educación –“La imprescindible educación” se titula uno de estos artículos- que entonces comenzaba a desbordarse con el pretexto de la democratización de la sociedad española, recordando lo que avisó Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”. Pues es evidente que, por encima de la falta de educación, nos amenaza siempre la chabacanería, es decir, la ordinariez prepotente y satisfecha de sí misma, sobre todo cuando está respaldada por un dinero más o menos reciente y de origen más o menos dudoso.

  Lejos de la tentación del misoneísmo –el odio de todo lo nuevo por el hecho de serlo, excepto de los nuevos “molinos de viento”, que ataca cual nuevo Don Quijote- García Guinea critica aquello que representa el olvido calculado de ciertas realidades y el elogio de algunas novedades, que no son buenas sólo por el hecho ser nuevas. Por ello no vacila en recordar las realidades positivas del antiguo régimen, que dio paso a la Transición en 1975, en el artículo “Franco entra en la Historia”, con motivo de la muerte del que púdicamente se llamaba entonces “el anterior Jefe del Estado”.

  Este se convirtió en el chivo expiatorio de los que le acusan de todos los males –unos por rencor y en otros por miedo a que se diga de ellos, como de San Pedro: “tú estabas con él”- mientras glorifican a otros personajes de siniestra memoria. Con el mismo derecho que los palmeros de aquellos, y con más respeto a la verdad histórica, García Guinea se atrevió a defender las luces, ya que no las sombras, del antiguo régimen dictatorial en ese artículo y en otro titulado “La labor indiscutible de la Sección Femenina” cuya tesis no ofrece lugar a dudas.

  Y es que García Guinea es esencialmente un hombre honrado, sincero y coherente con sus ideas, lo cual puede ser peligroso, sobre todo para él mismo, porque su valía profesional y académica –ahí están sus grandes obras sobre el arte románico en Cantabria y en Palencia- no ha sido bastante reconocida en su tierra por los motivos expuestos. Sin embargo, su sinceridad es un raro valor, sobre todo en una época, como la nuestra, de posturas forzadas, propias del paso de una dictadura a un sistema que aspira a ser democrático. A ello dedicó artículos como “El fingimiento”, “Sobre la dignidad” y “Calumnia, que algo queda”.

  Otro apartado de este libro es el de la defensa de las tradiciones de La Montaña, nombre clásico de esta tierra, que defiende con vigor de comarcano del Alto Ebro, de ese Campoo relicario de tanta historia inicial de España. “La cultura, escribe García Guinea, lleva dentro de su propia definición la necesidad de transmisión y conservación” Y como escribe en otra parte “Cultura es libertad y respeto al individuo”. Esto es algo que revela en el autor, tan radical a veces, un espíritu ilustrado y liberal, que sigue siendo -cuando falta un año para que se cumplan dos siglos de la primera Constitución española, la de Cádiz, la “Pepa”- la aspiración de los mejores españoles, desde Jovellanos para acá.

  A ese tradicionalismo liberal -que no es paradoja, sino realidad- apuntan aquí los capítulos donde se repite la palabra viejo: “Respetar lo viejo”, “Los viejos artesanos” y “¿Qué sabemos del viejo Santander?”, nuestra capital, que también evoca a propósito de una guía del abajo firmante. Menos urbano que amante de la naturaleza, en Miguel Ángel aflora su profundo ser en esa prosa poética de flores y árboles, de amaneceres y ocasos al aire libre, en su original personalidad, forjada en tantas correrías románicas y excavaciones arqueológicas, bajo el calor del verano y entre los fríos del invierno. Sus raíces, nunca desmentidas, están en esa hermosa “Tierra Media” campurriana –¡salve Tolkien¡- de la que es comarcano, además de que su refugio secreto esté en un bellísimo repliegue del Alto Ebro.

  Allí nació Castilla, y a ello responde también el castellanismo de García Guinea, que opone al regionalismo cántabro –no contrastado por ningún referéndum popular- la histórica y nunca desmentida, hasta el presente, vinculación con Castilla. Mucho antes de que el Estado de las autonomías la devaluase a simple región -de la que se desgajaron Cantabria y La Rioja, ambas fronterizas del País Vasco- Castilla fue un imperio universal cuya bandera cuartelada de castillos y leones ondeaba por todo el Mundo. Pero los políticos nacionales de la Transición no sabían Historia ni Geografía, y los regionales tampoco, pero conocían la gramática parda del interés personal: “Hombres, más que política” proclama un capítulo. Por todo ello, nuestro autor es contrario a la autonomía uniprovincial cuyos beneficios, salvo para los beneficiarios directos, son por lo menos dudosos, como vemos a diario.

  Para terminar, recordemos algunos de los artículos dedicados a hombres y mujeres de la Montaña, así como a algunos de sus más famosos monumentos, con predilección, en ambos casos por los campurrianos. De aquellos, desde Lin el Airoso y el P. Niceas, a otros de distintas comarcas -Leonardo Torres Quevedo, José María de Cossío, el P. Carballo, Manuel Llano- y distintas provincias, pero vinculadas a esta, como el historiador del Arte Gaya Nuño, y el gran novelista canario Pérez Galdós, de larga residencia en Santander, que casi nada recuerda, excepto el nombre de su residencia, San Quintín. De los monumentos, además de Altamira y Santillana del Mar, la santoñesa Santa María del Puerto y una miríada de iglesias románicas del Alto Ebro y el castillo de Argüeso.

  He aquí un resumen de este libro y un atisbo de la personalidad de su autor, al que su eterna juventud, pese a sus años, desmiente ese aparente escepticismo suyo sobre el ser humano y sus errores. Miguel Ángel García Guinea es, en el fondo, un optimista, que cree en ese diario renovarse, de empezar una nueva vida cada mañana, como el sol que amanece cada día, como los niños que nacen trayendo una nueva esperanza y una nueva ilusión, confiando en que hagan al Mundo un poco mejor.

FRANCISCO IGNACIO DE CÁCERES

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