04 octubre 1978
Dentro de muy pocos días concluirá, en el puerto de Santander, la expedición oceánica del montañés Vital Alsar, que quiere así cerrar, con broche de oro, una aventura digna de todo elogio y valoración, precisamente en las costas de su tierra natal; tierra ésta, la de Cantabria, que nunca se ha distinguido precisamente por el aprecio y el ánimo que ha dado a quienes, de una manera o de otra, se salían de ese bienestar cachazudo producido por una vida, por demás provinciana y anodina, que pocas veces ha visto un poco más allá de sus narices. No ha sido, pues, nuestra provincia y sus hombres, fuente de aliento y de apoyo a ninguna empresa con visos de anormalidad, en la buena acepción de esta palabra. Todo, por aquí, suele discurrir entre los cauces del sentido ramplón más estricto, y ya sabemos que todo lo que se encauza, no por ánimo de orden sino por dejadez apática, representa la permanencia inalterable del abandono. Abrir vías nuevas, perspectivas originales, no ha sido, pues, característica distintiva de nuestra sociedad, que casi siempre se ha conformado con una medianía más en la línea de la vulgaridad, que en la del descubrimiento de nuevos horizontes.
El viaje de Vital Alsar representa, en esta invariable monotonía, una ventana abierta hacia las cosas no comunes, y viene a señalar una esperanza en el aspecto de las grandes iniciativas humanas, realizada ésta por un montañés. Sólo, pues, plácemes merece, porque, con su aventura, Vital Alsar produce un choque y una ruptura en la viga bien recia y dura del inmovilismo espiritual a que estamos acostumbrados. No sabemos cuál será la reacción del pueblo santanderino, cuando las naves del marino montañés atraquen en nuestro puerto. Posiblemente, las vean llegar dentro de una apatía ya consustancial, o quizás -¡ojalá sea así!- al ver de arribada las muestras palpables y materiales de una empresa llena de fe y de ilusión, los corazones fríos de los montañeses despierten de su letargo rememorando, ante su vista, otros ya lejanos designios, cuando la marina de Castilla, construida con los troncos de nuestros bosques, representó la mayor fuerza naval de España en aquellos primeros años de la Baja Edad Media. Navegantes fuimos, al arrimo de estas costas cantábricas por donde Castilla expulsaba hacia Europa y hacia América los excedentes de almas emprendedoras que aquí hubiesen alicaído en sus empeños; navegantes somos, todavía, cuando podemos presentar, a estas alturas del siglo XX, un hombre que se ha atrevido, pese a múltiples inconvenientes, a soportar en condiciones primitivas las acometidas y los peligros de los mares. Nada es insensato cuando se tiene un ideal que cumplir, por muy absurdo que, a mentes demasiado establecidas, pueda parecer lanzarse sin más a finalidades improductivas. Sólo los soñadores pueden decir algo nuevo, en este mundo excesivamente apático y narcotizado de vulgaridades. Estas “locuras”, que parece no llevan a ningún sitio, son las únicas que nos salvan y nos demuestran que aún, el ser humano es capaz de acciones y reacciones extrañas que se salen de los marcos preestablecidos. ¡Pobres de nosotros si llegase el día en que poetas y quiméricos faltasen, porque entonces habríamos perdido los únicos ojos que todavía atrapan las distancias y nuestro mundo acabaría por empequeñecer de tal manera sus aspiraciones, que ya ni podríamos comprender por qué y para qué vivimos!
Muchos Vital Alsar necesitaríamos, no sólo en el área inconmensurable de los mares reales, sino en el de esos otros mares que nos envuelven. Un Vital Alsar de la cultura; otro del amor y de la fe; otro de la convivencia y del respeto, y otros muchos Vital Alsar para “vitalizar” tantas cosas que se nos mueren de bastedad y desaliño, de insustancialidad y de falta de imaginación, de pobreza de espíritu, en una palabra. Como Erasmo, habríamos de hacer el elogio de la locura, en una sociedad a la que sobran cuerdos, cuerdos positivistas, que sólo saben medir con reglas y contar con números, cuando en el ser del hombre existen todavía, y existirán siempre, distancias que sólo podrán evaluarse con los ojos del anhelo, de la emoción o de la esperanza.
Vital Alsar nos trae en sus viejos tablones, a los que en el largo recorrido se habrán adherido algas y mariscos, un poco de aliento y de fe de lo que casi creíamos muerto. Tan sólo por esta resurrección que nos aporta, es digno nuestro ilustre navegante, de recibir un agitado mar de pañuelos, cuando sus naves cierren y clausuren su larga andadura al surcar lentamente las aguas de nuestra bahía. ¡Bienvenido el santanderino que, con su viaje, no sólo rememora nuestra historia marinera, sino que abre vías de meditación a una época que se resiste, cada vez más, a admirar las cosas y los hechos admirables!
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