10 mayo 1978
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Ilustración G. Guinea |
Estos valles –casi mejor montañas bravías de huesuda caliza- del Sureste de nuestra provincia, allí por donde abren sus cursos, muy dificultosamente, dos ríos a cual más bellos: el Asón y el Gándara; estos valles –digo- de Arredondo, Soba y Ramales, son, sin discusión alguna, uno de los rincones más atractivos y más categóricamente peculiares de nuestra provincia. Sin ellos, Santander perdería gran parte de sus alicientes más resaltados. Si algo hay en ellos de común, con ser los tres bien diversos, es esa combinación de roca blanca, espuma de torrente y tranquilidad poco turbada. Todavía es posible, en cualquiera de ellos, a nada que se aparte uno de los centros poblados, hallar inmensos terrenos solitarios, tanto si lentamente nos vamos a ascender a sus montañas agresivas, como si nos perdemos en las bajas vegas arboladas. Tan sólo de Burgos, les separa una barrera fácilmente salvable que tiene sus portillos o puertos más utilizados por la Sía y los Tornos, desde muy antiguo vías abiertas hacia las tierras de la nobilísima Castilla la Vieja. La historia nos dice que, de estos valles montañeses debieron de salir gran cantidad de hombres libres y colonos que, en el siglo VIII se atrevieron a cruzar las montañas en busca de campos de trigo y de sol, y que ellos, con otros vascos en semejantes condiciones, iniciaron la creación de ese pequeño rincón –Castilla- que estaba llamado a ser, en siglos sucesivos, una de las fuerzas más consistentes del mundo civilizado de entonces. ¡Quien les iba a decir, a aquellos cántabros y vascos que dejaron sus montes para ampliar tierras y vida, que lo que ellos creaban, que lo que ellos unían a sus viejos solares del Asón, del Gándara o del Cadagua, iba a ser contestado y despreciado por sus sucesores que, inexplicablemente retrógrados, querían volver a reducir sus límites y a renunciar a una empresa que tuvo proyección universalista!
En los comienzos del siglo IX, el valle de Soba veía –lo mismo que otros del interior de nuestros montes- reactivar su vida con la creación de monasterios. Nos consta la fundación, en 836, del de Asía. Una familia formada, entre otros, por el presbítero Kardellus y su padre Valerio, que tenían tierras en las actuales heredades del pueblo de Aja, levantaron la iglesia de San Pedro, San Pablo y San Andrés, construyeron casas, huertas, pinares y, con esfuerzo de su trabajo, transformaron las tierras incultas en cultivables y los montes los convirtieron en prados. El paso hacia Castilla ya estaba dado, y otros Kardellus y Valerios, otras familias montañesas, todavía con olor de mar, como nuestros pescadores, quisieron impregnarse de ese otro aroma, tan digno, de la cochura del pan con trigo de Castilla. ¿Se había oído hablar, acaso, de que más allá de los montes hubiese gentes diferentes? Todos eran hermanos, todos sentían el orgullo del mismo origen; los árabes les habían hecho, a muchos, refugiarse en los valles de Soba, de Arredondo, de Ramales. Aquí les habían recibido los montañeses, y, después de años de convivencia ya eran unos mismos todos, y se preparaban a realizar la gigantesca empresa del castellanismo. Los de Soba tenían hermanos, primos, parientes, en Espinosa de los Monteros; los de Arredondo, en Medina de Pomar; los de Ramales en Sotoscueva. Las cumbres de las montañas no significaban nada para ellos. Iban y venían por la Sía, por los Tornos; hablaban todos un latín ya castellano, hasta los vascos que les acompañaban. Eran unos los de Soba, los de las Encartaciones, los de Ramales y los de Valdivielso. Y lo fueron siempre: unos con yerba, otros con trigo, pero siempre se saludaron y se creyeron hermanos. Ahora, unas furgonetas, unas banderas, unas absurdas pretensiones, aspiran a borrar, a romper, lo que la historia unió desde hace tanto tiempo ¿Por qué se les ha de seguir? ¿En nombre de qué progreso, de qué necedad o de qué osadía, quieren separar lo que el propio pueblo unió desde hace tantos siglos?(109)
(109) Nota actual: Ya ve el lector actual, que vuelvo en 1978 al problema que entonces más preocupaba: el de separar a Cantabria de Castilla. Yo intentaba, por todos los medios, concienciar al pueblo de lo que práctica e históricamente podría significar tal acontecimiento, aunque sabía que una minoría política –los alcaldes de UCD- habían ya decidido la separación, en vez de solicitar un referéndum para conocer de verdad el parecer general, que es lo que se debería haber hecho.
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