El año santo lebaniego

17 mayo 1978


Lignum Crucis,
Monasterio Sto. Toribio de Liébana, Cantabria.
Ya comenzó el año santo lebaniego. Al abrir otra vez la puerta del Perdón, se inició una etapa de peregrinación al santuario más tradicionalmente estimado en toda la Montaña: el de Santo Toribio de Liébana que guarda, según la tradición, el trozo más grande de la cruz de Cristo. Yo no sé si los tiempos están para peregrinaciones y devotos aconteceres, en donde la fe ha de ser la base y materia de actos que, si esto pierden, se quedan en puro y mondo esqueleto turístico. Pero como la crisis de la fe es tan enorme, y las gentes cada vez sienten menos la llamada de lo sobrenatural, me temo que sólo una minoría considera el año santo lebaniego en la línea de la santificación y de la adquisición de gracias divinas. Pero, aún prescindiendo de esta finalidad, que desde luego el más ciego ve que se absorbe entre otras inclinaciones más materialistas, al menos no deja de ser este jubileo una conexión con las tradiciones antiquísimas que, también, y para seguir desmitificando, son algo que va perdiendo interés día a día.

  Así, resulta casi un anacronismo que en un momento en que la fe y la tradición se contestan, o se desprecian o se olvidan, que todas las direcciones existen, venga un santuario a conmemorar algo que sólo vive precisamente por estas dos creencias puestas en vigencia. Si la fe falla, y la tradición se desdeña, ¿me quieren decir cómo es posible mantener aquello que sólo es fe y tradición? ¿O es que yo estoy confundido y la crisis de fe es sólo apariencia y la indiferencia hacia lo tradicional lo mismo?


  El hecho es que, con meditaciones más o menos de fondo, y por encima mismo de estas meditaciones y de estas interrogaciones, que siempre quedarán en el aire, el año santo lebaniego, con razones o sin ellas, ha empezado su andadura. Y la gente acudirá, creyentes y no creyentes, porque el tiempo ha edificado allí, en un lugar de excepción, un centro de atracción humana; de esperanzas auténticas para unos, de devoción sentida para otros, o de simple belleza natural, para un resto considerable. Y todos los días llegarán coches y autobuses que vaciarán su contenido y repetirán, sin casi variación, las mismas actitudes: se asombrarán ante los picos; adorarán la cruz; comprarán recuerdos; postales o guías; fumarán un cigarro ante el mirador de la ermita de San Miguel, y volverán a encerrarse en sus estuches metálicos. Al cabo de uno, dos o tres años, tendrán un levísimo recuerdo de Liébana, de Sto. Toribio, del teleférico de Fuente Dé. A lo más un cenicero con las palabras “Recuerdo de esto y de aquello”, una impresión fugaz muy distinta para cada uno: el brillo dorado de la cruz, los chopos de la carretera, los estratos contorsionados de las rocas, la pantalla altiva de los picos, o simplemente una conversación sobre un cielo despejado, o lluvioso, alegre o triste; quizás una música pegajosa que les despierta emociones y recuerdos totalmente distintos pero conexionados con el tiempo. Habrá en esas mentes un cierto revoltijo de cosas, de pensamientos, de evocaciones y de presencias, pero siempre les quedará la nostalgia de haber vivido algo que casi ya ni logran recordar. Y por ello uno acaba preguntándose si este tipo de vida de pertinaz mariposeo, es realmente una vida o se queda simplemente en un juego de frívolas e intrascendentes sensaciones(110) .



(110) Nota actual: Han seguido –después de mi charla de mayo del 78- las celebraciones de Santo Toribio, y hasta con más entusiasmo y asistencia de peregrinos, por lo que sólo felicitaciones merecen los organizadores. Soy de los que me gustaría que las tradiciones, por serlo, no se perdiesen. En este torrente de progresismo desenfrenado, no vendría mal asirse a alguna vieja añoranza que compensase el empujón desmedido de la modernidad.



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