24 mayo 1978
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Ilustración G. Guinea |
Las cuevas del Altamira permanecerán cerradas por un tiempo no señalado, de acuerdo con las opiniones mantenidas por los miembros del Patronato de las Cuevas Prehistóricas de Santander. Se impuso en la última reunión de esta entidad el parecer de los prehistoriadores españoles, que de manera unánime (intervenciones de los Sres. Ripoll –catedrático de la Universidad de Barcelona-; Almagro –de Madrid-; Beltrán –de Zaragoza-; Jordá –de Salamanca- y Barandiarán –de Santander) exigieron, prácticamente, y en nombre de la ciencia española e internacional no se abriesen las cuevas de Altamira, pues la entrada de gente en ellas podría provocar la destrucción de las pinturas.
Ante tan unánime defensa del cierre, si alguien tenía en la citada Junta deseo o interés de que se abriesen, no pudo luchar con posibilidad de éxito. No se trataba de una voz, se trataba de todas las voces al unísono de los prehistoriadores más destacados del momento.
Altamira, pues, permanecerá cerrada. Se habló de la réplica, pero la construcción de ésta parece que no es tan fácil de realizar, dado que el Ayuntamiento de Santillana se deberá llevar la mitad de todos sus ingresos. Lo que, dicho de otro modo, el Estado tendrá que arrimar el hombro económicamente, y luego con todo el trabajo e inversiones, el Ayuntamiento de Santillana, cuando el Estado se secase el rostro, vendría descansado y fresco a recoger su parte.
A todos los asistentes al Patronato les pareció el hecho un poco excesivo y leonino. Y las cosas se quedaron en “veremos”, que es como se quedan casi siempre las cosas a decidir en este país. ¿Se hará la réplica? O es necesaria la réplica –dicen unos- Lo es, contestan otros. Según, dicen los terceros ¿Quién tiene razón? Seguramente todos y ninguno.
A mi me parece, y viendo las cosas un poco detrás de la barrera, que naturalmente lo primero es la cueva, o mejor la conservación de sus pinturas, y que para conseguirlo debe de hacerse por parte de todos (Estado, Diputación y Ayuntamiento de Santillana) todo lo indispensable. Pero es necesariamente con la visión siempre puesta no en el posible negocio o compensación que allí se produzca, que ya sabemos que eso pasó a la historia, sino en la obligación que todos tienen de defender el patrimonio artístico y arqueológico que les incumbe. Pero creo, por lo que presumo, que alguien todavía puede seguir soñando en una Altamira productiva. Altamira, como el resto de las cuevas prehistóricas con pinturas -léase Castillo, Puente Viesgo, Tito Bustillo, sobre todo, en Asturias- verdaderamente sometidas a la explotación más descarada, deberán pasar sólo a ser bienes culturales, sin posibilidad de negociar con ellos, como es razonable(111).
(111) Nota actual: la verdad es que desde 1974, cuando fue aceptado por las autoridades el bulo de que las pinturas perdían color (denuncia mía como miembro del Patronato a éste, y poco después del fotógrafo Santamatilde comparando el color, en un periódico madrileño), la cueva no ha dejado de preocupar, sobre todo a la dirección del Patrimonio Artístico Nacional, quien creó la primera comisión del CSIC, que actuó inmediatamente, pero que, por circunstancia de cambios políticos, tuvo que parar su actividad al acabarse las subvenciones.
Sin llegar a saberse pues, y con seguridad, si las pinturas perdían color (algunos de los especialistas que trabajaban en ello me confesaron que para saber si eso sucedía, habría que colocar a la cueva en el punto cero, es decir, como estaban cuando se pintaron -¡15.000 años más o menos!-) porque las fotografías en color no eran válidas, y que ellos trabajaban para que, si se perdían, pudiera saberse el por qué y sobre todo cuales deberían ser las actuaciones que podían perjudicarlas: variaciones de temperatura, humedad, microorganismos que pudieran introducirse por los visitantes, etc. La cosa nunca estuvo clara, y lo que en realidad ellos pretendían, sobre todo, era establecer las condiciones dentro de la cueva, para que las pinturas no se viesen alteradas. De todas maneras, yo siempre he pensado que el bulo, fue un bulo nada más que asustó, como es natural, a los prehistoriadores y de ahí a la administración. Para mí, las pinturas están como estaban hace cien o doscientos años, quien sabe. Yo, que entré en la cueva cientos de veces, lo único que siempre noté, bien claramente, era, no que perdían color, sino que con las variaciones naturales de humedad, unas veces parecían más resaltadas y fuertes de color, y otras más apagadas y tenues. Quizás fuese esta alteración general, la que pudo originar el rumor de que se perdían. ¡Vaya usted a saber!
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