01 febrero 1978
Otra vez han vuelto a declararse las personalidades montañesas del año, según la ya tradicional iniciativa del Ateneo santanderino. Por cada una de las secciones de éste, han sido destacadas determinadas personas que durante el curso de 1977 han tenido una especial e importante repercusión nacional o internacional. Mi particular parecer es que se eligen demasiadas cada año, y esto no porque quiera escatimar méritos, que todos ellos los tienen y bien manifiestos, sino porque me parece que el Ateneo se expone a minusvalorar un poco la categoría del premio.
Pero lo que yo valoro más, aparte el reconocimiento obligado que a muchos hombres y mujeres destacados debemos, es, precisamente, el que haya alguien en Santander que, al margen de celos y de capillitas, tenga la esplendidez de reconocer públicamente y exaltar los méritos de otros. Ésta, la verdad sea dicha, es una actitud muy poco montañesa, pues, por lo general aquí solemos ser un tanto envidiosillos y, más que preparar pedestales, lo normal es derribar estatuas. Ciertamente, Santander se ha caracterizado más por esta tendencia iconoclasta de valores, que por una abierta gratitud hacia quienes, de una manera o de otra, han hecho algo por la provincia o han conseguido que nuestros nombres se destaquen entre la competencia que naturalmente ofrecen y presentan otras regiones.
Si tuviésemos que hacer la historia de la cultura santanderina, y ello con la crítica y la verdad que toda historia requiere, investigando en los tejemanejes que han actuado sobre su desenvolvimiento, nos quedaríamos verdaderamente asombrados más, mucho más, de las coartadas y zancadillas que se han puesto a los que desinteresadamente pretendían hacer un trabajo o una obra en bien de la comunidad, que de las ayudas y alientos que recibieron. General es el dicho, y sirve pues para reflejar lo que son los defectos humanos, de que “nadie es profeta en su tierra”. Pero esto, aquí en nuestra querida Cantabria, habrá que elevarlo al cubo si pretendemos caracterizar nuestra idiosincrasia. Mucho más han podido aquí las envidias que los mecenazgos; mucho más las miserias que las grandezas de espíritu; y más también las políticas de escaleras o de amiguetes, que las visiones amplias o inteligentes.
Cuando tantas veces oigo decir que los poderes centrales nos olvidan y marginan, no puedo menos de considerar y reconsiderar que mucho más nos olvidamos, nos marginamos y nos atacamos los propios santanderinos. De tal manera, que nuestro primer y peor enemigo somos nosotros mismos, es nuestra desunión y personalismo ya endémicos, es nuestra guerrilla de portería, pequeña, enana y miserable, la que de verdad está hundiéndonos progresivamente, porque somos incapaces de reconocer y distinguir quién es el que de verdad está haciendo una obra encaminada al bien de la provincia y preferimos atender y valorar a quienes se envuelven de propaganda, de demagogia o de engaño. En vez de animar, ayudar y proteger los trabajos iniciados, las empresas culturales que pueden surgir, las ahogamos y matamos, porque sentimos un cierto escozor de no ser nosotros mismos quienes las iniciamos, y preferimos extirparlas y anularlas, aunque luego seamos incapaces de continuarlas.
Por eso, comprobar que alguien –en este caso el Ateneo- reconoce méritos de otros santanderinos es, aunque ello parezca una cosa normal, algo esencialmente desacostumbrado. Porque aquí quien por su trabajo o iniciativas pretende destacar –o destaca simplemente sin pretenderlo- recibe más patadas y coces que caricias y ánimos. Mi enhorabuena, pues, al Ateneo y a su presidente Manuel Pereda de la Reguera que, extrañamente a lo que aquí es habitual, desconoce absolutamente ese pecado capital, tan minador y destructivo, que se llama envidia. Podemos estar o no de acuerdo con el procedimiento de nombrar las personalidades montañesas del año; lo que no podemos dejar de reconocer, por mor de la verdad, es que, en ese nombramiento, se patentiza una limpieza de espíritu que bien quisiéramos pudiera compensar a nuestra sociedad cultural de las ruindades de otros.
Mi enhorabuena, también, a todos los galardonados que han visto así al menos algo reconocidos sus laboriosos empeños. Sin poder citar a todos, por desconocimiento mío, y culpable, de sus trabajos, quiero que en la numeración de los conocidos quepa también mi elogio más sincero a los que no conozco. Felicitaciones a Cantalapiedra por su dedicación entusiasta a la poesía montañesa; a Teodardo por su permanente ilusión hacia la enseñanza de la música; a Ormaechea que, por primera vez desde hace años, se ha preocupado de los artistas y de sus inquietudes; al Dr. Picatoste por su continuado trabajo en bien de sus enfermos; a Valeriano por su inteligente actividad bibliográfica; al Dr. Estrañi, que culmina su vida de continuada dedicación al bien, y en fin, a todos los demás, Víctor de la Serna, Saínz de la Maza –de sobra conocidos- Ramos Fernández, Pombo García de los Ríos, Ferrer Rodríguez, Valcárcel, siempre preocupado por subir el tono de la enseñanza de nuestra música; Arce, a quien tanto deben los pintores montañeses y el público interesado en general; al Dr. Bolívar, Sánchez de la Torre, Winkelhofer, y ese etcétera a que mi mala memoria me obliga. Para todos ellos mi reconocimiento, en nombre propio, y en el de los santanderinos bien nacidos que, siempre, aunque tal vez callados, han de reconocer sus méritos(98).
(98) Nota actual: Querido Manolo: siempre fuiste un hombre de bien, un artista y un trabajador incansable. Te recuerdo con el mismo afecto que te tuve mientras viviste.
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