No sólo de pan vive el hombre

08 marzo 1978


 
Ilustración G. Guinea
  Nuestro paisaje, tanto natural como urbano, está siendo sistemáticamente maltratado, ultrajado y ofendido. No existe ni cuidado ni gusto en el tratamiento de las construcciones en villas y ciudades, ni respeto hacia la belleza de nuestros rincones campesinos o litorales más destacados. Se ha destapado un ansia, descontrolada y barullera, de hacer casas de pisos por donde sea y contra quien sea, sin fijarse –o sin quererse fijar- si atentan o no a un contorno, si perturban un paisaje o si desentonan o sobresalen excesivamente de los edificios contiguos. No hay, desgraciadamente, un criterio uniforme, ni unos planes razonables, que cuiden de ese principio fundamental en la arquitectura que es el respeto al ambiente, a las proporciones existentes, y si les hay, ni se practican ni se aplican. Así estamos, así venimos estando y, por desgracia, así seguramente estaremos en un futuro. ¿La culpa? Yo qué sé. Echémosela al colectivo, a una sociedad sin un ápice de sensibilidad, que le da lo mismo contemplar un adefesio que una obra de arte; un río limpio, que un arroyo teñido de grasas o sembrado de plásticos. Una sociedad que acepta indiferente cualquier desaguisado de tipo estético, porque parece que sólo le interesa lo que le beneficia materialmente. Echémosela también a quienes, con ánimo de lucro, no ven más allá de sus propios negocios y se ciegan pensando, no en el paisaje ni en la dignificación de la vivienda, sino en la ventaja económica que su planteamiento les produce. Echemos también la culpa a quienes pudiendo vetar estas construcciones permiten, por atonía, por incultura o por otros fines menos concretos, que se fabriquen esos esperpentos atentadores a todo buen criterio y al mejor gusto. Y echémosla también, y por último, a quienes, técnicos replanteadores y creadores de los proyectos, no ponen de su parte aquello que les exige tanto su cultura como su obligación de profesionales, de hacer lo mejor dentro de sus posibilidades y a negarse a llevar a cabo proposiciones que atentan contra los derechos del paisaje urbano y rústico.

  Vayan, vayan ustedes, queridos radioyentes, a recorrer nuestros campos y nuestras playas, a ver nuestros pueblos y ciudades y comprobarán cómo la despreocupación más absoluta, en materia de edificación, es la norma reinante. Prescindamos ahora de la indiferencia hacia los monumentos de carácter artístico o histórico, que se abandonan tantas veces a su incierto destino, tema que ya he comentado suficientemente en otras ocasiones. Y fijémonos sólo en esas colmenas humanas que han surgido en el Salvé de Laredo, en Cazoña, en Torrelavega, e incluso en pueblos y valles mucho más reducidos y de carácter, como Liérganes, Vega de Pas, Piélagos, etc., sin tener el más mínimo respeto hacia las construcciones circundantes y hacia una naturaleza que se ve así desprestigiada y ollada.

  Nuestro orgullo regional, tan manifestado en pintadas, concentraciones y banderines, no estaría de más que se aplicase a estas demenciales actuaciones, que están echando a perder los ambientes paisajísticos y urbanos de la provincia. A estas cosas deben de aplicarse los esfuerzos a fin de lograr una conciencia colectiva, que se oponga a esta clase de desmanes. Todavía no he visto a nadie que consiga agrupar a la gente para que se manifieste contra la destrucción de nuestras arquitecturas populares, ni contra la colocación de adefesios en nuestras playas, ni contra la polución de nuestros ríos. Tal vez, me dirán Ustedes, que esto es hilar muy fino ante otros problemas mucho más acuciantes. La pena es que, los problemas más acuciantes, están siempre limitados a los políticos, económicos y materiales. Y a los demás, que les parta un rayo. Como si de verdad, verdad, “sólo de pan viviese el hombre”(102).

(102) Nota actual: Esta charla es otra de mis anticipaciones. Hace más de 30 años estaba augurando lo que podía venir. Nadie al parecer me escuchó. Estoy seguro que todos los políticos y todos los responsables de lo que ya estaba sucediendo, vivían narcotizados por eso de lo que ya se llamaba “el estado del bienestar”. Todo lo que se estaba construyendo, era señal inequívoca del progreso democrático y de la nueva España que se vislumbraba…el resultado fue lo que en este 2011 estamos sufriendo: construcciones demolidas, bellos paisajes destrozados, infringimiento de leyes, pesadumbres de inocentes, etc.

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