A la recherche…de un ideal

01 marzo 1978


 
Ilustración G. Guinea
  Una de las situaciones que, en el desenvolvimiento de una sociedad, más desorienta, intranquiliza y desasosiega, es la provisionalidad. Cuando en la comunidad, existe una conciencia colectiva de que las bases en que se asienta son interinas, accidentales y provisorias, se produce una psicosis general de desinterés por el bien público, que extendiéndose como mancha de aceite en todos los estamentos, clases sociales, organismos y entidades, produce una perceptible postración vital, y un desengarce general en relación con los problemas que atañen al régimen solidario. Desde los estados, como entes superiores de agrupación, hasta las familias como células mínimas sociales, la creencia en ellas de una finalidad, o de un destino, es algo tan necesario e imprescindible que su falta las hace presas de un desencanto general, patológico, hundiéndolas en el pesimismo, en la apatía y en la indiferencia. Las sociedades, como los individuos, necesitan saber a dónde van, porque nada hay más deprimente e inquietante, que sentirse viajero por el camino de los interrogantes. Pues si ya, de por sí, es la vida de cada ser humano un pozo de incertidumbre y de perplejidad, una especie de juego oscilante entre la duda y la desesperanza, no se la pueda cargar con el peso suplementario de no saber a dónde se dirige comunitariamente. La historia del hombre, aprendida y digerida a través de casi dos millones de años de existencia, había llegado a crear las “ilusiones colectivas”, esas metas, más o menos auténticas, que aunque de hecho no fuesen válidas por su verdad intrínseca, lo eran por los resultados curativos que proporcionaban. El hombre no puede vivir, como ahora, cercenando voluntariamente el mundo de sus ilusiones; no puede arrancar, por inservible, si antes no la sustituye por otros alicientes trascendentales, su capacidad de crear mitos y religiones; ni puede tampoco resecar su fantasía, ni ahogar sus ensueños metafísicos. La creencia en una verdad –real o supuesta pero válida, no sólo para el más allá sino para su propia vida material- es algo tan necesario como el aire que alimenta nuestros pulmones. Creer otra cosa, pensar que la sola vivencia física puede llenar nuestras aspiraciones, es un total error, que ya estamos pagando con el desequilibrio mental, la insatisfacción y el desaliento. Como consecuencia de la desnaturalización de nuestra vida, del alejamiento en comunión con el campo, antes fuente inagotable de proyecciones espirituales, el hombre está descartando sus aspiraciones superiores y va creando generaciones cada vez más prácticas y terrenales pero menos entusiastas y creadoras.

  El escepticismo, con su secuela de indiferencias, con su sequedad para la convivencia y su línea directa abierta al egoísmo, va poco a poco acartonando las sensibilidades, y la deshumanización, paradójicamente, nos está llevando, por una parte a un análisis casi matemático y técnico del hombre, y por otra, a la pérdida de las más elementales cualidades y calidades que le destacaban de la rama general de los primates.

  La sociabilidad, innata y obligada del hombre, influye y confirma cada una de las individualidades. Y unas veces las alienta y vivifica, y otras las anula y las destruye, como ahora. Sólo cuando la comunidad se traza un camino claro de actuación y de finalidad, el individuo vive en la creación y en la esperanza. Por el contrario, cuando la sociedad pierde el norte de su destino, el que sea, el ser individual también se desconcierta y, o se enfrenta abiertamente a un status que no comprende o que desprecia, o se encierra en sí mismo esperando que un sol nuevo ilumine la oscuridad que siente está haciendo presa en el núcleo más sagrado de sus convicciones.

  Las crisis sociales y políticas han existido siempre, pero ninguna crisis dio paso a la estabilidad, hasta que el ideal que había sido barrido se sustituyó por otro capaz de dar al hombre una proyección basada en el entusiasmo. Y ahora yo, por mucho que intento buscar y suponer cual puede ser el ideal futuro de la humanidad, no acabo de encontrar ninguno suficientemente fuerte y atractivo como para hacernos esperar que el hombre pueda afianzarse en él, a fin de proseguir feliz y pleno la senda obligada de su vida(101).


(101) Nota actual: Esta charla vino a completar otras sobre un mismo tema, que a mí me estaba preocupando mucho y que, sinceramente, en esta modernidad actual me sigue preocupando ¿Cuál será el ideal que ha de venir a salvarnos?

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