19 abril 1978
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Ilustración G. Guinea |
No voy a hacer de campanero loco, repicando a muerto antes de que expire el difunto, ni de optimista parapsicológico, previendo con mucha anticipación el porvenir o el suceso, ni siquiera de aguafiestas augurando males a través de síntomas que inconscientemente se exageran. No, no voy a hacer nada de esto, porque bastante tenemos ya con las realidades presentes, que no abarcamos, como para pretender pasar a suposiciones de futuros. Con juzgar lo que nuestros ojos ven, nuestros oídos oyen y nuestra mente percibe, es ya bastante para quedarnos boquiabiertos, sin aliento y con una enorme interrogación sobre nuestra cabeza, que es la corona de admiración y de desconcierto con las que todas las mañanas salimos los españolitos de bien a enfrentarnos con la caja de las sorpresas en que se va transformando nuestra vida de hoy.
Un síntoma nada más, como botón de muestra, de que la sociedad en que vivimos está poco menos que en trance de perder el equilibrio – no físico, que sería menos trágico- sino mental. La subversión diría yo, que es aún peor, la indiferencia de valores o, quizás, el desprecio de los mismos. Antes era un valor la valentía, la hombría y la claridad de expresión. El Quijote, por ejemplo –y en el que yo ¡retrógrado! me apoyo tanto- era un ejemplo de todo esto. Ahora no hace falta lastre de tal carácter. El valor se supone, pero no se ejerce; la hombría es palabra hueca y decadente, y la claridad de expresión…Bueno, esto es ya la caraba; mejor aún, esto es la risión. Ahora si alguien en alguna asamblea, reunión o meeting, se levanta y toma la palabra, más que ésta lo que parece es que nos toma el pelo. Las frases se suceden una tras otra formando, en apariencia, un discurso que hasta goza de resonancia pero que, a la hora de la verdad, es decir la de juzgar qué ha dicho, es dificilísimo resumir tal cúmulo de palabras enormemente modernas: consenso, contexto, paritario, etc., que se aplican y se mezclan con una cierta –eso sí- estilística pedantesca, digna de ese estamento que pareciendo muerto vuelve a resucitar y que Moratín tituló “eruditos a la violeta”. ¿Dónde vamos, señores, con este síntoma? ¿A un mundo ridículo, falso y únicamente aparente? El caso es que precisamente cuando más se pregona que al pan, pan y al vino, vino, resulta que el pan es el “consenso de diversas masificaciones harineras”, y el vino es “un líquido paritario al agua pero con un tono de republicanismo en el contexto”. De carcajada, señores, y de pena, por otra parte, que siempre la moneda tiene dos caras. Se van precisando diccionarios de lugares comunes y de términos sacados de las ciencias minoritarias, pero que se aplican, con verdadera desfachatez, y muchas veces sin saber qué significan, en el desenvolver normal de los normales ciudadanos que, aunque también tenemos nuestro particular paquete de palabras, utilizadas en nuestros especializados estudios como “neolítico, bipolaridad, lasca, chopper, leptolitización, etc., y jamás, cuando intentamos hacer comprender al oponente que la vida sube, por ejemplo, nos lanzamos a decirle que “la manifestación de la actividad del Universo está alcanzando en la mercúrica varilla de Reamur grados elevados de económicas temperaturas”.
Para una sociedad tan pragmática, tan escueta, que va tan al grano, y a lo directo como pregona, es una demencial contradicción utilizar un lenguaje barroco y onírico, para hacernos cada vez más difícil lo que, simplemente con utilizar nuestro castellano normal, resultaría tan claro y comprensible.
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