26 abril 1978
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Por el contrario, la ventana de nuestra habitación, si estamos en el campo, nos ofrece todos los días -con la misma nitidez que las vieron ojos que hace 500, 1000, 2000 años ya no miran- las siluetas de los picos de Campoo, de las crestas de Liébana, de las rocas de Castro Urdiales, o de las cumbres de la Sia… El paisaje, el mini paisaje de nuestra infancia, será siempre quien más contribuya a hacer nacer y conservar en nosotros, por encima de todo tránsito o circunstancias externas, la nostalgia apasionada de nuestra tierra. El mar también es, para otros, una permanente reverberación de recuerdos. Cuando hablamos del paisaje; de ríos limpios que bajan de lejos o de los Tornos o de Piedras Luengas; de montes de tupido roble o haya, como Cembiles, Saja, Ucieda; de carrerucas con madreselvas o moras; de las bravías “pegadas” del mar en los acantilados; de la pequeña aldea que trepando se agota en un verde prado a media altura de las cimas; del descanso feliz en una tarde agobiadora…cuando hablamos de todo esto que nos envuelve casi por igual a todos los montañeses, es aquí, aunque estemos separados por miles de kilómetros y simas de criterios, cuando nos sentimos unidos. Es muy difícil que nos encontremos hermanos a través de una idea política más o menos arbitraria o más o menos sincera, o que busquemos el nexo de nosotros mismos en aquello que nos separa de los demás, de los otros. La verdadera región, para cada individuo, es el rincón, pequeño, humilde y familiar, donde ha nacido o donde ha vivido. Yo me uniré, espiritualmente, a quien conoce el mismo árbol que yo, y sabe de las mismas piedras de un camino, y siente con la misma emoción el golpe del viento en las salceras. La unión existe cuando la sensibilidad de unos y otros se acomoda; y esta unión de ninguna manera es excluyente, porque para ser en sí misma no necesita el contraste con otras percepciones. Y si existe un indudable localismo natural en el montañés de ahora y de siempre, con la añoranza de su pueblo y de su valle, dudo mucho que, a no ser forzadamente, por conveniencias políticas o económicas, surja por generación espontánea, aunque sí por presión de calzador, esa idea general de “cántabro” que, aunque recogida de un viejo límite que abarca también a muchos ahora considerados como castellanos, no deja de ser un neologismo al que falta fondo, tradición y seriedad. Yo, y que me perdonen los que abogan por otro nombre, siempre –con autonomía y sin ella- seré mientras viva, montañés o santanderino. Y desde luego, por encima de todo, campurriano; y más allá de todo, castellano y español. Y después seré simplemente historia no historiada(108).
(108) Nota actual: Es esta idea de permanencia y de la influencia del paisaje en el sentimiento profundo del hombre, la que me ha hecho defenderle, al considerarle uno de los impulsos naturales más fuertes para fijar en él las raíces de su nostalgia. Pero , muy infelizmente, este abrazo sensible y afectivo entre el hombre y su paisaje, cada vez se irá diluyendo más, pues las ciudades están unificando el sentimiento de sus habitantes que en general han perdido, por no vivirlo, la intimidad venturosa que el campo proporciona. Ello explica este despegue absoluto que existe en la clase política actual, al enfrentarse al paisaje al que únicamente considera como “fundamento geológico” de sus materialismos.
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