Castilla o las raíces de una cultura universal

12 abril 1978


 
  Castilla, la región predominante y directiva de España durante los siglos en que fue fraguándose la unidad política de nuestra nación, es un territorio dotado de tan ingente personalidad que, a pesar de su aparente pobreza, se instauró desde hace muchos siglos como eje geográfico y político de la península. Las circunstancias históricas, le hicieron representar el papel de primer protagonista, y su fuerza expansiva y asimiladora impregnó a los demás pueblos y regiones de España. Su cultura tuvo una presión patente ya desde épocas muy lejanas, aún antes de ser propiamente Castilla. Pero cuando ésta nace, primero como un diminuto rincón en las montañas de Burgos y Santander, allá por los años finales del siglo VIII y comienzos del IX, como consecuencia del deseo de salir a los campos amplios de trigo, Castilla lleva algo consigo que no pudieron superar otras comarcas: el germen de una visión universalista, que la colocó desde muy pronto por encima del bien y del mal de las reducidas aspiraciones. Precisamente, porque Castilla no tuvo un concepto fijo y limitado de sus fronteras, ni materiales ni espirituales; precisamente porque concibió el mundo con una esplendidez que no admitía provincianismos, y tuvo del hombre, del ser humano, un criterio de valores totales, a los que para nada pueden afectar las líneas arbitrarias de una delimitación, Castilla tuvo como premio –y como responsabilidad y carga- el establecerse como ente directivo y creador de una cultura, la castellana, que ciertamente es la única universal de todas las que ha ofrecido nuestra patria. Las grandes figuras del pensamiento y de la literatura, se han visto siempre atraídas por esa carga de seriedad y de fuerza, de historia y de paisaje que lleva consigo Castilla. El vasco Unamuno, el levantino Azorín, el andaluz Machado, el santanderino Gerardo Diego, y tantos más, se han sentido en algún momento golpeados y activados por ese impulso misterioso y callado de Castilla. Y ha sido precisamente, en sus aproximaciones a Castilla, cuando han logrado con más intensidad el despertar de su ingenio. Recientemente, hace unos días, el escritor cubano Carpentier, al recibir de manos del rey de España, el premio ganado por su obra literaria, se refirió al Quijote con frases admirativas, lo que en el fondo, es una alabanza a Castilla por la universalidad de sus creaciones. No hay nada menos regionalista ni provinciano que la gran obra de Cervantes y, al propio tiempo, no hay nada más castellano y más español que el Quijote.

  Será muy difícil a lo largo de los siglos venideros, privar a Castilla de su hegemonía cultural; porque Castilla, querámoslo o no, rabiemos o aplaudamos, se ha infiltrado, por mucho vasco que se hable o por mucho catalán que se escriba, en lo más profundo del alma de todo español, aún en el de las Américas, y es ahí donde triunfa y donde une, donde amalgama y crea conciencia de cultura. Que no se nos diga que Castilla dominó por las armas, porque esto no es cierto más que en parte. Tanto más lucharon Cataluña y Aragón y al fin quedaron limitadas. Castilla ganó, porque nunca, en el fondo, quiso ocupar terrenos, sino universalizar pensamientos; porque hizo de su mística –religiosa, aventurera o caballeresca- la finalidad de sus intenciones; porque miró y vio siempre mucho más lejos, mucho más allá de sus límites naturales de los ríos o de los montes; porque concibió la vida como una empresa de entrega, muy lejos de la tacañería y del egoísmo, y porque siempre supo saber perder bienes materiales y quedarse, aún en los momentos de su mayor esplendor económico, dentro de una austeridad y de un desprendimiento que la hicieron resistente, sabia y segura de sí misma. Por eso el hombre castellano, alma de Castilla, impuso su temperamento y su concepto del mundo y de la vida, no para enriquecerse, porque ahí están sus pueblos para demostrarlo, sino para dar un rumbo de trascendencia y de verdad a las cosas. Qué duda cabe, que donde hubo siempre queda(107).


(107) Nota actual: Si, es verdad: yo siempre, tanto en 1978 como en 2011, he tenido y tengo predilección por Castilla y lo castellano. He sido por ello lector perseverante de Delibes. El engarce montaña-meseta, como ya nos dijo la Historia, es firme y siempre deseado. Nuestro magnífico novelista unió Molledo a Valladolid, mientras yo lo hacía llevándome conmigo a Campoo, durante mis largas vivencias en la ciudad del Pisuerga. Antonio Machado también, reconoció en “Campos de Castilla”, la influencia en su ser de esta tierra inspiradora.

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