25 octubre 1978
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Ilustración G. Guinea |
Parece que el Ministerio de Cultura intenta, por diversos medios promover las actividades culturales que beneficien a ese gran tanto por ciento de personas, que ni son bachiller ni tienen nada que ver con la Universidad. Cuando se menciona al pueblo, la mayor parte de las veces, sobre todo si las finalidades son políticas, es con objeto de hacer creer al lector o al auditorio que se tiene el respaldo de las masas. Desde el punto de vista político, pueblo, pues, equivales a masa innominada a la que, por eso mismo de ser innominada y muda, se la hace hablar al gusto y beneficio de quien la utiliza como respaldo, totalmente insincero, de sus intereses. Uno ya está harto de oír cosas como “el pueblo lo quiere”, “el pueblo lo apoya”, “por bien del pueblo”, “el pueblo nos sigue”, etc., etc. Y el pueblo, el pobre, el verdadero pueblo, el que vive, canta, llora, trabaja, ama y muere y que –mucho más feliz e instintivo, permanece casi en general al margen de sus profetas, representantes, líderes o caudillos- ni les sigue, ni les quiere, ni apoya nada, ni –y esto es lo peor- tampoco ayuda alguna espera en el fondo, a no ser que cada vez, cada día, les vayan, unos y otros, haciendo más incordiante la vida.
Se dice, también muchas veces, que este desinterés por la política que el pueblo manifiesta, es consecuencia de su falta de cultura, de herencias oprobiosas que le han narcotizado, de tradiciones esclavistas que todavía mantenemos, etc., etc., cuando , en el fondo este desinterés surge, instintiva y naturalmente, como consecuencia de la falta de credibilidad que tiene la política y, mucho más en superficie, de la desconfianza general que existe de que los políticos tengan, como primera y fundamental directriz, el bien colectivo. Pero esto no es sólo un problema español –el de la desconexión poder-pueblo o doctrina- sino que es ya un hecho internacional, incluso en los países que podríamos considerar más cultos. En lo más que participa ese pueblo, de las calles, de las aldeas, de los cines o del metro, es en desfilar pacientemente por delante de una urna para depositar una papeleta que, puede ser la primera que coja en el montón que se le ofrece o la que le dice que coja el más aparente “listillo” entre sus amistades. Esta es la realidad. Esta es la voz del pueblo, que es, ciertamente, una voz casi baja, triste y desesperanzada. La culpa no es, claro está, del pueblo, sino de aquellos que diciendo hablar por el pueblo y para el pueblo, hablan por sí y para sí.
En el caso de la cultura, hablamos también de “cultura popular” que tiene dos vertientes en su significado: o cultura hecha por el pueblo, en un caso, o cultura que se da al pueblo, en el otro. En el primer caso, el pueblo es activo, es quien actúa, quien crea. En el segundo el pueblo es pasivo, recibe, acumula noticias o enseñanzas que se le imparten. Naturalmente, que es siempre mucho más serio y más valioso, el crear cultura que el recibirla. Pero yo pienso que, sin embargo, hay o existe una mayor preocupación de hacer al pueblo sujeto pasivo de cultura que sujeto activo. Y lo importante no es hacer del pueblo una gran oreja que oiga conferencias, planteamientos filosóficos, memeces en muchos casos, de un aburrimiento feroz y soporífero, sino hacer del pueblo una gran cabeza que piense por sí misma, que sienta a su manera y cree una forma nueva y original de expresión y sensibilidad distinta en unos y otros grupos.
Promocionar cultura, sí es, naturalmente, enseñar que en América del Sur hay naciones como Argentina, Brasil, Chile…con sus correspondientes capitales, ríos y montañas, o que el violín es un instrumento de cuerda que se toca con un arco, o que la catedral de Burgos fue hecha en tiempos de Fernando III el Santo. Todo lo que es información es siempre positivo y útil; pero mucha mayor trascendencia formativa ha de tener siempre ayudar al pueblo más que a oír, como he dicho, a crear, a manifestar objetivamente su temperamento, su fuerza, su genio peculiar. La auténtica liberación que produce la cultura no ha de venir por la suma de conocimientos más o menos interesantes, sino por el grado de creatividad que consigue llevar a los grupos humanos o al individuo aislado. Sólo cuando el hombre ofrece, da, parte o todo de sí mismo, de su pensamiento, de su inventiva, de su fantasía, siente útil y valiosa su vida. A esto debe de aspirar una política de cultura popular, más a hacer personas que vuelquen su interior hacia el mundo, que personas que archiven datos y datos para ficheros inútiles. Vale más, desde luego, una nueva canción inventada para una tonada de pandereta, que toda la teoría posible sobre la fabricación de la pandereta(117).
(117) Nota actual: Este es un tema muy complejo, pero lo que yo digo puede servir en estos días de 2011. Esto quiere decir que poco ha variado la política, el pueblo y la manera de concebir la cultura que a este se le da. Uno esperaba más, después de treinta años…Naturalmente que a partir de los años 80 se han hecho cosas tanto en literatura como en arte. En años de bonanza económica sería injusto no reconocer que las consejerías autonómicas de cultura sucesivas hicieron cosas valiosas, lo mismo que la Fundación Botín, la Universidad, con sus cursos provinciales, la Caja de Ahorros, etc. La Universidad Menéndez Pelayo contribuyó también a este mantenimiento de la erudición, si bien –como siempre había sucedido- predominó la actuación de tendencia política. La investigación histórica, sobre todo, se fue llenando de pequeñas historias regionales, comarcales y locales, debido sí, en este caso, a la tendencia autonómica que las impulsaba pero, salvo excepciones, siempre los hechos culturales nacían teñidos de apetencias electorales y turísticas. Si mis charlas hubieran seguido en años postconstitucionales, seguro que hubiese acusado su vivencia, pero yo sólo pude constatar lo sucedido de 1975 a 1978.
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