La cultura es libertad y respeto al individuo

19 julio 1978


Ilustración G. Guinea
  La cultura, como transmisión y recepción de inquietudes hacia el saber, o de vitalización aceptada de la sensibilidad, o de complementación educativa de estos ratos de ocio que la persona debe de ocupar, necesita, para resultar positiva, de algo más que pura programación. Fácil es organizar, a cualquier entidad, cursos públicos con temas que se suponen interesantes, conciertos de excelentes intérpretes o festejos de carácter que se dice popular, en donde se ofrece un muy variado menú a base de discutidos temas folklóricos que, la mayor parte de las veces, tienen muy poco de creación auténtica del pueblo y sí de mixtificación orientada a fines más o menos patentes. La cultura de masas resulta siempre algo sospechoso, porque partiendo de la misma razón de ser, la cultura, que es cultivo, se destina a la perfección y engrandecimiento del individuo, como ser independiente, no envuelto en la tela de araña de la psicología de grupo. La educación –o la deseducación- de las masas es un arma muy utilizada en todos los tiempos, para la estructuración de los totalitarismos. No es lo mismo valorar el pensamiento y la acción individual para que ésta, al agruparse, constituya una masa, educada separadamente por unidades, que tomar la masa como entidad única y, a base de moldeamientos colectivos tratar, de convertir lo múltiple en una unidad de idénticas reacciones.

  Más que nunca, estamos obligados –en un mundo alienador y enemigo de la originalidad de la persona, un mundo inequívocamente igualador, a la fuerza, de los temperamentos- a luchar por la integridad del ser independiente, que no se acomoda mentalmente a las normativas dictadas para encasillarle. La cultura debe de cuidar, amorosamente, de no encarrilar nuestras aspiraciones a una vida trazada de antemano, porque la cultura no es la ley, ni los códigos. Estos últimos están dictados, con razón, para establecer en paz la convivencia, pero la cultura es un camino de libertad por donde el hombre, solo, debe de discurrir fortaleciendo la musculatura de su alma. Por eso, uno de los criterios a tener en cuenta en los programas culturales es, primero, aumentar la capacidad de soledad del ser humano, totalmente perdida con tanto entretenimiento mecánico que le distrae y le perturba en su camino de autoanálisis.

  Yo, que soy tan entusiasta del conocimiento del hombre, durante su larga historia, y que pienso que la experiencia, conseguida en dos millones de años, no puede ser contestada y barrida por una generación de autosuficientes, a quienes les ciega el orgullo del hombre técnicamente casi todopoderoso; yo, creo (y no soy el primero), que no puede estar muy lejos el momento de la vuelta a la sensatez, al arrepentimiento del hijo pródigo, y al deseo de volver a conocer las fuentes ancestrales y auténticas de la vida: el sol, el campo, la quietud, la conversación, la amistad, el apartamiento, y arrojar muy lejos estos abalorios que, a cambio, nos da esto que llamamos progreso.

  La cultura, es hacer pensar al hombre que lo más valioso de él es, precisamente, su pensamiento, su imaginación, su individualidad irrepetible e intrasferible, única, a la que es preciso cuidar y proteger de tanta multitudinaria acometida de “igualadores”. Que se adocene y masifique el que quiera (así podrá ser carne de cañón, de estas tendencias actuales y ramplonas de hormiguero), pero conozcamos, al menos, por si nos sirve, que la cultura debe de despreciar –y desprecia- el ente masa y está obligada a exaltar, proteger y cultivar las tendencias creadoras individuales, que son la verdadera demostración de que la libertad del hombre puede estar a salvo.

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