11 enero 1978
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Ilustración G. Guinea |
La selección de quienes han de dirigir y ordenar una sociedad que pretende perfeccionarse, corregirse y eliminar sus defectos, es decir, una sociedad que ella misma considera que, como la Academia Española, va a “limpiar, a fijar y dar nuevo esplendor” a estos años que se avecinan; la selección digo, de quienes ante esta perspectiva han de gobernar, en todos los sentidos (político, cultural y económico), debe de ser algo tan delicado, tan exigente y tan pensado que, en el acertar con la persona, depende el éxito de nuestro porvenir, o el fracaso más estrepitoso, difícilmente, por otra parte, de corregir. Si la sociedad la formamos todos, uno más uno, sumado a otro, y así sucesivamente, hasta lograr ese resultado abstracto y etéreo, que hoy se maneja como comodín forzado, y que llamamos “pueblo”, todos nos debemos comprometer y obligar a elegir bien. Hacerlo así en los pueblos, no es tan difícil, puesto que todos, más o menos, se conocen y –si no actúan influencias turbias y perniciosas que aprovechan la situación de los ignorantes o de los débiles de carácter, que desgraciadamente abundan más de lo conveniente- no parece probable que en las aldeas, si la elección se hace secreta, resulte seleccionado un “petardo”. Cada vecino, cada individuo, debe de pensar, antes de decidirse, quién es, desde siempre, en la aldea, en el pueblo, en el valle, la persona de conciencia más estricta, más decente desde el punto de vista económico (que esto es muy importante), más humano y más bueno, y esto que lo haya demostrado, no con palabras simpáticas, o promesas, sino con el ejemplo de su vida, aunque aparentemente sea antipático, reservado o gruñón. Para elegir a quien nos ha de organizar la convivencia hemos de prescindir de fines egoístas, pensando que, como es nuestro amigo, responderá después con favores para nosotros beneficiosos. Quien elige así, presionado por su particular ventaja, está minando el futuro desenvolvimiento de una sociedad más honrada y más justa. No hace falta, pese a lo que se piensa en los pueblos, que el que manda (utilicemos esta palabra poco propia) tenga que ser un listillo oportunista, que sabe de cuentas, de palabrerías y de trapicheos, y que se mueve aparentemente, en un mundo de conocimientos y amistades. Antes que todo esto, que muchas veces oculta turbiedades y beneficio propio, se precisan en los puestos directivos personas enteras, seguras de sus criterios sobre los derechos del hombre, responsables, honestas a machamartillo, no envidiosas, y sí dispuestas a una entrega total, a una ayuda continuada, en beneficio de la sociedad. Y esas personas, aunque no suelen darse, naturalmente, con profusión, existen. A veces están escondidas, viviendo una vida apartada, una vida desilusionada al ver que los más dicharacheros, superficiales y trepadores, son los que siempre, en definitiva, terminan ocupando los puestos. Es preciso que el pueblo –que sabe muy bien quien, sin aspavientos, sin discursos políticos, sin gesticulantes demagogias, es hombre o mujer de conciencia, vecino o vecina siempre dispuestos a asistir, remediar y sacrificarse por los demás- consiga sacar a estas personas de donde estén, de su tristeza quizás o de su abandono, y les inciten y les obliguen a contribuir con su moralidad –y no con su viveza ratonil o su denterosa ambivalencia diplomática- al progreso de convivencia en el que todos estamos empeñados. No se trata de buscar un hombre de partido, sino un hombre o una mujer de conciencia probada. No se trata de elegir al sabiondillo de turno, al avispado oficial, que logra siempre situarse indemne al otro lado de la aduana, sino a la persona muchas veces callada y marginada, pero respetada de todos por su línea invariable de actuación, y que ha probado, a lo largo de muchos años, su independencia de criterio y su irrreductibilidad a dejarse manejar por grupos o por tendencias. Saber elegir, es algo que va a tener mucha importancia en un futuro próximo, porque es imprescindible, vital y trascendente, que nos gobiernen los mejores y desaparezcan aquellos que sin ninguna categoría aprovechan la indiferencia, o la desidia de los más, para hacer prevalecer, en las pequeñas sociedades o en el juego engañoso de los partidos, su propio interés particular, camuflado de sonrisas y golpecitos de espalda(95).
(95) Nota actual: Acertada charla para aplicarla en estos momentos. Parece escrito hoy mismo que la releo, 27 de julio de 2010. Y con ella, meditamos: desde que llegó la democracia ¿hemos elegido bien a nuestros gobernantes?, ¿hemos, con ellos conseguido un país más unido, más educado, más humano, más esperanzado? ¿nos le han hecho más moral, más justo, más ejemplar y más contento? Dejo al lector que, después de analizar, juzgue por sí mismo, pues conocimiento, hechos y resultados no le faltarán. Sólo le pido que sea sincero, porque ni se lo voy a preguntar, ni pretendo abrir estadísticas.
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