06 abril 1977
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Ilustración G. Guinea |
Los días 13, 14 y 15 de este presente mes se van a celebrar en Madrid unas reuniones con carácter nacional de conservadores de Museos con objeto de plantear, discutir y estudiar los problemas que con carácter general se presentan en estas entidades sociales y culturales, que conocemos con el nombre de museos. La historia de estos ha ido transformándolos en algo que ya apenas tiene nada que ver con el carácter más primitivo con que empezaron. Antes, un museo –y todavía desgraciadamente pervive en muchos estratos sociales e incluso en personas que se dicen cultas- era simplemente un lugar donde se guardaban objetos de arte, una especie de almacén, que, en el mejor de los casos podía hacerse público, pero que no tenía otra finalidad que la visión de sus fondos. Se abría a una hora determinada y se cerraba a otra. La gente pasaba, veía las piezas, generalmente en un desorden artístico y cronológico, y se salía sin apenas recibir más impactos que aquellos que la estatua o la pintura producía por sus propios méritos.
Este criterio, fundamentalmente pasivo y muerto, en el que han vivido la mayor parte de los museos hasta el pasado siglo, ha cambiado totalmente en la actualidad. Ahora, un Museo, no es un lugar de desfile, aunque pueda serlo, sino un centro de cultura, un verdadero foco de proyección de inquietud y de enseñanzas hacia la sociedad. Es un lugar donde se cultivan y abonan las sensibilidades, donde debe de poderse estudiar, investigar, charlar, discutir, cambiar impresiones sobre los distintos aspectos que se exponen, y en donde el interés por la ciencia está siempre a flor de piel, y es el motivo fundamental de una convivencia basada en semejantes inclinaciones.
Un museo, no es sólo una suma de salas con vitrinas más o menos funcionales, donde se colocan los materiales artísticos, arqueológicos, históricos, científicos, etc., sino que debe de ser un centro de inquietud que perfore las capas más diversas de la sociedad ciudadana o comarcal. Si un museo se cierra en sí mismo, no deja de ser una importante tumba simbólica de la cultura, una especie de reminiscencia del pasado, digno, como éste, de enterrarse con todos los honores. Un museo debe de estar abierto a la juventud, como uno de los posibles atractivos para ésta más apasionantes, y donde puede sentir la fuerza de la historia y del arte, haciéndole copartícipe de ellas, analizándolas, envolviéndose en su trascendencia y procurando que el espíritu joven se sienta tocado por estas emociones con un anhelo que aspira a potenciarse día a día, sin límites, ni aburrimientos.
La cultura ya no puede darse sólo en los institutos, escuelas o Universidades. Estos centros, de por sí, son algo excesivamente teórico para unos momentos en que el contacto con los problemas directos se exige cada vez con más fuerza.
Esperamos que las próximas reuniones en Madrid de aquellas personas que más directamente están involucradas con la organización museística española, consiga poner en su punto esta necesidad de renovación, no ya sólo de las instalaciones de muchos de los museos españoles, que todavía viven en un estado de fin de siglo, sino, y en cosas más importantes, como pienso es la consideración total que debe en la actualidad darse a los museos, haciéndoles pasar del concepto clásico de exposición y llevándoles a la realidad, que debe de imponerse, de que se les considere como verdaderos y primordiales centros de enseñanza, de cultura, de formación y de auténticos promotores de ilusiones elevadas, para terminar con esta pobrísima actitud de la vida actual(71).
(71) Nota actual: Es evidente que en estos últimos años del antiguo régimen, y en los primeros de la transición, en donde quisimos encajar nuestra charla, ya en el extranjero y en España se estaba concibiendo a los museos como entidades educativas completas, emulando –con otros fundamentos más prácticos, objetivos y directos- a las Universidades. Lo que entonces principiaba –en cierta manera novedoso- se ha hecho ya normal, aprovechando el progreso de las técnicas, que muchas veces, a mi sosegado parecer, se están pasando un poco, pues aunque todo museo tiene un cierto fondo de espectáculo, tiene también un deseo de cambiar la sensibilidad del espectador moderno, que, esperando sumergirse en épocas que ansiaba revivir, se encuentra con que la tecnología actual, le enseña, pero también en muchos casos, le impide, “transmigrar” su alma moderna que ansiaba conectar en el museo, o en los llamados “Centros de interpretación”, con las almas de otros tiempos en los que la vida, el arte, el sentir, podían conmoverle, y apercibe que el modo ostentoso y llamativo con que todo le es expuesto, no le permite liberarse de su actualidad, que ya excesivamente conoce.
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