30 marzo 1977
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Ilustración G. Guinea |
Para los montañeses, la villa de Aguilar de Campoo, en la vecina provincia de Palencia, no es ciertamente una desconocida. Su proximidad a los límites meridionales de Santander, sus relaciones siempre frecuentes con la capital santanderina, el haber sido en otro tiempo la cabeza de esa gran región histórica que se llamó Campoo y que hoy se divide entre Santander y Palencia, ha acercado a nosotros esta bella villa llena de arte y de recuerdos. Viene hoy a la actualidad, la ciudad también de las galletas, por un hecho cultural importante: la continuación de la empresa restauradora del soberbio monasterio de Santa María la Real, que, empezada hace años, quedó detenida por falta de subvenciones que pudieran cubrir la costosa tarea de adecentar una construcción de tan enormes dimensiones.
Para quien no conozca la riqueza monumental de Aguilar y de sus alrededores, yo le recomendaría una pronta excursión un fin de semana a fin de contemplar, y en muy pocos kilómetros, bellezas como este monasterio de Santa María, la Colegiata, la deliciosa iglesia románica bajo el castillo, y otros pueblillos no muy lejanos, donde la historia y el tiempo compitieron en acumular muestras artísticas: apostolado románico de Moarves, fantástico frontal de piedra quemada de rojos; dentro de San Andrés de Arroyo, su claustro, otra maravilla matemática y geométrica del románico, pura perfección de exactitudes; pinturas de San Pelayo de Perazancas, tan antiguas como los frescos de San Isidoro de León o Santa María de Tahull…
Pero quizás, lo que más le sorprendería al viajero, sería la grandiosidad casi escurialense del Monasterio de Santa María de Aguilar. Ahora, además, tiene todavía ese encanto romántico de la ruina y uno siente que lo quiere más porque lo encuentra abandonado. El gran patio de entrada, enverjado, magnífico de dimensiones, soleado, con muros levantados del siglo XVII y XVIII, y un arroyo interior de aguas caudalosas y limpias, que corre por dentro mismo de la edificación, como si la iglesia un día al aire, al sol de Castilla, la hubiesen acotado con río y todo para que jamás pudiese ver, por ejemplo, esa monstruosidad de colocar, junto al castillo de Aguilar una torre metálica gigantesca que es como un reto y una ofensa a la sensibilidad artística del ser más indiferente a la estética, y coronada, además, por un tendido de gruesos cables que baja por la ladera del castillo, como una gran soga negra para ahorcar el pueblo. ¡Ay, señor, señor! ¿Pero qué costaría respetar con cultura, con una visión normal de nuestras bellezas (no se necesita para ello ser un Eugenio D’Ors o un Azorín; lo que parece se necesita es que se organicen cursos de capacitación histórico-artística para grandes empresarios, que no les vendría mal); qué costaría –digo- hacer las cosas bien en vez de hacerlas mal, chapuceras, y con la ley del mínimo esfuerzo?
Pero quizás, lo que más le sorprendería al viajero, sería la grandiosidad casi escurialense del Monasterio de Santa María de Aguilar. Ahora, además, tiene todavía ese encanto romántico de la ruina y uno siente que lo quiere más porque lo encuentra abandonado. El gran patio de entrada, enverjado, magnífico de dimensiones, soleado, con muros levantados del siglo XVII y XVIII, y un arroyo interior de aguas caudalosas y limpias, que corre por dentro mismo de la edificación, como si la iglesia un día al aire, al sol de Castilla, la hubiesen acotado con río y todo para que jamás pudiese ver, por ejemplo, esa monstruosidad de colocar, junto al castillo de Aguilar una torre metálica gigantesca que es como un reto y una ofensa a la sensibilidad artística del ser más indiferente a la estética, y coronada, además, por un tendido de gruesos cables que baja por la ladera del castillo, como una gran soga negra para ahorcar el pueblo. ¡Ay, señor, señor! ¿Pero qué costaría respetar con cultura, con una visión normal de nuestras bellezas (no se necesita para ello ser un Eugenio D’Ors o un Azorín; lo que parece se necesita es que se organicen cursos de capacitación histórico-artística para grandes empresarios, que no les vendría mal); qué costaría –digo- hacer las cosas bien en vez de hacerlas mal, chapuceras, y con la ley del mínimo esfuerzo?
Pero en fin, decía que el monasterio de Santa María la Real de Aguilar va a ser de nuevo restaurado. La dirección corre a cargo de un arquitecto hijo del pueblo, José María Pérez González (“Peridis”), lleno de entusiasmo y de saber y que no está dispuesto precisamente a eso que criticamos, a hacer una chapuza. Millones se habrán de meter allí a raudales, como escarabilla, si se quiere trabajar con decencia. El pueblo está dispuesto a apoyar esta empresa. Yo que, en su día, estudié el monasterio y le viví horas seguidas, analizando todos sus detalles arquitectónicos, que son muchos y complejos, siento una enorme alegría al ver que hay mentes y manos entusiasmadas que van a salvarle del desamparo y de la desidia. Fundado en los comienzos del siglo IX de acuerdo con una bella leyenda, pronto es morada de canónigos regulares que dejan paso, en 1169, a la orden monástica de los premonstratenses. Sus bellos capiteles tallados, de finales del XII, están hoy en el Museo Arqueológico Nacional, y sería bien visto que, una vez acabada la restauración, volviesen de nuevo a su viejo y solemne emplazamiento.
El monasterio de Aguilar, es sólo un botón de muestra de lo que todavía queda por hacer en la defensa de nuestro patrimonio nacional. Confíemos en que vengan próximos tiempos (y han de ser próximos, pues si no tendremos que recoger solo los escombros) en que el Estado inicie una política general de restauración que deje en su punto tantos edificios, iglesias, castillos, torres, casonas, etc., que están pidiendo a gritos –a un país sordo- un poco de atención en su situación desesperada(70).
(70) Nota actual: La restauración del monasterio, que empezó, como vemos en este año, resultó un éxito de Peridis que consiguió el Premio Europa Nostra; años después, para entregar la condecoración, acudió la reina Doña Sofía al monasterio. Ciertamente la conclusión de los trabajos, a los que contribuyó voluntariamente gran número de vecinos de la villa, incorporados a una asociación denominada “Amigos del monasterio de Santa María la Real”, resultó un verdadero hecho encomiable, digno de rememorar –y no olvidar- para ejemplo de lo que puede conseguir una voluntad colectiva cuando se ve impulsada por la ilusión y el afecto a sus cosas.
Para la conservación del “nuevo” monasterio, se pensó en que se instalase en él una comunidad de monjes de Poblet, pero no sé por qué, fracasó esta solución, que hubiese sido un “enganche” histórico al medievalismo del monumento. A esta idea la sustituyó otra más práctica: la de destinar una parte a Instituto de Segunda Enseñanza, y otra para servicio de un recién creado “Centro de Estudios del Románico” que, más tarde, se incorporó a la actual “Fundación de Santa María la Real de Aguilar de Campoo”. Han pasado muchos años de esto, pero la Fundación presidida por Peridis, es hoy día, en 2011, no solo un centro cultural en pleno desarrollo, sino una de las empresas sin ánimo de lucro, más destacadas de la provincia de Palencia. Yo, que de ella he formado parte, le deseo todo lo mejor, pido que no se le deje de ayudar y espero que los todopoderosos políticos la vean siempre muy por encima de toda mudanza gubernativa. ¡Law gállán!
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