01 Septiembre 1976
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Ilustración G. Guinea |
Vaya hoy dedicado mi espacio “Artes y Letras” a una comarca montañesa, tan castellana, que se llama Valderredible. Y esto porque, aunque la he recorrido con frecuencia, hace muy pocos días que la he vivido de nuevo, incluso hasta el fondo de alguno de sus pueblos más apartados. La zona de Valderredible, cuyo nombre viene de Val de Ripa Iberi, es decir, valle de la orilla del Ebro, es uno de los más viejos rincones de nuestra provincia que, por estar más allá de los montes (ultramontes), y en vertiente opuesta a la cantábrica, parece como si la hubiésemos olvidado dejándola un poco al albur de sus circunstancias o, para ser más snob, de su situación coyuntural. Y la verdad es que la coyuntura de Valderredible, es francamente pesimista. Los pueblos –sus bellísimos pueblos, de solemnes casas de piedra arenisca de sillería, las más- están en trance de convertirse, muchos de ellos, sobre todo los apartados, en un total abandono. La emigración es masiva, desde hace años, e incontenible. En algunas aldeas quedan uno, dos vecinos, ya viejos, y las casas parecen haber sufrido el paso destructor de una guerra. Hay más ruina en Valderredible que vida; más desierto que huerta, más mudez que alboroto, más tristeza que alegría. Valderredible va siendo, cada vez más, un valle que fue, un pasado más que un presente, un recuerdo más que una vivencia, casi ya más nostalgia que realidad. ¡Delenda est Valderredible!. El Valderredible natural, el valle de la ribera del Ebro, el paisaje, existe todavía, perennemente, mientras la Tierra ruede. Lo que va desapareciendo es el hombre campesino, absorbido y arrastrado por esas máquinas y engranajes proletarios que se llaman Bilbao, Barcelona, Avilés. Irremisiblemente, la raza, lo peculiar, la tradición, el contacto hombre-campo, se extinguen, se destruyen, y van quedando solas sus bellas y humildes iglesias románicas, llenas de tiempo, talladas primero por manos de desconocidos canteros y ahora por el viento y las aguas. Suelen estar en lo alto de una pequeña cota, de un castro fortificado naturalmente, como la de Sobrepeña, sobre una verruga de roca arenisca blanda y ferruginosa que se desmorona en arenas, como la de Rebollar, o en las proximidades del Ebro, en vegas en otro tiempo ricas, como el misteriosamente histórico monasterio de San Martín de Elines, en donde su párroco, Don Bertín, ha puesto el amoroso contrapunto de las rosas.
Los pueblos bajos, aquellos que se asientan a lo largo de la carretera que va desde Quintanilla de las Torres a Escalada, o la que entra desde el alto de Carrales a Ruerrero, aún respiran en los últimos momentos de su muerte. Pero los altos, como La Serna, Salcedo, San Cristóbal del Monte, etc., son ya prácticamente irrecuperables. A Salcedo, por ejemplo, se sube desde Ruijas, andando, por un terreno pindio y agreste, que cruza una alta loma y va a caer en una carreruca arbolada y sombría. Nos reciben ruinas, tanto de casas como de cercas, de lo que parece, por su prestancia, los últimos vestigios de antañones palacios. Las calles han sido invadidas por la yerba y la mayor parte de las casas, si se mantienen, están cerradas y descuidadas, hace tiempo abandonadas. Los meses de verano regresan algunos vecinos que trabajan en Baracaldo, Bilbao o Santurce. Los mayores aún sienten el reenlace con el pasado rústico, con su niñez allí vivida, con su juventud tranquila y humilde, quizás hasta pobre, pero necesariamente inolvidable. Pero los que ya no nacieron en Salcedo, en Castrillo, en Navamuel, ven las aldeas de sus padres y abuelos con otros ojos, y poco a poco se irán sintiendo desarraigados, atraídos por otras costumbres desencantadas.
Casi todas las iglesias, aunque reformadas en el siglo xvi, conservan restos románicos, pilas bautismales, sobre todo. Villanueva de la Nía, Santa María de Hito, Rocamundo, Villamoñico, las tienen grandes y decoradas. Otras iglesias, vigilan, a sus pies, viejos sepulcros excavados en la roca. El roble sube y baja las cuestas, infatigable invasor de las vertientes, y hasta se congrega en los terrenos bajos. Enormes filas de chopos, iguales de altura, como podados a cuchillo, enmarcan los bordes del Ebro, que poco a poco se va ahondando entre hoces impresionantes, grandes muelas o castillos naturales, que se alzan dominadores de los pueblillos, como en Villaescusa de Ebro, cuya iglesia, abandonada, parece un pájaro anidando en el cuenco de altivos acantilados.
Algún pueblo – Río Panero- conserva un poco el emblema semántico de algo que todavía es noble, puro y excelente en Valderredible: el pan. Aunque ya no se cuece en los hornos individuales de otros tiempos, aún se mantiene la tradición de los hornos de leña y hay panaderías como las de Ruerrero o Báscones de Ebro, que fabrican piezas que aún huelen al pan de siempre, grandes hogazas o tortas de aceite que, recientes, son el más admirable manjar que ya, hace tiempo, habíamos olvidado.
Valderredible tiene tanto fondo, tanta historia y tanta densidad humana acumulada desde siglos, que es imposible en tan pocos minutos dar una idea de su enorme posibilidad de sugerencia. Prometo volver de nuevo a ocuparme de alguno de su más destacados atractivos –aparte del de su silencio- como pueden ser sus originales iglesias rupestres. Por cierto, la más conocida, la de Arroyuelos, ¿no habrá nadie que la adecente un poco? ¿No existía un proyecto para ello? ¿Acaso se traspapeló o se perdió en el barullo político actual?(56)
(56) Nota actual: ¡Ay, querido valle de la orilla del Ebro! Tanto ha sido mi cariño hacia ti, y mi entusiasmo por tu hermosura y tu silencio, que me he quedado a vivir en tu rincón palentino, en un pueblo que lleva nombre digno de un códice medieval o de un romance de los siete Infantes de Lara: Olleros de Paredes Rubias. De antiguo fuiste una aldea del Alfoz que se llamó como tu apellido: Alfoz de Paredes Rubias, y yo sé muy bien que el origen de este nombre viene por los atardeceres. Algunos días, cuando el sol está cabeceando sobre el Curavacas y el Espigüete, y en el cielo parece diluirse un gran charco de sangre, las rocas de tu contorno y los muros de sillería de tus casas se tiñen también de cálidos reflejos ruborizantes. Son los últimos alientos de la tarde, una despedida de color que anuncia la proximidad de las sombras.
Misterioso Valderredible. Te has ido quedando solo porque tus aldeanos, desde 1950 prefirieron abandonar sus casas e irse a ciudades que creían con más futuro. No se fueron, como ahora alguno quiere decirnos, porque les agobiaba el hambre. Se fueron porque el progreso industrial, los tractores, les quitaron el trabajo. Y sobre todo, se fueron porque la televisión les presentó un mundo engañoso de bienestar y diversión. Ya sé que nadie tuvo la culpa, pero fue así. Al mundo de la calma, del sosiego y de la vida lenta, le sustituyó otro, el de la velocidad y la prisa. El vivir al ritmo humano y animal acabó, y ha venido otro que obliga al hombre al apresuramiento alocado y que siempre he creído absurdo. ¿Por qué el ser humano ha de hacer las cosas y vivir tan deprisa, si, afortunadamente, la tierra que le sustenta seguirá existiendo miles de años? ¿Es que cree, acaso, que cuantas más experiencias acumule su vida estará más llena?
Pero bueno, pido perdón al lector, porque indefectiblemente, cuando pienso, leo o escribo sobre Valderredible, me vienen a la cabeza sugerencias pseudo filosóficas de poco más o menos, que interrumpen la línea de la realidad, que es la que importa.
¿Qué va a ser de Valderredible? ¿Cuál es su futuro? La cultura rural y la vieja vida campesina se fueron con sus vecinos. Tal como era, es natural, no volverá. Se está manteniendo por alguno de los que quedan, una explotación ganadera de vacas de carne que desconozco si tiene o no futuro. Algunas parejas de jubilados regresan a sus pueblos, arreglan sus casas, si no se han caído, y viven con sus sueldos y el cultivo de un pedazo de huerta, si están para el trabajo. También algunos matrimonios jóvenes, que quieren huir de las ciudades, se establecen, con sus pequeños hijos, y viven del turismo en casas rurales o con industrias de productos lácteos: yogures, quesos. El cultivo de la patata, antes extensivo, permanece como uno de los productos más solicitados, y sostiene todavía a algunas familias…
Pero estimo que la vida en Valderredible podrá mantenerse en un nivel de vida normal, si aprovecha sus recursos fundamentales: el clima, el paisaje, la historia y el arte. ¡Lástima que generaciones anteriores no hayan declarado Parque Natural o Bien Cultural el conjunto que forman Campoo, Valderredible, norte de Palencia y Burgos, cuando, en su día, así se hizo con los Picos de Europa! Se hubiesen salvado estas bellísimas comarcas de determinados falsos progresos que hoy les afectan, y de otros que están, desgraciadamente, por venir, los horribles aerogeneradores que alguien, falto de sentido, responsabilidad y sensibilidad paisajística, ha permitido que se coloquen.
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