Universidades y Museos

31 marzo 1976

Sello del Museo Provincial de Prehistoria y Arqueología de Santander
  De todos es sabido, porque las circunstancias y las “coyunturas” del momento así lo han establecido, con conocimiento ya desde hace años, que las Universidades pasan por momentos críticos y decadentes, y que no sabemos si ello será un episodio tan sólo circunstancial y momentáneo o ha de continuar este rumbo negativo sin, tal vez, posibilidad de corrección en el futuro. Las causas son difíciles de determinar, aunque una de ellas pudiera muy bien ser el rápido tránsito, de una Universidad familiar a otra masificada; de una Universidad donde profesores y alumnos se conocían, a la actual en que todos, enseñantes y enseñados, son simples números en una máquina despersonalizada y casi, casi deshumanizada.

  Creo que con este rumbo, en donde se ha perdido el entusiasmo de la comunicación directa, la Universidad ha perdido también su mayor aliciente y su mejor atractivo. El calor humano, la relación frontal han muerto. Y la enseñanza se desgrana en una frialdad insípida, nada atrayente, porque una Universidad no puede prescindir de lo que siempre fue su impulso vital.
Al contrario de lo que a la Universidad sucede, existen otras entidades culturales que van adquiriendo una trascendencia que hasta ahora no tenían y que, en muchos casos, van supliendo las altas enseñanzas que antes sólo incumbían a las Universidades. Me refiero a los Museos. De hace 50 años hasta el presente, el Museo se va implantando, en todos los países, como algo esencial y en cierta manera sustitutivo.

  Como los museos son muy variados de contenido y abarcan ramas de todo tipo: Ciencias Naturales, Físicas, Historia, Arte, técnicas, etnografía, etc., cada uno en sus especialidades puede organizar verdaderos centros de estudio, trabajo e investigación que, poco a poco, vamos viendo en competencia muy digna con aquellos que realizan las Universidades. El Museo tiene además la ventaja de que sus sistemas directos, la presencia de los materiales allí mismo, proporcionan un interés real, y un atractivo que, a veces, puede hacerse apasionante. La enseñanza técnica va declinando, y en esta sociedad, cada vez más acostumbrada a los estímulos visuales, parece imprescindible contar con ellos para cualquier fin de conocimiento.

  Un Museo ya no es lo que vulgarmente piensa la gente: un lugar, un espacio cerrado donde se exponen objetos para su contemplación y disfrute. Un Museo es mucho más que todo esto, siendo esto bastante. Es un centro de trabajo y de cultura, abierto en un doble sentido: a la sociedad en general para aumentar en ella el interés por el conocimiento de las cosas, de la historia del hombre, de sus progresos; y a una minoría estudiosa e investigadora que buscará no sólo desvelar acusadamente el pasado sino preparar los progresos del porvenir.

  Todavía, sin embargo, el camino que lleva a esta situación ideal a que se dirigen los museos, necesita de tiempo para irse haciendo. Aún quedan museos tristes, olvidados, viejos museos sin alma y sin empujes, que son como islotes inexpugnables a los que la sociedad no puede acceder. Museos sin vida, o con ella apagada, como si estuviesen recién creados en el siglo XVIII; museos que esconden su apatía en un solo valer de exposiciones más o menos cuidadas.

  Pero el momento de estos centros de cultura está llegando. Muchos de los grandes museos de espléndida organización y de reconocido trabajo internacional, están haciendo las veces de verdaderas Universidades, y manteniendo en alto el orgullo del saber y de la cultura. Y en tanto que aquellas decaen, estos siguen su ascenso, mejor adaptados y comprendidos por la sociedad donde se instauran. Al menos por esos mundos de Dios, porque, en lo que a mí toca, la realidad es aún más triste. Como director del Museo de Prehistoria de Santander –y no es un lamento personal, sino un ejemplo- conseguí que aquel fuese un centro vivo de trabajo y de estímulo, y ello con muchos esfuerzos y sacrificios. ¿Y saben Ustedes lo que ha pasado? Pues simplemente que aquí, quienes deberían estar orgullosos de su funcionamiento, prefirieron la vía antigua del museo exposición, del museo muerto, y lo mataron, lo asesinaron, diría mejor, cuando estaba en su momento más espléndido. ¿Responsables? La historia lo dirá y pondrá sus nombres en la negra lista del desprecio(43).


(43) Nota actual: Hoy, después de 36 años que pronuncié esta charla, cuando ya puedo decir algo más templado y contar las cosas con menos apasionamiento, pues el tiempo es la mejor goma de borrar las decepciones, quiero recordar –desde luego, con cierta melancolía- los quince años (1962-1978), uno tras otro, que este museo de Prehistoria y Arqueología de Santander tuvo una excepcional vitalidad que le llevó a convertirse en uno de los centros culturales y educativos más destacados de la capital, y por ello es muy digno de que yo relate ahora la importancia que en ello tuvo una juventud casi adolescente que a mi llegada como director se vino a mí, al separarse del Frente de Juventudes, buscando un nuevo lugar para proseguir sus aficiones espeleológicas.
No es por mí (sería absurdo, que a estas alturas, alguien me lo atribuyese a vanidad o presunción) por lo que ahora quiero recordar esta historia que, empezando, casi como un juego, llegó a hacerse grande. En un museo que encontré prácticamente adormecido y cansino, sin biblioteca, con vitrinas casi decimonónicas, calificado por los funcionarios de la Diputación, con el despectivo título de “Las piedras”, entró nuevo aire juvenil y moderno, cargado de ilusión y esperanza.
Es a estos jóvenes, a los que quiero –en lo que mi memoria pueda- mencionar por sus nombres, para que su trabajo desinteresado, su vocación, a veces su arriesgada aventura, no quede en el olvido por falta de publicaciones. Es a ellos a los que tengo que agradecer que yo encontrase, en esta mi tarea, obligadamente culturizante, el aliciente necesario para poder montar una ilusión capaz de llegar a paliar el decepcionante hallazgo de un museo casi mortecino.


Breve historia del museo de prehistoria de Santander, desde 1962 a 1987:


Aunque pueda resultar un poco larga esta nota, tengo la obligación, y el derecho, de dar a conocer -a las nuevas generaciones que no las vivieron-, un brevísimo resumen de las múltiples actividades que en el museo se desenvolvieron desde 1962 hasta 1967, primero en su Seminario Sautuola, y desde 1967 a 1987 en los Institutos Sautuola de Prehistoria y Arqueología y Juan de Herrera, que con la fundación de la Institución Cultural de Cantabria, correspondieron en su actividad al museo.
Desaparecida la organización inicial de la Institución, y habiéndose suprimido el Instituto de Arte Juan de Herrera de Historia (cosa que parece injusta al tiempo que absurda),  el museo siguió trabajando tanto en arte provincial como en prehistoria y arqueología, pues ambas disciplinas encajaban perfectamente en las responsabilidades que el director del museo tenía como consejero provincial de Bellas Artes y responsable de las excavaciones arqueológicas de la región, y por ello actuó al margen de la Institución Cultural de Cantabria, que inició una decadencia de la que no pudo salir, a pesar de que se fue conservando su nombre, tan sólo como el recuerdo de la época gloriosa que vivió (1967-1975), con la dirección de su primer director, que siguió como director del museo hasta su jubilación en 1987, sin que, para nada, se rompiese (aunque naturalmente disminuyese) su actividad.

Cuando en los primeros días de marzo de 1962 llegué al Museo de la Diputación de Santander y vi en qué situación estaba, tanto en instalación como en personal directamente implicado en su funcionamiento, sentí un inicio de depresión que me hizo llegar a pensar que si no podía aumentar el equipo de trabajo e investigador, así como el de conservación y vigilancia, tendría que volver otra vez al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, de donde venía. El primer equipo que yo encontré lo formaba, un vicedirector, el Padre don Joaquín González Echegaray, que en ese momento estaba enfermo en su casa de hepatitis y me indicó, en la primera visita que le hice, al día siguiente de mi llegada que, en cuanto se pusiese bien, tenía que ir a Jerusalén, donde dirigía excavaciones en El Khiám. Cosa que comprendí, pero que resultaba enormemente negativa para el conocimiento de la organización que en el museo existía. Me presentó a tres o cuatro entusiastas de la Prehistoria que tenían ya su trabajo, pero con los que solía reunirse para comentar temas, viajes, impresiones, e incluso alguna publicación referente al estudio de las iglesias rupestres de Cantabria. Dichas reuniones no tenían ninguna oficialidad, ni fijación de obligaciones. Ellos me recibieron con todo afecto, y les recuerdo como buenos amigos y posibles colaboradores, pero, como su trabajo era ineludible, no podía contar con ellos. No se me olvida, sin embargo, el nombre de alguno pues siempre siguieron atentos a lo que en el museo se organizaba. Manolo Carrión Irún, José Luis Aguilera, Chisco Mateo, Regules, fuisteis los primeros a quien traté en una ciudad que, a pesar de ser montañés, apenas conocía, pues mis afectos estaban sobre todo en Valladolid, donde viví desde la adolescencia hasta mi marcha a Madrid, en los años 50, o en el valle de Campoo, donde todos los veranos de mi niñez, me acogía en la casona familiar de Naveda.
En todo el museo, inexplicablemente, no existía biblioteca, ni normal, ni especializada. En mi despacho, que era el del Padre Carballo, sólo había un pequeño armario de tres baldas con sólo 25 libros –bien contados- por toda ayuda. El porvenir, pues, era, en verdad, decepcionante y capaz de abatir al más ilusionado. Y esto ya en la década del sesenta. El haber recorrido algunos museos extranjeros, sobre todo franceses, gracias a una beca que me concedió el Ministerio de Educación, me puso en un dilema comparativo que aumentó todavía mis pesares. Si cien años antes hubo aquí un Menéndez Pelayo que hizo entrar a Santander en la modernidad, y en el mismo año que yo llegué, aún pervivía la enorme emoción cultural creada alrededor del grupo de “Proel” y de la “Isla de los ratones”¿cómo había caído tanto el panorama? No fue, desde luego, el fundador del museo, el Padre Carballo, quien tuvo la culpa, pues si acumuló fuerza y valor para crearlo, él mismo nos dejó escrito (véase sus memorias inéditas que se conservan) las enormes dificultades que encontró para desarrollarle, y la dejadez, salvo reducidas excepciones, que encontró por parte de los políticos de la época.
Pero olvidemos tiempos pasados y veamos la nuestra. Esta, de verdad, se presentaba llena de incertidumbre, pues no veía un ambiente claro ni esperanzador. Sin embargo, lo inesperado vino en mi ayuda. Una de mis intenciones fue siempre hacer del museo un centro de cultura que se proyectase a la sociedad, no sólo en su temática prehistórica, sino en todo aquello que afectase a la formación integral e intelectual del hombre. Así se entendía ya en la mayor parte de los museos europeos que iban dejando de ser tan sólo salas de exposición de objetos de arte e historia, para convertirse en lugares de investigación de atracción de vocaciones, de creación y de educación, equiparando, y aún superando en estos aspectos a las universidades, y sacándoles de esas entidades provinciales cerradas y anquilosadas, difícilmente aceptadas por sociedades ya muy evolucionadas.
Pero un día, cuando estaba ideando qué podría hacer, se presentaron en mi despacho unos jóvenes espeleólogos del Frente de Juventudes para ofrecerse como colaboradores del museo, en lo referente al estudio de las cuevas. Me causaron muy buena impresión y con ellos formé el Seminario de Prehistoria y Arqueología Sautuola, que comenzó su trabajo –como en líneas anteriores indiqué- el 20 de marzo de 1962, formando también parte de él los entusiastas tertulianos que se reunían en el museo antes de mi llegada.
Con la creación de este Seminario a la manera que el profesor y rector Cayetano de Mergelina, de la Universidad de Valladolid hizo con sus alumnos, se inició, muy humildemente, la trayectoria del museo que la Diputación de Santander me tenía encomendado.  
La puesta en marcha inmediatamente de la Sección de Espelología (SESS) dentro de nuestro seminario, bajo la dirección de Alfonso Pintó, pronto pudo comprobarse que iba a ser la columna vertebral de nuestros iniciales trabajos de descubrimiento, planimetría, catalogación y estudio prehistórico de las numerosas cuevas que fueran halladas. No puedo, como es natural, extenderme en anotar todo lo que se hizo, pero ya en 1964, dos años después de fundada la SESS, ésta tuvo tal eco que acercó a nuestro museo a García Viñolas para rodar en televisión un documental en “Imágenes” del NO-DO, que proyectó nuestros trabajos cavernícolas a toda España. Y mucho más, llegó en 1965 a crearse una revista compuesta por la SESS, que con el nombre de “Cuadernos de Espeleología”, y patrocinada por el Patronato de las Cuevas prehistóricas, pudo llegar en 1982, al nº 10, y en donde hasta esta fecha, e intercambiada con otras revistas europeas, contribuyó a la formación de esa biblioteca especializada que yo tanto anhelaba. En 1987, cuando me jubilé, la biblioteca del museo podría contar con unos 20.000 volúmenes.
Resumiendo, desde 1962 al 1967, año éste en el que el Seminario se incorporó a la Institución Cultural de Cantabria, fundada por el presidente Escalante, se realizaron las siguientes y más destacadas actividades: en marzo del 62 se trabajó en los estudios de las cuevas de La Cañuela, donde aparecieron fragmentos de cerámica de la Edad del Bronce; la de Cubias Negras, con restos de Ursus Speleus; las del Salitre, y las del Piélago, donde se hallaron útiles magdalenienses a flor de tierra, que ya habían descubierto los capataces de D. Alfredo García Lorenzo, ingeniero de la Diputación y conservador de las cuevas de Cantabria en el Patronato de las Cuevas, antes de mi llegada, excelente técnico, gran entusiasta de la Prehistoria, quien nos dio a la SESS conocimientos muy valiosos. Dichas cuevas fueron excavadas por el museo y su Seminario durante nueve campañas seguidas, que culminaron con su publicación en la revista Sautola IV (1985) determinándolas como las más importantes para el estudio de los niveles de la cultura aziliense en Cantabria. Se inician los Primeros Cursos Públicos, con el de Prehistoria y Arqueología en 1962, en el museo que sin interrupción acaban en 1975, fecha de la crisis de la Institución Cultural y como consecuencia de ella. En sus diez cursos se tocaron temas fundamentales: Mundo clásico, Egipto, Pueblos prerromanos de España, Cantabria en la Edad Media, los romanos en España, etc.  Y García Guinea, con miembros del Seminario realiza en noviembre de 1962, las excavaciones del Castellar (Palencia) (Dirigidas por García Guinea, con la colaboración de los miembros del Seminario Sautuola, P. González Echegaray, Benito Madariaga, A. Bejines, J. A. San Miguel (Sanmi), M. A. Zubieta, Romualdo Hernández, J.M. Noreña, Mª Nieves del Río, Teodoro Palacios, Justo Colongues, Alfonso Pintó –director de la SESS-) También se celebró en este año, en noviembre, el día 3, y en el museo, un homenaje al P. Carballo, con motivo del primer aniversario de la muerte del fundador, con semblanza del fallecido por el director y conferencia del P. Echegaray sobre Las ciudades muertas del desierto. El Seminario organizó una expedición a Nerpio (Albacete), descubriendo interesantes pinturas rupestres levantinas que nunca habían sido estudiadas. En agosto del 62 se excava la cueva de la Chora, por todo el Seminario.
En el siguiente año de 1963, sigue la SESS sus actividades espeleológicas con el descubrimiento y estudio de varias cuevas: de los Chivos muertos, Cudón, etc. Y se acaba y edita la Guía del Museo, que, empezada por el P. Echegaray, y ante la ausencia de éste, continuó el director, con fotos directas de Ángel de la Hoz, y que edita la Dirección General de Bellas Artes.   En julio de este año comienzan los trabajos en la cueva del Otero, en la que colaboran Benito Madariaga y otros doce miembros del Seminario Sautuola. Se hacen calcos de las pinturas de la Cueva de las Chimeneas, durante varios días, por García Guinea y M. A. Zubieta, para ilustrar el trabajo del P. Echegaray sobre la citada cueva. Nueva expedición a Albacete, en busca de pinturas y para realizar las excavaciones del castro ibérico de El Macalón, que publican en 1964 García Guinea y San Miguel Ruiz.
Ya en 1964, en enero, va el Seminario a trabajar en el castro cántabro-romano de Cildá (Palencia), donde se mantiene varios años, hallando numerosas estelas romanas, que fueron incorporadas a la muralla del siglo V (d.C). También en este año es el viaje del director a Egipto para dirigir, dentro de la misión española, con motivo de la presa de Asuán, dos yacimientos en el Sudán egipcio, próximos a Guadi Jalfa, una necrópolis meroítica en Argín y una aldea medieval en Addonga. Ante la escasez de presupuesto en el museo, idea el Seminario, ponernos a trabajar para hacer calcos de pinturas de nuestras cuevas y venderlas a instituciones extranjeras. Nos hicieron peticiones de las universidades de Harvard y Utah (U.S.A.), Bergen (Noruega), Chicago, Sud África, etc., así como investigadores de USA, Canadá, Noruega, Jerusalén, etc., con lo que conseguimos algo para nuestras excavaciones.
En 1965 se publica un Manual de Arqueología, compuesto por García Guinea, con dibujos de M. A. Zubieta y editado por Ediciones Santillana, para adolescentes interesados en esta materia.
La SESS sigue su continuada labor, dirigida por Alfonso Pintó, llegando a realizar un estudio sobre La depresión cerrada de Matienzo, que ocupa todo el número 2 de Cuadernos de Espeleología. Todos los miembros del Seminario, se vuelcan en este trabajo. Juan Carlos Fernández Gutiérrez, muy conocedor de la geología regional hace los estudios morfológico e hidrológico, y el resto de la SESS y del Seminario trabajan en las cuevas. Antonio Begines Ramírez inicia la catalogación de las cuevas de Cantabria, que en años posteriores será continuada por José León García, que en 1997 editará los dos grandes volúmenes Cantabria subterránea. Catálogo de grandes cavidades, valiéndose de su formación en la SESS del museo, obra que es, sin duda, un estudio casi definitivo para conocer la riqueza espeleológica de nuestra provincia.

Desgraciadamente sucedió por estas fechas, el penoso acontecimiento de la muerte en accidente de montaña de uno de los miembros más destacados de la SESS, su secretario, José Ramón Blasco Campos, de 19 años de edad, al descender de Castro Valnera (1707 metros). Fue una tragedia que conmovió a todo el Seminario, que le quiso recordar colocando, en acto comunitario, una lápida en el interior de la cueva de La Busta que José Ramón había descrito y planificado, al que asistió, con todo el Seminario, su madre.
El número de miembros de éste, aumentaba cada día y a los ya citados no quiero dejar de recordar otros muchos que igualmente trabajaron en los empeños de todos: J. A. Grandal, Alberto Alfonso Gómez, Regino Rincón, N. y J.L. Peredo, Vicente Gutiérrez Cuevas, J. Gomarín Guirado, Mario Gómez Calderón, Jesús Saiz Omeñaca, Díez Rasines, Martín Cabezas, López Jorde, Norberto Peña, Torres García, Arce Llata,  J.M.Coterillo, F. Palacios, J. Serrano, Juan Capa, J. M. Cáraves, Enrique Loriente, Mercedes Rodríguez de la Fuente, María A. García Mantilla, Pedro Jesús García Rodríguez, Norberto Cabrillo, Ángel García Soto, Valentín Lledías, Felipe Ruiz Fernández…
Cuando en 1967 se crea la Institución Cultural de Cantabria, el Seminario Sautuola del Museo se incorpora al Instituto de Prehistoria y Arqueología y al Instituto de Arte Juan de Herrera, que va a ser ahora el principal motor para el desenvolvimiento de la Institución Cultural dado que, tanto ésta como el museo están ahora dirigidos por García Guinea, quien pone todo el empeño en que la actividad reconocida del museo y su Seminario se contagie a los demás institutos creados. Todos los miembros del Seminario Sautuola se ponen a trabajar para la Institución, llevando a ésta, como ya vimos, a una altura indiscutible.
También el Seminario, en estas fechas, se implicó en una tarea verdaderamente laboriosa, que se realizó muy gustosamente, para recoger el primer material que había de formar los fondos del recién creado museo de Etnología y Folklore que el presidente Escalante quería que se instalase en la casa de Velarde en Muriedas, y para el cual había nombrado director al P. Joaquín González Echegaray, nuestro secretario del Seminario y vicedirector del museo de prehistoria, que en esos momentos, estaba en Jerusalén en la casa de Santiago.
Nuestro Seminario no tenía ninguna obligación de realizar esta labor difícil, y a veces molesta, de visitar los pueblos de Campoo y Valderredible, sobre todo, para ir buscando por esos valles objetos viejos y etnográficos. Lo hicimos, sin embargo, y sin ningún premio económico y con mucho gusto, dos personas: el director que os lo cuenta y el joven José Antonio San Miguel Ruiz, que siempre estaba dispuesto a prestar la ayuda al Seminario, y durante muchos días nos transformamos en anticuarios, metiéndonos en las cocinas y en las cuadras, para adquirir toda clase de objetos, dignos de ser museables: arcas, medidas de cereales, trillos, cuévanos, cestas, calderos de cobre, etc. Se publico la guía del museo, pero nadie nos dio las gracias por el trabajo.
El museo de prehistoria -este reducidísimo e impresentable museo, si no tuvo adecuación material pertinente, sí tuvo vida y actividad, siendo el motor generador de toda iniciativa arqueológica –teórica o práctica- de nuestra región. Su Seminario Sautuola primero, y su Instituto después, han sido siempre sangre, oxígeno y corazón de un cuerpo que, sin duda, hubiese muerto de inanición e inoperancia. Ellos sostuvieron vivo al museo y se nutrieron de la sociedad interesada. Nunca concebí que otra cosa pudiese ser, ni admití –aunque razones había suficientes para ello- que este museo fuese una mera sala de vitrinas. Busqué la juventud, la de aquellos años sesenta y setenta ilusionada y emprendedora, y nuestro trabajo traspasó muy pronto los reducidos muros de este pequeño espacio donde materialmente nos cobijábamos.  Gracias a nuestro trabajo, el museo fue elegido por la Unión Internationale de Sciences prehistorique y protohistorique, para celebrar del 14 al 20 de septiembre de 1970 el simposium internacional de arte rupestre de Santander y Asturias, y fue nuestro museo el que publicó el libro de actas “Santander Symposium”. Así tuvimos la suerte de conocer a los principales prehistoriadores europeos, como Leroi Gourhan, Laming Emperaire, Balout, Henry Lhote, Paolo Graziosi, H.H. Bandi, Guy Laporte, Uzko, etc. También tuvo su sede en nuestro museo el IX Congreso Nacional de Arqueología.
Se exploró en la vieja Cantabria, el yacimiento de Cildá y el de Celada Marlantes, hallando los más directos vestigios del pueblo cántabro. Participamos en 1968 en el Congreso Español de Estudios Medievais, de Oporto, con aportaciones sobre iglesias rupestres de Cantabria, y en 1970 iniciamos y terminamos en 1981,  las excavaciones de la espléndida villa romana (s. IV) de Quintanilla de la Cueza (Palencia) en la que colaboró todo el Seminario. Fue el museo el que ayudó al estudioso americano Freeman en sus intentos de trabajo sobre el Musteriense con la colaboración del miembro del Seminario José Antonio San Miguel, que fue el verdadero mantenedor de las actividades, de manera totalmente desinteresada, en su más espléndida etapa. También se acogió al profesor Vandel, especialista de nombre internacional en bioespeleología, y a Benito Madariaga, miembro también del Seminario, se le ayudó en sus primeros trabajos sobre “Las pinturas rupestres de animales en la región franco cantábrica”. Aquí se aceptó a todo el mundo con los brazos abiertos, sin distinción de clases, ideologías y ni siquiera conocimientos. A todos nos igualaba una sola idea: el entusiasmo por la cultura, ya no sólo prehistórica o arqueológica, sino universal. Del Seminario Sautuola salió la idea de la creación y el nombre de la revista de poesía “Peña Labra”, llevada luego a la práctica por Aurelio García Cantalapiedra, con enorme éxito y aceptación, como una de las expresiones poéticas más destacadas del momento, que logró perdurar hasta 1989. En nuestro Seminario, como miembros del mismo se formaron los que luego han llegado a ser catedráticos de instituto (Antonio Begines Ramírez, catedrático de Geografía e Historia en el IES de La Albericia; Ramón Bohigas Roldán, catedrático y arqueólogo del IES de Cabezón de la Sal); catedráticos de universidad (Alfonso Moure Romanillo, catedrático de Arqueología de la Universidad de Cantabria y director en su día del Museo Arqueológico Nacional de Madrid; José Manuel Iglesias Gil, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Cantabria; José María Solana Sainz, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Valladolid; directores de museo, Fernando Zamanillo, director en su día del Museo de Bellas Artes de Santander, etc. Y otros muchos, naturalmente, que nunca pude saber cuál fue su trabajo y su valía, pero que, con toda seguridad, recordarán el ambiente que vivieron en nuestro museo durante los años que con él estuvieron en contacto: médicos, dentistas, abogados, maestros, guías turísticos, y simples y sencillos trabajadores. Esto fue el museo de Prehistoria y Arqueología de la Diputación de Santander desde 1962 hasta 1978, aproximadamente, unido a la Institución Cultural de Cantabria.
En el aspecto de la investigación del Seminario e Instituto, ésta fue continua, pero se amplió aún más, cuando, abandonada obligadamente, la dirección de la Institución, pudo ya el ex director de ésta dedicarse de lleno a: 1.- El estudio completo del románico de Santander (Cantabria), ayudado muy especialmente por José Antonio San Miguel (Sanmi), Juan Capa Domecq, Elena y Carmen de Diego Anbuhl, Mario Gómez Calderón, Ángel Cebrecos…y que fue publicado en dos tomos por la librería Estudio, en 1979, con una larga introducción geográfica e histórica, desde la Prehistoria hasta la Baja Edad Media que verdaderamente puede considerarse el primer resumen necesario de nuestra Alta Edad Media. 2.- Comunitaria fue también la primera “Historia de Cantabria: Prehistoria y Edades Antigua y Media”, una ampliación de la anterior, en la que intervinieron los miembros del Seminario, Regino Rincón, Eduardo van den Eynde, J. Raúl Vega de la Torre, y la profesora del Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Cantabria, Carmen Díez Herrera, también editada por Estudio en 1985, y con la colaboración de las hermanas de Diego Anbuhl, Alicia Solar Balbás, Concepción Olea Madariaga, Amparo Ortiz, Mª Dolores León Cornejo y Juan José y Fernando Vega de la Torre.  Las excavaciones en Camesa-Rebolledo, de una villa romana y sobre ella una necrópolis medieval se sucedieron durante diez años, bajo la dirección de García Guinea, E. Van den Eynde, y, finalmente, R. Vega de la Torre, y en las que participaron muchos de los miembros del Seminario Sautuola (Cesáreo González, Emilio Illarregui, M. A. Puente, etc.) y la colaboración de los profesores José María Roble y José Luis Ramírez, de la Universidad de Cantabria.
En 1987, sucedió la jubilación de García Guinea, y con ella, al salir del museo, su Seminario e Instituto Sautuola, se trasladaron a un piso de la calle de Santa Lucía 45, 2º E, en donde se siguió trabajando, con miembros nuevos procedentes de la Universidad de Cantabria, que asimilaron pronto las ilusiones que tuvieron generaciones anteriores. En estos años, hasta la actualidad, formaron parte de la Junta: Eduardo van den Eynde, hermanas de Diego, Mª Ángeles Deibe, Miguel Ángel Balbín, Marta Palomero,  hermanos Vega de la Torre, Carmen Martín, Charo Olabe, Ramón Bohigas, Carmelo Fernández, hermanas Sopeña (Isabel y Mª Ángeles), Emilio Illarregui, Cesáreo González, Elena Sarabia…Se siguió (salvo paréntesis) publicando la revista Sautuola, que está ahora en su número XVI, y se siguió investigando sobre nuestro patrimonio regional. Se catalogaron los retablos de toda la provincia y demás bienes muebles religiosos, formando una colección de imaginería en color, de gran valor, que no sabemos si la Consejería de Cultura ha logrado concluir.
Subvencionados por el Colegio de Aparejadores de Cantabria, se llevaron a cabo: la catalogación de la mayor parte de los “Relojes de Sol de Cantabria” (más de 500) en 1994, autores García Guinea y Elena de Diego (2 tomos); un estudio sobre la “Solana Montañesa”, con una selección de los principales ejemplares, año 2000, por los mismos autores. Y en el 2004 y bajo la dirección de M. A. García Guinea, y la colaboración de E. López Rodríguez y P. Ubeda de Mingo, se pudo editar un amplio volumen sobre “El palacio de los marqueses de Comillas (Cantabria) 1878-1899”, su época, los protagonistas y la planimetría”, con excelentes fotografías cedidas por Manuel García Martín, de Gas Natural, Elena de Diego Anbuhl y otros.
Prácticamente se cierra la etapa investigadora iniciada por el Seminario Sautuola (1962) e Instituto Sautuola (desde 1967), durante la dirección de García Guinea, con la edición de los tres tomos dentro de la Enciclopedia románica de España, correspondientes a Cantabria, en el año 2007, por la Fundación Santa María la Real Centro de Estudios del Románico, de Aguilar de Campoo, en la que colaboraron los miembros del Instituto, Carmen García García y Charo Olabe, intensamente, y Ramón Bohigas y Carmelo Fernández, en menor proporción.
El otro Instituto que en la Institución Cultural de Cantabria dirigía García Guinea, era el Instituto de Arte Juan de Herrera, que también representó un momento de vitalización de las corrientes artísticas no sólo de Cantabria, sino de España. Puesta la organización en manos de Fernando Zamanillo y Juan Cagigal, dos jóvenes del Seminario Sautuola del Museo, con gran sensibilidad artística e impulsos contagiosos de modernidad, llevaron a cabo, con la sencillez casi inocente de refrescar el ambiente artístico –necesitado de verdad de nuevos alicientes- un aprovechamiento de las fuentes económicas de la Diputación para dar un golpe de atención en la situación artística de la juventud nacional, creando los Certámenes nacionales de dibujo Pancho Cossío / Beca María Blanchard para artistas jóvenes, que se iniciaron en 1971, y se continuaron en los año 72, 73 y 74. Era el primer concurso serio que se celebraba en Cantabria y uno de los pocos existentes en España. En el de 1971, concurrieron casi doscientos artistas con más de cuatrocientas obras. En los jurados participaron críticos de arte de reconocida valía: el novelista y galerista Manuel Arce, el ex director del Museo de Arte Moderno de Madrid, Fernández del Amo, García Viñolas, José Hierro, Castro Arines, Raúl Chavarri, Santos Torroella, Florentino Pérez Embid, Castro Beraza, Fernando Calderón. El que se iba a celebrar en 1975 no pudo hacerse, porque los nuevos directivos de la Institución Cultural de Cantabria, pagaron esta vitalidad artística conseguida por Zamanillo y Cagigal suprimiendo el Instituto de Arte Juan de Herrera, sin más contemplaciones. ¿Por qué esta salvaje actitud anticultural pudo sobrevenir, sin que a mí, como director del Instituto, se me dijeran las razones, que, imagino, tendrían que ser suficientemente justificativas y probadas?...¡Miseria de home!

0 comentarios:

Publicar un comentario