24 marzo 1976
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Ilustración G. Guinea |
El premio Nóbel ruso, Solzhenitsin, se ha asomado, inesperadamente, a las cámaras de televisión española, en el programa “Directísimo”. El autor de “Archipiélago Gulard” es un contestatario del régimen comunista ruso que, pese a su extremado control policial, no puede evitar que el globo tenga sus escapes. Y ciertamente esta rotura por donde Solzhenitsin se ha colado, difícilmente puede ya ser reparada y no cabe duda que este aire suelto, soplando libremente por Europa, debe de producir en el Kremlin resfriados enormemente molestos.
Porque si el Premio Nobel ruso fuese un “Quidam”, un número más de los infinitos innominados, su voz se perdería sin pena ni gloria en un reducido ámbito sin trascendencia. Pero el prestigio de un novelista de su categoría, y su mismo aspecto patriarcal, a lo Dostoiewski, en donde pesa enormemente una carga de vida y experiencia, han de influir necesariamente en quienes, de buena fe –que hay muchos en este mundo- estamos ansiosos de conocer la verdad auténtica de las cosas, de los hombres y de los hechos.
Cansados ya, y experimentados ya, de tanta tergiversación acomodada a las inclinaciones y finalidades de la política – más maquiavélica hoy que nunca- nos gusta oír la voz de un hombre de categoría internacional que vive simplemente del trabajo diario sobre su mesa, como cualquiera, poniendo en marcha, y hora tras hora, la máquina de su privilegiada mente.
Solzhenitsin nos ha contado, apresuradamente –con pasión sin duda, porque sin ella no hubiese sido nunca un gran hombre- no una historia imaginada (sus mismas novelas están bebiendo siempre en los reales acontecimientos de la triste vida del hombre), sino la certeza tangible y próxima de sus experiencias. No tengo por qué creer que exagera, ni que ha venido a ensalzar a una España desorientada, porque ninguna de las dos cosas ha hecho. Solzhenitsin ha hablado de sí mismo, y del mundo que en sí le ha tocado vivir. Y los que, desde la Prehistoria, conocemos algo –aunque sea muy poco- de lo que las sociedades humanas han podido retorcer la libertad del hombre por mantener su poder y su fuerza, no tenemos por qué pensar que en este siglo ya no reza el adagio viejísimo de “Homo hominis lupus”, el hombre es lobo para el hombre.
Solzhenitsin, por otra parte, ha querido aconsejarnos, o mejor, ha querido ilustrarnos, hacernos ver, porque me daba la sensación que pensaba que estamos totalmente en la inopia, y se ha esforzado por resaltar, más que nada, el valor de un conocimiento vivido año a año y a lo largo de su existencia. Como el cazador que conoce donde está la trampa, y viendo que en ella vamos a caer, da un grito de advertencia lleno de las más nobles intenciones.
Otros, no parece que han querido interpretar así la lección del premio Nobel ruso. Mucha prensa, por ejemplo, ha silenciado un comentario que la mayoría de los lectores esperábamos. Se trata, simple y solemnemente, de la opinión y el pensamiento de un intelectual de categoría, y tenemos derecho a verlo glosado, sobre todo cuando continuamente nos están bombardeando con los engendros de miles de “intelectualillos” de tres al cuarto.
Alguno, para mitigar la posible influencia de las palabras de Solzhenitsin, le ha clasificado ya en el mundo de los “banqueros suizos” que es como, sibilinamente, rebajar de golpe las indiscutibles cualidades y calidades de un escritor y pensador admirable que, cuando habla, y por lo que dice, produce llagas y escozores en ciertos ambientes. Nadie ha llamado “banquero suizo” a Sartre, ello sería absurdo; como lo es adjudicar tal calificativo, aunque sea en broma, a Solzhenitsin, que ni es banquero, porque es novelista, ni es suizo, porque es ruso.
Todo el mundo puede escribir novelas, pero eso sí, no todo el mundo puede tener el éxito del premio Nobel ruso.
¿Es que también nos molesta que haya insistido en lo del materialismo de la civilización occidental? Pues creo que ello bien a la vista está, pese a quien pese ¿Qué hay muchos que piensan que es mejor vivir chapoteando en el barro de la tierra? Me parece bien su criterio, pero así nos va.
La viejísima experiencia rusa, poniendo como intermediaria una voz actual, nos ha venido a decir una serie de cosas que a todos nos convendría meditar, aparte las tonterías de grupos y capillitas. O es que, en el fondo, ¿sigue vivo el castizo refrán español de “No me gustan las comadres porque dicen las verdades”?(42)
(42) Nota actual: Poco comentario a esta charla. Surgió ante la enemistad de alguna prensa al tratar al escritor como un “enemigo pasado”
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