Santander y Burgos

27 abril 1977


 
Ilustración G. Guinea
  Venir de Burgos, la vieja ciudad cabeza de Castilla, después de haber reavivado los recuerdos allá de su historia –que es la de España- y de su arte – que es universal- significa mucho para un santanderino que, como ya saben mis oyentes, está muy lejos de querer limitar nuestra provincia a un miniregionalismo cántabro que olvida –o puede olvidar, que es peor- que nosotros formamos un todo, y desde hace muchos siglos, con Castilla. La empresa castellana, a la cual ni queremos ni podemos renunciar, es una empresa también santanderina. Díganlo si no las múltiples personalidades de la dirección política de la vieja historia castellana que salen de nuestras montañas y participan muy primordialmente en las altas tareas culturales de nuestra patria. Familias como los Velasco, de la Vega, Rábago, etc., que bajan de estos valles cántabros, están durante muchos siglos dirigiendo el esplendor de Castilla. Canteros de primera línea colaboran en las construcciones monumentales de la Meseta, como los Gil de Hontañón, Rasines, Herrera; y los grandes literatos que llevan nombres como Calderón, Garcilaso de la Vega, Lope, Quevedo, son también originarios de nuestra tierra.

  Visitar Burgos, es darse cuenta de estas realidades y reconocer palpablemente la aportación que el destino concedió en todo esto a los montañeses, como para que ahora, por un deseo de esnobismo y de olvido forzado, cuando no desintegrador, pretendemos fabricarnos una vajilla de latón para comer nuestro rancho aparte. Burgos, ofrece al visitante montañés innumerables ejemplos en este sentido, que no conviene olvidar. Porque si, por lo que sea, alguna vez renunciamos a nuestro indiscutible castellanismo, debemos de ser conscientes de que lo hacemos con todas las consecuencias, y no sólo porque hemos sido arrastrados por las opiniones acomodaticias o demagógicas del primer osado que ha saltado al ruedo, o que hace pinitos en la palestra de la sabihondez.

  Burgos es una ciudad que, con sus recuerdos históricos y artísticos, está por encima de toda novedad amañada; es el testimonio de una colaboración de gentes muy diversas –nacionales y extranjeras- que consiguieron con una visión mucho más universal, y más inteligente, crear con un empeño común obras asombrosas y trascendentales. Resulta verdaderamente anacrónico este sarampión de minifundios regionales, que ahora se han sacado de la manga quienes, al parecer, desconocen la línea más elemental de nuestra historia. Y que aparezca esta epidemia de compartimentos precisamente cuando la humanidad ha conseguido ya una visión ampliadora y unificadora que pretenden desconocer. Un recorrido por todos estos monumentos burgaleses, en donde la idea internacional está aún presente, vendría muy bien para mejorar la enfermedad que ahora padecemos. Quien no sienta vibrar las fibras más entusiasmadas de su alma ante el impresionante cofre de europeísmo que representa la catedral de Burgos, o la Cartuja de Miraflores, o el monasterio de las Huelgas, es que, ciertamente, desconoce el espíritu y la esencia de Europa. Aquí sí que está el verdadero mercado común de Europa, porque para sentirnos europeos no necesitamos ir a demandar entrada a las cancillerías europeas, sino simplemente acogernos a todo lo nuestro que nos está hablando de una Europa que se acrisoló y fundió en los edificios y en la cultura de la geografía hispana. Quien es alto no necesita, para comprobarlo, que le midan sus vecinos; lo es por naturaleza. Y por naturaleza histórica y cultural somos los españoles europeos, y castellanos los montañeses. Y todo lo demás es quemar paja para que nos piquen los ojos(73).

(73) Nota actual: Sí señores; canteros y artistas europeos, Siloe, Vigarny, Colonia, etc. “se mezclan”, en Burgos, con otros montañeses, como Ontañón, Matienzo, de la Maza, Rasines, etc. ¿Queremos más europeísmo? Pues eso.

0 comentarios:

Publicar un comentario