La pérdida de ideales

04 mayo 1977

Ilustración G. Guinea
  Cuando a veces pienso cual debe ser la razón, o las razones, que están haciendo del mundo un lugar cada vez más inhóspito y difícil, más abocado a soledades y a repliegues de la convivencia, más demoledor de la personalidad del individuo, en una palabra más alienador y desconcertante, tiendo a creer que el hecho se produce como consecuencia fundamental de la pérdida de ideales. Todas las épocas de la historia del hombre han tenido un propulsor para su esperanza, de modo y manera que el hombre, como sociedad de semejantes, ha fijado siempre una proyección trascendental a sus vivencias que le ha permitido, aún dentro de enormes dificultades materiales, mantener una ilusión que justifique su paso fugaz por esta tierra. En la Prehistoria, nacía a las impresiones rotundas de la naturaleza, y su propio desconocimiento de ella, el misterio de la explicación de sus fenómenos, era ya un gran impulso que le mantenía alerta, nervioso y pensante. Por otra parte, las necesidades primordiales en la lucha por la vida, difícilmente satisfechas, no le permitían excesivamente, autoanalizar las líneas íntimas de su problemática, ni torturarse en el análisis de los entresijos de sí mismo. Su trascendencia estaba fuera de él, realmente impuesta por ese motor absolutamente incomprensible del escenario donde vivía: el sol, los hielos, el fuego, el hambre, el amor, la muerte. Limpiamente existencial, el hombre primitivo estaba envuelto por una sola y plena preocupación: la vida. Aliciente, sin duda, suficientemente poderoso para mantener una ilusión permanente.

  Las civilizaciones antiguas, Egipto, Mesopotamia, se vieron trascendidas por una concreción del misterio en el poder. Dominio, luchas, guerras, deseo y ambición de territorios, se combinaban con una idea religiosa de perduración después de la muerte. La Naturaleza, poco a poco, iba dominándose y explicándose, y lo mucho que aún quedaba de incomprensible se adjudicaba a una explicación futura, infinitamente poderosa. El afán de vivir, en una vida casi siempre corta, creó ilusiones de resurrección basadas en la permanencia constante del cuerpo o de su imagen. Grecia fue la primera que realmente analizó no sólo los misterios exteriores, sino el propio misterio de la muerte del hombre. Al introspeccionarse, creando la filosofía, el hombre griego comenzó a hurgar en el pozo sin fondo de su cerebro, abriendo así las simas profundas de su futura desesperación.

  El cristianismo, auténticamente creído y vivido, buscó un ideal en la fe, en la caridad y en el amor entre los hombres, intentando doblegar las aspiraciones mundanas a la suprema aspiración de la unión definitiva con Dios. Se volvía así del humanismo heleno al divinismo oriental, y éste fue el aliciente y la salvación del hombre medieval.

  Con el Renacimiento, el hombre otra vez tornó a bajar a su tierra, a su propia existencia, y puso todo su anhelo en conocer, más que las nieblas de la muerte, las interrogaciones admirables de la vida. La explicación del mundo, el conocimiento total del planeta, la ciencia, en una palabra, fueron los principales impulsos sostenedores del ideal humano en esta época y en su más próxima derivada racionalista.

  ¿Y nuestra época? ¿Qué aspiraciones e ideales tiene nuestro mundo actual? Porque, en general, ni la llamada sincera de la religión, de la caridad o de la comprensión de los hombres, es posible aceptar que mueve nuestras esperanzas; ni tampoco parece que el estudio del hombre o el interés por la Naturaleza, es ya un ideal suficiente. Tanto el uno como el otro han quedado encerrados en una minoría incapaz de salvar los anhelos insatisfechos de las masas. ¿En qué, pues, se apoyan éstas para poder aceptar su monótono transcurrir sobre la vida? El único ideal, que parece que estas tienen, es el de la comodidad material, el del confort, y ello sólo conseguido a fuerza de un trabajo a veces impersonal y anodino que, desde luego, no puede satisfacer las aspiraciones inextinguibles del hombre de sentirse persona individual y diferente, principal actor y sujeto de su vida. Perdidos prácticamente todos los ideales que movieron siempre al ser humano, eliminados conscientemente por la falsa moneda del bien vivir ¿no estaremos, realmente, quedándonos vacíos de un trascendente contenido?

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