20 Julio 1976
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Ilustración G. Guinea |
Si un hombre aficionado y entusiasta del arte, tuviese la ocurrencia de recortar y llevarse una por una a su casa, para irlas colocando en su pinacoteca particular, las cabezas del séquito que acompaña el entierro del Sr. de Orgaz, en el famoso cuadro del Greco, dejando en el lienzo original de tal obra maestra vacíos deshilachados, no sólo diríamos que estaba loco, sino que se provocaría una especie de alarido general de indignación que recorrería desde un extremo al otro de este pecador mundo. Y, naturalmente, se le encerraría en un manicomio para el resto de su vida, a fin de evitar que su presencia en la sociedad pudiese dar lugar a nuevos gestos semejantes en Las Meninas, de Velázquez, en los fusilamientos del 2 de mayo, de Goya, o en la muerte de Lucrecia, de Rosales, pongo por caso. Y si el autor conseguía permanecer en el anónimo, no cabe duda que se montarían vigilancias especiales, de día y de noche, para poder atrapar a tal monstruo, y la INTERPOL colocaría en primer plano de sus actuaciones un caso tan grave y tan inusitado en el marco de la criminalidad internacional.
Pues bien, algo muy semejante está ocurriendo en nuestra provincia, salvadas las distancias, pero dentro de la misma categoría de actos inexplicables, vergonzosos y sintomáticos de esta época que ya no se si calificarla de demencial o de cínica, de brutal o de egoísta, de inconsecuente o de imbécil, pero sí, desde luego, de irresponsable, como mínimo.
Todos sabemos que el arquitecto catalán Antonio Gaudí es uno de los grandes genios de la arquitectura del modernismo, reconocido así por propios y extraños. Creo pues que sus obras, como es natural, son precisamente la manifestación de ese genio y de esas extrañas originalidades que han venido admirando, desde finales del siglo XIX, a todos los críticos de arte. Gaudí es el creador de un nuevo sentido arquitectónico, enormemente propio, fantástico, poético, casi imposible, que nos dejó piezas como la casa de Milá, la iglesia de la Sagrada Familia, en Barcelona, el palacio episcopal de Astorga, y aquí en Santander, el Capricho de Comillas. Cada una de estas piezas es algo irrepetible y único, que debe de ser cuidado, como toda obra de arte, igual que las niñas de nuestros ojos.
Y si nosotros, los santanderinos, los montañeses o los cántabros, tenemos la suerte de poseer una de ellas, el citado Capricho, que estoy seguro que conocerán sólo un 2 o 3 por ciento de estos santanderinos, montañeses o cántabros, también tenemos la obligación de respetarla como algo nuestro, y no como algo nuestro particular, sino colectivo.
El caso es, para ir al grano, que gente desconsiderada, y desde luego monomaniaca, no sabemos si trabajando en solitario o en equipo, está despojando de una manera sistemática los muros del Capricho de sus cerámicas vidriadas. Así faltan ya 13 piezas en los muros del Oeste, y 48 en los muros del Sur; aquí más, ya que es la zona posterior, menos visible y más apta para este saqueo inusitado sin que el autor o autores puedan ser vistos.
La situación es conocida, y está ya denunciada convenientemente. Personas despreciables, sin el menor sentido de responsabilidad, por su propio beneficio ¡quizás para fardar de poseer cerámicas de Gaudí en sus suntuosas casas!, o para venderlas al mejor postor, están contra todo y contra todos, contra la historia, contra el arte, contra la vergüenza, contra la moral y aún más contra la cultura, destrozando el revestimiento exterior del Capricho.
Desde estas ondas clamo, en nombre precisamente de todo aquello que con estos desvalijamientos se está miserablemente hollando y escarneciendo, que si algún santanderino, montañés o cántabro, preocupado de verdad por su patrimonio cultural, conoce a alguno de estos desvergonzados despojadores no puede obrar de otra manera que denunciándoles. Y si, por casualidad, alguien encontrase en alguna casa, o en algún comercio de antigüedades, estas piezas robadas e inconfundibles, azulejos vidriados de unos 10 x 10 centímetros, con un florón en relieve en el centro, y de un color fundamental verde, su obligación es darlo a conocer; pues si seguimos indiferentes ante tanta osadía y desfachatez que ahora actúa en este caso concreto, y mañana en el despoje de nuestros escudos, de nuestras portaladas, de nuestras casonas (porque son nuestros y no de desaprensivos negociantes del arte y de la cultura), muy pronto nos veremos desposeídos de los únicos testimonios de honra, de hidalguía y de arte que todavía tenemos. El machacar símbolos es siempre uno de los empeños más obsesivos de quienes quieren materializarnos hasta el aliento, aunque para ello, y a favor sólo de su locura, de su bolsillo o quizás de su enfermiza manía coleccionista, se destroce uno de los edificios más singulares, de uno de los pocos genios de la arquitectura moderna que hemos tenido: Antonio Gaudí(50).
(50) Nota actual: Sin comentarios. El hecho en sí todo lo explica.
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