Problemas en la Universidad

8 diciembre 1976

Ilustración G. Guinea
  Estamos pasando una época, yo no sé si de transición o de declinación, en la que los problemas, todos, se acentúan o al menos se ponen tan en evidencia, que en la opinión ha despertado una intranquilidad que va tomando caracteres alarmantes. Por referirnos a uno, que afecta muy directamente a nuestra cultura provincial, vamos a tomar como ejemplo el que, desde ya hace más tiempo de lo permisible, late en el seno de nuestra Universidad, tambaleando aquello que es fundamento y fin de ella; la enseñanza superior. No voy a detenerme en antecedentes que agotarían mi escaso tiempo, ni en razones más o menos claras de unos y de otros. Desde una perspectiva absolutamente aséptica, dejando al margen motivaciones políticas o personales, lo que se transparenta en esta crisis actual de la Facultad de Medicina, en donde han aparecido posturas antagónicas e irreconciliables (ahora que estamos en la cacareada fase de reconciliación), es simplemente la imposibilidad de llegar a una paz que permita el estudio, y esto, por definición misma de lo que una Universidad debe de ser, es una enfermedad gravísima e intolerable.

  ¿Nos hemos parado a pensar a donde nos puede llevar este “tour de force” de las cuatro o las seis convocatorias? ¿Puede una Universidad, por cuestiones al fin y al cabo puramente administrativas, detener sus enseñanzas durante tres meses, en algo tan humanamente fundamental como la formación de médicos?

  Que la selección ha de hacerse, es algo tan elementalmente sentido y tan justamente necesario, que no merece la pena ni siquiera iniciar por ello una discusión. Tan sólo a los estudiantes que estudian, y esto por simple definición, debe la sociedad recoger y proteger. Lo contrario sería no sólo antiuniversitario, sino antisocial y, desde luego, opuesto a las más elementales normas de equidad y justicia. Los procedimientos de selección son los que, sin duda, pueden discutirse, perfeccionarse o corregirse. Ahora bien, si se establecen, pienso yo que es para obligar, no para saltárselos a la torera porque no nos gustan, nos afectan o nos perjudican. ¿Qué la selección debería hacerse mucho antes? Naturalmente que sí, desde el bachillerato y aún desde la propia escuela, si me apuran. Pero no hace muchos años que también se protestó porque se exigía excesivamente –decían- en el selectivo.

  El defecto de todo, vuelvo a pensar yo, está mucho más allá de lo que ahora se discute, está en el propio concepto que se tiene de una Universidad de la que se piensa, inconscientemente, está destinada a la expedición de títulos más que a una auténtica enseñanza técnica, científica y formativa, y aún a otras visiones de trampolín o de colocación que, de hecho, le deberían de ser totalmente ajenas. Eso habrá de venir después, pero ello ya es extraño a la Universidad. Concibiéndola así, como matriz de titulaciones, naturalmente que lo más cómodo es recibir el título con el mínimo trabajo, el mínimo empeño y la mínima dedicación al estudio. El listo será el que pueda conseguir este título con el menor esfuerzo, porque a la hora de la verdad todos ya quedarían igualados. Este concepto de la titulación como igualadora tendrá que desaparecer un día de nuestras Universidades, cuya finalidad tan sólo deberá ser el saber, la ciencia y la cultura. Esto ha de ser siempre la meta del que estudia, porque lo demás se le dará por añadidura.

  Y si, como está ocurriendo, el tiempo se pierde, las clases se paralizan, la investigación se aplaza o se elimina ¿Quién podrá hacernos recuperar lo que jamás tendrá ya recuperación? La Universidad cerrada es un ser muerto e inservible. Recapacitemos y demos vida a lo que, por naturaleza, es –o debe ser- una fuente de vida y de progreso.

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