La casa de Pérez Galdós en Las Palmas o el abandono montañés

1 diciembre 1976

Chalet "San Quintín", en Santander
  De mi reciente viaje por las Islas Afortunadas, nuestras Canarias bellísimas, florón un día trascendental de la corona de Castilla y hoy España pura, traigo numerosas y variadas impresiones tanto de ambiente como de paisaje, cultura y arte, que, en líneas generales, son altamente positivas e inolvidables.

  Pero hoy me voy a referir sólo a una por lo que ella tiene de íntima relación con nuestra tierra santanderina y porque nos descubre, quitándonos un poco la ropa que suele ocultar mucha vergüenza, un enorme fallo de interés –ello no es nuevo- y de indiferencia y dejadez que luego –tampoco es nuevo- aprovechan otras provincias o gentes más unidas y más conscientes.

  La casa de Galdós, en las Palmas de Gran Canaria, es una casita humilde, llena de intimidad y de encanto por otra parte, con un patio interior al que se asoma una galería de madera hacia la que trepan plantas inusitadas. Un pozo de piedra tallada, medianero para dos familias, está allí, fresco y limpio, como una enorme maceta que espera semilla. En esta casa, situada en la vieja puebla de Las Palmas, no lejos de la conocida y comercial calle de Triana, nació el gran e inolvidable novelista Benito Pérez Galdós, el inmortal autor de los “Episodios Nacionales” y de otras obras de primerísima categoría. A la figura de Galdós la va engrandeciendo el tiempo, y aunque grande se apareció ya en su muerte, ahora nos resulta gigantesca en la perspectiva general de nuestra literatura. Es natural que Las Palmas cuidasen como oro en paño la casa que vio nacer a Galdós y donde vivió los años de su niñez y adolescencia. La visita de todas y de cada una de las habitaciones, después de pasar una puerta de madera que accede al patio, es una verdadera delicia de recuerdos: dibujos originales de las primeras ediciones ilustradas de los “Episodios”, retratos y fotografías del novelista, diplomas, méritos, recuerdos íntimos, testimonios de homenajes, autógrafos, la habitación donde dormía en Madrid, el lavabo, la cama, su despacho, sus prendas de vestir más características (su famosa gorra visera entre ellas), el bastón de diario y el de puño de plata, tinteros, armarios, cuadros, objetos variados, todo se va viviendo como si realmente una varita mágica hubiese resucitado aquel ambiente que parecía difícil recuperar.

  Y entre todo lo que allí se halla reunido, un santanderino enseguida apercibe algo que le sonroja y que le produce una tristeza infinita, por eso mismo de ser santanderino y ver que allí se conserva algo que jamás debió de salir de Santander. Porque Ustedes, queridos radioyentes, bien sabrán que Galdós vivió muchas temporadas en Santander, en el chalet de San Quintín, en Reina Victoria; chalet que, con todos los recuerdos galdosianos –muchos de los cuales (su habitación, su mesa, etc.) acabo de ver en Las Palmas- se dejó limpiamente despojar hace ya años, sin que nadie fuese capaz de impedirlo. ¿Sabemos ciertamente lo que Santander perdió al no conservar, tal y como quedó a la muerte de Galdós, la casa de San Quintín? Ahora sólo podemos lamentarnos, que parece es lo que el “Homo santanderinus” sabe hacer con especial maestría. Olvidamos, quizás por nuestra endémica desidia, el refrán que dice que “más vale prevenir que lamentar”. Pero para prevenir hace falta anticiparse y tener el espíritu abierto al interés y a la cultura. En este caso, como en tantas cosas, perdimos un maravilloso museo que pudo ser, el de Galdós en Santander, y un permanente recuerdo del insigne novelista. Un sumando más en el suma y sigue de siempre.

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