¿Peligra el Festival Internacional?

15 diciembre 1976

Ilustración G. Guinea
  Una de las noticias que en los últimos días nos ha ofrecido nuestra prensa local, con verdaderos síntomas de desastre, es la que se refiere a la supresión, al parecer, de la subvención que todos los años tenía por parte del Ministerio de Información y Turismo nuestro tradicional festival internacional de Santander. Yo no sé si ello será ya cosa hecha, confirmada y segura o simplemente un bulo o un mal augurio sin firme base real. Pero el hecho de que se diga, es ya suficientemente alarmante como para que me preocupe de ello considerando las consecuencias que, sin remedio, habría de traer a nuestro prestigio mundial y cultural, en sentido amplio; sin contar con la faena que ello ha de representar en nuestro turismo, que tampoco está como para sufrir tamaños envites.

  Sería verdaderamente triste y vergonzoso que nuestro cacareado festival, sostenido con tantas dificultades durante 25 años y movido a la fuerza, como un guiñol al que sólo el impulso de fuera le da vida, dejase caer su cabecita definitivamente, inmóvil, y se nos quedase muerto e inerte, de repente como por un infarto irreversible. Yo no puedo pensar que esto puede llegar a suceder, porque estoy seguro que las autoridades y el pueblo de Santander sacarían fuerzas de flaqueza y oro de las piedras para que no se pierda algo que, al menos ante la gente, daba un especial lustre a nuestra supuesta cultura. Ya no se trata de construir el famoso y esperado teatro de festivales, de eso ya hemos perdido todos los santanderinos el último miligramo de esperanza que teníamos. Que la armadura de la Porticada es –o era- ya consustancial con los festivales, nos lo venía demostrando, año tras año, la llegada del mes de julio, y el aparatoso y lento andamiaje que, como sostenido por pesas de reloj inmensas, iba cerrando el hueco de nuestra plaza, lo mismo que un gran tenderete de circo de arrabal. Yo recuerdo que los primeros años me hacía gracia esta especie de tienda de campaña, de largos telones en bandas, como refugio campestre del caudillo moro Miramamolin, en la batalla de las Navas. Pero poco a poco, ante la imposibilidad de levantar un verdadero y permanente teatro, el tinglado repetitivo de la Porticada iba perdiendo su chispa circense, y resultaba, un año y otro, como el espejo manifiesto de nuestras incapacidades.

  Pero resulta que, ahora, lo que peligra no es ya el envoltorio del festival que, mejor o peor, y provisional para siempre, teníamos ya asegurado, pese a los millones que se iban sumando tontamente por cada montaje anual; ahora lo que entra en crisis es la propia existencia del Festival, porque si Información y Turismo no ayuda, ¿tendrá la provincia posibilidad de correr con todos los gastos y todas las pérdidas que cada año habrán de sobrellevarse? Yo me temo que no, porque si las habas ya eran contadas antes, no sé cómo vamos a poder aumentar la cosecha en momentos tan cruciales de la economía y con obligaciones tan de primera necesidad como aún colean.

  Porque es de ver, la otra noche, que la televisión se ocupó de las provincias del Norte, el comentario pesimista –yo creo que el único entre todos- que se llevó Santander: puerto magnífico natural desaprovechado, comunicaciones de pegolete, inmovilidad en el progreso, etc. Yo creo que, de verdad, hasta exageraron la nota, pues daba la sensación de que permanecíamos aún en la Edad de Piedra, que parece fue nuestra mejor época y por cuyos restos aún nos vienen a ver de todo el mundo.

  Pero como la esperanza es lo último que se pierde, confiemos que con los nuevos aires democráticos que soplan, las nubes del inmovilismo, del individualismo y de la incapacidad se disipen, y ese bulo del Festival en equilibrio inestable no llegue nunca a ser un hecho. Aunque menos mal que todavía nos quedarían los conciertos verdaderamente populares del Auditórium que, al fin y al cabo, menos es nada.


0 comentarios:

Publicar un comentario