29 junio 1977
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Ilustración G. Guinea |
Estos últimos días, he tenido que acompañar, con mucho gusto naturalmente, al arquitecto del Patrimonio Artístico Nacional al que corresponde la atención de las tres provincias de Palencia, Burgos y Santander. La finalidad del viaje ha sido inspeccionar una serie de casonas típicas montañesas que, por encontrarse deshabitadas o en incipiente ruina, están expuestas a la voracidad de quienes ven en ellas negocio presumible. Pero ahora, como dice Kiko Legard en “Un, dos, tres”, no vamos a hablar de casonas solariegas, ni siquiera del Patrimonio Artístico, atacado más de lo conveniente por numerosas fuerzas destructivas. Hoy vamos a hablar de “arquitectas”, en femenino, pues a quien toca defender y restaurar los monumentos de La Montaña, es a una pimpante señorita, que sabe muy bien por donde le da el aire y que conoce y utiliza vocablos técnicos, tales como “hastial”, “cimacio”, “modillón”, “trasdoses”, “cintra”, “bocel”, etc., y calcula resistencias, con la misma facilidad que otra de su género pone unos calamares en su tinta. Ante esto, y naturalmente, por simple asociación de ideas, me he puesto a pensar en lo que ahora hemos dado en llamar, con énfasis para mí totalmente ridículo, “liberación de la mujer”. Entendiendo con ello, quien no es lerdo es sordo, que el liberar es “hacer libre”, “sacar de la esclavitud”, lo que quiere decir, por lógico razonamiento, que el movimiento liberacionista supone un estado de sometimiento en la fémina, y por parte de la sociedad y del varón, que poco menos implica encadenamiento y tortura. Que esta situación se aplique a las mujeres de Biafra o del Senegal , puede ser que concuerde con el significado de “liberación”, pero que ésta se airee con referencia a la mujer española me parece un poco exagerado e irreal. Tal vez quede en algún villorrio apartado, entre montañas y peñas, algún resto arqueológico y etnográfico digno de estudio, pero, de una manera general, pienso que hablar de liberación femenina en España es una gansada fenomenal. Continuamente, y desde hace muchos años, quizás desde el matrimonio cántabro, que significa todo lo contrario a sometimiento, la mujer española viene actuando –si quiere- al nivel del hombre. Yo, por lo menos, estudié en la Universidad con 70 mujeres, y de esto han pasado muchos años. Hay mujeres abogado, médico, ingeniero, arquitecto, investigador y paracaidista. Creo que estas ocupaciones son ya indiferentes al sexo, lo mismo que existen cocineros, camareros y limpia cristales que estimo no se sentirán, en sus nobles ocupaciones, disminuidos o acomplejados. Otra cosa es que la mujer, por su propio instinto y naturaleza, prefiera dedicarse a sus hijos, a su casa y a su marido, labores muy dignas de una vocación, de un destino y de una realización que no está, ni mucho menos, por debajo de otras ocupaciones administrativas o universitarias. Una sociedad organizada se basa en la división del trabajo, y una sociedad libre y democrática debe de dejar expeditas las opciones de sus miembros. Y nadie puede negar que gran parte de las mujeres prefieren el trabajo en sus casas, que no impide su formación y su cultura. Con esto de los movimientos liberatorios, llevados con esas cargas de demagogia realmente ridículas, se está creando un ambiente que está terminando –engañosamente- por hacer crear en la mujer doméstica una especie de remordimiento culpable por su trabajo, provocando en muchas de ellas posturas obligadas que las sacan de su verdadera inclinación, tan digna, como hemos dicho, y tan humana y tan valiosa, como lo pueda ser el dedicar la vida al estudio de los polímeros(79).
(79) Nota actual: Sigo diciendo que la mujer en la civilización occidental, hace ya años que está “liberada”. A mis compañeras de Universidad las he encontrado ejerciendo los trabajos más variados, desde catedráticas de Universidad, directoras de museos, abogadas, médicos, arquitectas, empresarias, poetisas, etc., es decir, exactamente igual que los hombres y con capacidades intelectuales al mismo o mayor nivel. ¿Es esto, acaso, prisión o esclavitud? La mujer, sencillamente, se ha ido incorporando según el progreso de la cultura y el cambio de los modos de vida que han proporcionado los avances industriales y técnicos. Exactamente igual que el hombre. En occidente y en España, en estos años de principios del siglo XXI, la mujer es absurdo que pida “liberación”. Es libre, como el hombre, y en la misma medida, esa que nos deja la necesidad de vivir. Ya no es necesario esa diferencia entre ellos-ellas, que tanto, sin embargo, se usa. ¿Qué todavía hay casos de “violencia de género”, que antes se llamaba daño o muerte que se hacía a una persona sea del género que sea? Pues, qué quiere que le diga, que es difícil cortar una costumbre que desgraciadamente sigue vigente, a pesar de la suavización de las palabras.
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