17 agosto 1977
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Cruz de la Victoria |
Hoy va de robos. España es diferente y por ello, en nuestra católica España se acaba de producir el robo religioso más brutal del siglo. Da gusto vernos en el puesto primero de una estadística internacional, aunque ésta se refiera, por ejemplo, a las “vergüenzas más destacadas de la humanidad en 1977”. Somos el número uno en algo, si bien este algo -¡qué contrariedad!- no es ni cultura, ni ciencia, ni investigación, ni producción, ni industrialización, ni defensa del paisaje, ni hombría de bien, ni siquiera fútbol. Acabamos de dar al mundo una muestra más de nuestras posibilidades infinitas para los salvajismos más absurdos e inconsecuentes. Como español, no puedo menos de avergonzarme de formar parte de una sociedad en donde pueden cultivarse individuos destructores de piezas únicas en el arte y en la historia, como son las cruces de los Ángeles y de la Victoria de la Cámara Santa de Oviedo. Hubiese aceptado con menos sonrojo que los ladrones se hubiesen apropiado de estos tesoros íntegramente. Pero no machacarlos, destrozarlos, pulverizarlos, y con una falta absoluta de conocimiento y de cultura, en contra mismo de sus intereses de botín, arrancar el valor máximo de las joyas, que no era el económico, sino el de esa tradición de siglos que se acumuló en ellas y que en un solo minuto de feroz desquiciamiento, se hundió para siempre en el polvo y la vileza de un montón de escombros. Actos como éste no pueden ser clasificados dentro de la gama variadísima de delitos comunes, ni tampoco adscribirlos al ámbito de las actitudes patológicas. Desgraciada y tristemente, encajan solamente en el campo de la incultura más anodina e idiota que lleva a la destrucción, por pura ignorancia, de símbolos valiosísimos de un pueblo y de una historia. Convendría que, ya que nada o casi nada se puede hacer para paliar esta vergüenza, meditásemos al menos, más que en echarnos culpas, en cuales pueden ser las causas que pueden llevar al cometimiento de estas bestialidades; que veamos por donde esta sociedad va haciendo agua hasta ahogar los más elementales principios de respeto a lo que durante milenios se ha respetado; que analicemos cual es la clase de progreso que se está ofreciendo al hombre de estos últimos años del siglo XX, y si no nos convendría más, ya que en vez de avanzar en sensibilidad lo que hacemos es hundirnos día a día en el envilecimiento, frenar en seco tantos modernos y novedosos planteamientos y retroceder un poco a aquello que abandonamos como retrógrado y que en el fondo nos va pareciendo ahora mucho más humano, más sano, más respetuoso, más digno y más honesto. Que en la época de los faraones egipcios se saqueasen tesoros con la única finalidad de beneficiarse de los robos, nos parece hasta natural, pensando en esos tres mil y pico de años que nos separan. Pero que en el siglo de la era atómica, con tanta cultura sedimentada después de cientos de experiencias de perfeccionamiento, con tantas Universidades en todo el mundo, con tantos sabios y santos a nuestras espaldas, con tantas teorías filosóficas y tanta didáctica al alcance de todas las gentes, de manera que es ya una reliquia el analfabetismo, se puedan todavía repetir actos que encajarían perfectamente en la Edad del Bronce, es algo que, ciertamente, dice muy poco del éxito y del avance de nuestro cacareado progreso. Porque de seguir así, progresando tanto en esta línea, uno piensa si no sería mejor volver a las cavernas antes que ser testigo y parte de esta civilización cada vez más neandertaloide.
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