10 agosto 1977
![]() |
Ilustración G. Guinea |
Que la cultura, en sus dos direcciones, popular y específica, deberá de ser tenida en cuenta de una manera cada vez más consciente en esta nueva etapa por la que pasamos, es algo que no puede, ni debe, soslayarse, y que, desde luego, esperamos sea uno de los planteamientos más urgentes en el futuro próximo de la organización democrática española. Salvados los difíciles escollos políticos y sobre todo económicos, que pienso han de ser los frutos más duros de pelar, la preocupación por el desarrollo cultural del pueblo español tendrá que pasar a ser considerada como una de las metas a alcanzar de mayor trascendencia para el futuro de nuestra nación. Si, como pienso, nos hemos dado cuenta de que no puede existir progreso ni convivencia si la sociedad no conforma su estructura en base a una educación cada vez más exigente, es obvio que ha llegado el momento de tomarnos en serio, con programas previa y concienzudamente estudiados, la enorme obligación de dar al hombre y a la mujer españoles el marco conveniente para su realización como seres responsables de sus criterios, ideas, obligaciones y derechos.
La situación en este sentido está, además, en un momento verdaderamente crítico y casi caótico que de prolongarse excesivamente obligaría al Estado a disolver todas las organizaciones culturales existentes para crear otras nuevas, distintas y mejor adaptadas a las circunstancias y a las exigencias de una sociedad desorientada en este momento. La cultura popular es algo que deberá plantearse con criterios de gran imaginación y totales, de modo que se abra ante las gentes un panorama que, por estar casi inédito, podríamos considerar como verdadera “revolución cultural”. El pueblo español, desgraciadamente, es un pueblo no acostumbrado a enfrentarse con sus propios pensamientos, excesivamente existencialista en el sentido de sentir la vida tan sólo como acontecimiento actual y momentáneo que hay que pasar o matar con distracciones puramente superficiales, físicas o sensibles, en las que muy pocas veces se deja un hueco para el análisis profundo de la persona, y en donde la trascendencia, sea intelectual o religiosa, tiene más una vertiente formalista o ritual, que una verdadera estructura filosófica. Al salir, por gracia de la civilización industrial, de esa viejísima situación que arrastraba desde hace siglos, más cerca de la miseria que del normal bienestar, el pueblo español se desbocó, como un nuevo rico, en deseos de productos de consumo y ha hecho del objeto y la mecánica el fin primordial de su vida. Esto, que en líneas generales es el mal del siglo y de todos los países, se ha convertido en España en caso ya de pasión y verdadero objetivo en la existencia, desbordándose de tal manera que ha llegado a ensombrecer toda otra inquietud que no sea la material, deseada ésta con un empuje y una exclusividad ciertamente digna de considerarse. Del sentimiento trágico de la vida, de que hablaba Unamuno, se ha pasado, yo no sé si como bandazo normal al que el temperamento hispánico nos tiene acostumbrados, al sentimiento intrascendente de la vida, a la desconexión absoluta con el mundo del alma, tal vez para olvidar, por miedo o por simple frivolidad, la espada de Damocles que todos, desde que nacemos, tenemos sobre nosotros suspendida.
La cultura popular ha de partir, pues, de esta premisa y ha de tender a centrar al hombre en el punto clave de su existencia, quitándole la banalidad desintegradora e insípida y ofreciéndole un camino –o muchos- para su propio conocimiento y para despertar en él todas sus posibilidades de razonamiento y de sensibilidad. Hay que devolver al hombre la poesía, el disfrute de la Naturaleza, el pensamiento sobre sí mismo, el interés por algo más que su propia existencia objetiva. Para ello se debería programar una actuación multiforme, atractiva y bien pensada, que llegue a todos los ámbitos sociales, promovida y organizada por cabezas conocedoras del saber y de la cultura, y nunca dejando en manos de incompetentes o de osados analfabetos (que ahora se producen al amparo, como siempre, de las crisis) esa delicada labor de llevar al pueblo por la senda de su perfeccionamiento, que es, en última instancia, la de su libertad y la de su definitiva conciencia de sí mismo. Sólo así volveremos a ganar al individuo, separándole de las garras de la masa, y conseguiremos esa auténtica realización personal que tanto se añora y se desea(84).
(84) Nota actual: Sin comentarios. Solamente señalar que, pasados tantos años, desde que radié esta charla, no veo que nuestra cultura haya crecido hasta los niveles que después de tanto tiempo había de tener. En muchos casos, al contrario, y sobre todo en los aspectos humanos y educativos, pienso que se ha perdido mucho de lo que ahora los de avanzada edad añoramos.
0 comentarios:
Publicar un comentario