28 enero 1976
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Ilustración G. Guinea |
Los medios de información y difusión son hoy, en esta sociedad que se alimenta con productos prefabricados, el motor más espectacular para mover y dirigir los estados de opinión, de forma que desgraciado de aquel que, por pitos o por flautas, se gane la animadversión o la antipatía de quienes manejan los tinglados de la propaganda. Pero aunque la televisión tenga una imponente fuerza de convicción y de influencia, pienso que sigue siendo la prensa – a través del culto popular a la letra impresa- la que todavía tiene en sus manos el cetro y el imperio de las captaciones humanas.
Por esto mismo, por la trascendencia que pueden tener sus criterios y sus juicios, y más aún si la prensa es libre, creo que una de las cualidades que ha de exigirse al periodista –tanto si ejerce su función en artículos de fondo, en sueltos o en simples comentarios- es el respeto irrenunciable a la verdad. Por encima de toda finalidad crematística, por encima de todo beneficio negociable, por encima de cualquier apetitoso sensacionalismo, el verdadero periodista ha de colocar siempre, como aspiración elemental de su ministerio, esa luz que no admite difuminos, y que, en el simbolismo de las virtudes, se representa –recordemos el cuadro de Botticcelli- totalmente desprovista de vestido: la desnuda verdad. No podrá ser nunca admisible, ni aceptable, la utilización de las verdades a medias o de los silencios sospechosos, y mucho menos, naturalmente, esa frecuente superficialidad que recoge comentarios inconcretos e inseguros y los lanza a la voracidad insana de muchos lectores a quienes cuesta muy poco darles crédito como sucedidos indiscutibles.
La segunda cualidad del periodista que aspire a hacer de su trabajo no un simple juego de cotilleo, sino una auténtica labor cultural y social, es el sentido de la responsabilidad. Ser periodista es algo muy serio, que no puede tomarse a cachondeo, porque sus funciones tienen una incidencia directísima en la formación de la conciencia colectiva y, por lo tanto, preparan, remodelan y configuran el futuro pensamiento y actuación del pueblo llano. La labor cultural de la prensa –en este sentido de ir creando una sociedad más consciente de sí misma, más preparada para ejercer sus derechos y para reconocer sus deberes- pienso que todavía no se ha valorado lo suficiente, ni se ha tenido en cuenta su poder como misión de educar en la ecuanimidad y en el respeto mutuo. Porque –se ha dicho ya muchas veces- la suavización de las pasiones de la masa, no es labor de las Universidades o de la ciencia – más minoritaria y selectiva- sino de los medios de información y difusión que diariamente son los encargados de conectar con el hombre anónimo y elemental. No debe de ser la prensa un trampolín de demagogias, ni un púlpito de personalismos, en donde pueda darse suelta a las pasiones y vía libre a manifestaciones cuyo campo de acción y solución no parece han de tener más “round” que los juzgados y las leyes. El periodista está obligado a ser veraz, pero la verdad requiere un pleno y total conocimiento de los hechos, y esto no puede conseguirse sino con un análisis exhaustivo de ellos y unas pruebas elocuentes y firmes que los apostillen. Juzgar y opinar a humo de pajas, por lo que se ha oído aquí o acullá, en tertulias o en camarillas, es hacer un periodismo excesivamente fácil, peligrosamente demoledor, que no va a ser precisamente un buen colaborador de la convivencia. Y si para algo queremos la prensa, no creo que ha de ser para agriar las siempre difíciles relaciones entre las personas y los grupos, sino para orientar a unos y otros – con inteligencia y dentro de las líneas del bien hacer- en el ejercicio de la formación de criterios seleccionados libremente por aquellos.
Se precisa una prensa consciente de su fuerza y de su influencia, una prensa culta y educada, una prensa a la altura de este final casi del siglo xx; con gracia, con chispa, incluso con sentido limpio del humor, si es preciso, pero siempre asentada sobre la verdad y sobre el respeto a que todo ciudadano tiene derecho. Y, sobre todo, en donde no se vean, excesivamente manifiestas, las fobias y las filias personales(36) .
(36) Nota actual: Las advertencias, los consejos y la reflexión que en esta charla yo pedía a la prensa libre que añorábamos, a estas alturas del 2011, para nada se han cumplido. Los periódicos se han convertido en grupos mediáticos capitalistas y se han transformado en entidades más preocupadas de su empresa y de sus ganancias que de la verdadera educación e ilustración de sus lectores. Además en todos ellos, nacionales o autonómicos, existe siempre un tufillo que huele más o menos, a evitar el compromiso con los poderes políticos o a apoyar muy claramente a estos. Pero además, como en 1936, empresas, periódicos y televisiones aparecen bien diferenciados, en izquierdas y derechas. Pero en este 2011 creo en mayor número las defensoras del partido preponderante. Eso sí, técnicamente, una maravilla y muchos regalos.
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