8 octubre 1977
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Ilustración G. Guinea |
Parece ser que la Escuela de Arte que tiene pensado montar el Ayuntamiento de Santander, es algo que sigue su curso a espera de un porvenir de alumnos que, por las muestras conseguidas hasta ahora, hace presumir un número muy copioso de inscripciones. No seré yo quien se oponga o critique la creación de un centro de estas características que viene a llenar un evidente vacío de enseñanza artística y artesana que antes se desenvolvía a través de las Escuelas de Artes y Oficios que cumplían un papel indispensable en esta tarea obligatoria de la educación popular. También tengo entendido que la organización de esta nueva Escuela de aprendizaje de dibujo, pintura, grabado, modelado y otras ocupaciones artísticas va a quedar en manos de una Asociación de artistas plásticos montañeses que es la que, al parecer, está planeando las líneas directrices del desenvolvimiento de la Escuela. Me imagino que, a la hora de buscar el profesorado, éste habrá de recaer en las personas más idóneas, de vocación intelectual y creativa bien probada, poseedores de una obra ya cotejada como excepcional o valiosa, con nombre y trabajo reconocido, estudios compulsados en materia a enseñar y, sobre todo, con una experiencia didáctica a prueba de críticas y comentarios. El concepto de arte es siempre algo tan escurridizo como subjetivo y tan aleatorio que, sobre todo ahora que es tan corriente dar como cristal lo que es plástico, y por bueno lo que es camelo puro, resulta muy fácil hacerse pasar por entendido y por artista quien tan sólo sabe manejar dos o tres o más ideas abstractas adobadas con una buena dosis de caradura y que en gala de nuevos procedimientos de enseñanza, que dicen apoyarse en entelequias estructuralistas y en vías modernísimas de orientación sociológica, son simples juegos verbales que quieren ocultar la falta absoluta de trabajo concienzudo y costoso, hecho de horas y horas de dedicación, de desvelos, de estudios y de experiencias.
Recordemos que en los mejores siglos de nuestra historia del arte europeo –español y extranjero- los maestros no surgían de las cátedras de verborrea sino de la labor diaria de una acción artística silenciosa y real que pasaba por años de estudio de dibujo, pintura, escultura, cientos de hojas y pliegos llenos de bocetos o proyectos, y que costaba mucho –a veces decenas de años- pasar de la categoría de aprendiz a la suprema de maestro. No se creaba figura en el arte de los pinceles ni por el autobombo ni por el aplauso interesado de un circulillo de coristas. Entonces solamente privaba la norma realmente justa de “por las obras les conoceréis”, y eran éstas el verdadero cheque a favor que abría las puertas de la maestría. No es quien critica a diestro y siniestro, utilizando la espada del resentimiento y de la propia impotencia, quien por ello está capacitado para enseñar. Sólo el que sabe crear por si mismo, y no el que destruye la labor mejor o peor del creador, es el que puede colocarse en el puesto verdaderamente responsable de dirigir una enseñanza. Pasamos momentos de enorme confusión que es aprovechada por los histriones que saben sólo de donde poder descolgar las máscaras para caracterizarse. Con ellas, y aprendido un papel momentáneo, se hacen pasar por personajes de escondidos valores, de criterios ultramodernos, de visiones geniales que, en el fondo, y cuando vuelven al camerino para despintarse, aparecen ante el espejo con el vacío total de conocimientos, con las arrugas bien claras que fueron borradas tan solo circunstancialmente por el albayalde.
La creación de una Escuela de Arte, señores del Ayuntamiento, es algo enormemente importante, serio y responsable. Por esto mismo, por lo que representa dar un paso así, tan necesario para la educación de nuestras gentes, niños y adultos, no puedo dejar de felicitar a quienes han abierto el camino de esta consecución trascendental. Pero simplemente quiero advertirles, a los responsables de su futuro funcionamiento, que la elección del profesorado es el punto más importante para el éxito futuro. Que no volvamos a repetir, como tantas veces, esos nombramientos a dedo originados por el compadreo o por la política fácil de dar puestos responsables tan sólo por acallar protestas o por tener contentos a un grupo incómodo de contestatarios. Convóquese concurso de méritos, compúlsense éstos de una manera justa, de modo y manera que sea quien más ha hecho, quien más ha trabajado y quien más valga, el que ocupe el puesto de maestro en la futura Escuela municipal de Arte. Hay gente muy buena, trabajadora y digna, vocacionalmente destinada a ser un excelente profesor, que pueda estar apartada y callada. Búsqueselos, con el ánimo limpio, mediante convocatorias públicas, y no actuemos, como siempre, acudiendo sólo al campanario donde más locamente estén repicando las campanas.
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