09 marzo 1977
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Capitel románico de Castañeda (5ª del ábside interior) S. XII |
Los próximos comicios van a darnos la piedra de toque del nivel de educación que ha alcanzado el pueblo español; van a demostrar ante el mundo cual es el grado de respeto que tenemos cada uno en el termómetro de la tolerancia y de la comprensión hacia el pensamiento de los demás. Estoy cansado de leer -yo no sé si como eslogan o como propaganda para ganársele con alabanzas- que Juan Español es un hombre perfectamente maduro para la democracia y para el contraste pacífico de pareceres. No lo dudo, porque entre mis cualidades –pienso- la credulidad es uno de mis irreprimibles “defectos”, y la esperanza (que es lo último que se pierde) una de las virtudes que cuido con especial cariño, por eso de que ¿dónde va el hombre vivo si ya quemó su esperanza? Tengo así fe en lo que me dicen, esperanza en el futuro y hasta caridad para tolerar la falta de elegancia y de sensibilidad que continuamente estoy comprobando se desenvuelve bajo la bóveda celeste que limita a España por arriba. A mí no me gusta decir por decir, ni alabar con finalidades “recolectivas”, tal como les ha dado por actuar a muchos comentaristas del momento, que parece vienen cargando sus mochilas de demagogia para hacerse simpáticos a aquellos que creen van a proporcionarles la ocasión de salir del anonimato o de permanecer en su majuelo.
Pero si en vez de creer lo que me dicen, se me ocurriese dar una breve pasada por el ambiente actual que nos rodea, se me caería el alma al suelo, como ciertamente ya hace tiempo que se me ha caído, aunque deportiva e ilusionadamente, trate de disimularlo.
Hasta la Revolución francesa, en sus momentos más crueles, estuvo tocada de romanticismo.
Cuando a éste –que es una especie de idealización de las pasiones- le sustituye tan sólo el ramplonismo y la grosería, y no existe ni una pequeña ala que espiritualice la tosquedad casi huesuda del hombre, la convivencia se hace no digo imposible, porque hasta los erizos se aproximan, sino sumamente deshumanizada, cruel y desagradable.
Son momentos, además, empapados de esnobismo (el sometimiento a la moda es la nota más despersonalizadora del individuo), que producen un mimetismo de pensamiento y actitudes que sólo sirven para vulgarizar al ser humano y para hacerle carente del más mínimo interés. La Universidad española actual, que debería ser la auténtica catalizadora de espíritus selectos, respetuosos y cultos, se ha convertido en escenario –el menos indicado- de las acciones más inoportunas y soeces. Díganlo, como muestra, las “pintadas” que hace unos días acabo de ver en las Facultades de la Universidad de Valladolid. ¿Son ellas testimonio, con su fraseología hiriente y populachera, de la madurez de un pueblo cuyos universitarios se presentan con una educación muy por debajo de la que actualmente tienen los pueblos más primitivos de la Tierra?
Y si para muestra basta un botón, ¿hay todavía algún iluso que crea que sobre estas bases podemos montar una armonía capaz de hacernos vivir juntos en la comprensión y en el respeto?(68)
(68) Nota actual: Sin comentarios. Aunque yo no recuerdo que es lo que estaría pasando entonces, el tono de mi charla indica que, desde luego, las maneras en uso debían de estar muy lejos de ser por mí aceptadas.
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