La desanimalización del hombre

27 julio 1977


Ilustración G. Guinea
  Una de las finalidades de la cultura, cuando ésta se afinca en profundidad en el ser que la recibe o la hereda, es conseguir doblegar el temperamento primitivo, tosco y egoísta del hombre. Venimos evolucionando muy lentamente, en la carrera de la hominización, desde una lejana animalidad que todavía no hemos conseguido arrancarnos del todo. Los instintos, las pasiones, las tendencias defensivas, son las reliquias que aún nos van quedando de aquel remoto periodo en el que la lucha por la existencia era una ley imprescindible para la supervivencia. Todo en la Naturaleza viva es una competición de predominios y una valoración de fuerzas y de artimañas, de engaños y de astucias, que instintivamente utilizan los seres creados para su defensa en la terrible y hasta despiadada guerra establecida para seguir viviendo. El tigre, se desliza con movimientos silenciosos y lentos para atrapar en su sueño a la presa descuidada. El camaleón, cambia de color para hacerse invisible en las distintas vegetaciones. La rana verde, puede tranquilamente descansar sobre la yerba sin temor a ser descubierta. Hay flores que producen sustancias pegajosas para poder hacerse con las moscas o mosquitos que a ellas acuden atraídos por sus colores, como hay arañas que tejen telas mortales para los insectos.

  Todas estas “virtudes”, vamos a llamar, defensivas y ofensivas las recoge y las fabrica el hombre desde el momento en que, como otro animal cualquiera, pero dotado de inteligencia, entra en ese juego de competencias en el que ha de triunfar por sus especiales dotes; dotes que le permiten ser astuto como el tigre, cambiante como el camaleón, engañoso como la araña, y chupador como la planta carnívora.

  Pero la misma inteligencia, es la que abre caminos que alcanzan cotas más elevadas, y llega un momento, a través de la cultura o por influjo de ésta, que las líneas intuitivas de su animalidad son superadas, estableciendo, naturalmente, que también, con una finalidad no sólo puramente etérea sino hasta con una visión práctica, una escala más alta de valores que aquellos elementales de la supervivencia material. Decimos entonces que el hombre se desanimaliza y consigue establecer los dos campos del bien –lo bueno- y del mal –lo malo-
Desde entonces, el hombre está obligado, y tanto más cuanto mayor sea su evolución mental y su cultura, a abandonar los restos de su primitivismo, a luchar contra ellos, a tratar de eliminarlos, y esto, aún cuando el nuevo escalón moral que ha conquistado, pueda perjudicarle en sus aspiraciones y en sus ambiciones.

  Por ello, una sociedad humana que no ha conseguido alcanzar –y esto es lo mismo para el ser individual- un grado suficiente, en donde pueda establecerse una moral colectiva que aparte de sí los seres primitivos y nefastos, que siguen utilizando como armas para sus triunfos, los instintos ancestrales residuos de la animalidad, será siempre una sociedad subdesarrollada e incipiente aunque venga enmascarada con progresos técnicos e industriales que puedan de momento asombrar o engañar.

  Sólo cuando consigamos eliminar, pisotear o al menos despreciar el juego y la actitud, todavía bastante frecuente, de la violencia, de la astucia, del engaño, del cambio de ideas o de ideales dirigidos al propio egoísmo o al sustentamiento de un privilegio; sólo cuando apartemos de nosotros, desenmascarando sus tejemanejes confusos e insinceros, a quienes, porque su cultura es sólo de barniz o de epidermis, aún consideran que ser más fuerte es ser más poderoso, y ser inteligente es ser cauto y sibilino como la serpiente, envileciendo aquello que ha elevado al hombre en su trabajo milenario de perfeccionarse; sólo entonces podremos considerar que hemos conseguido una sociedad que empieza el camino de su salvación.

  A no ser que prefiramos todos entrar en la carrera del provecho propio, del egoísmo materialista y cretino, del reino de la zancadilla y del insulto, del despedazarse a dentelladas, como una jauría de lobos hambrientos, y olvidemos, una vez más en la historia, algo tan sencillo y tan difícil que se llamó cristianismo y se basaba en seis concisas palabras: “amaos los unos a los otros”(82).


(82) Nota actual: Sin comentarios. La verdad que esta charla puede considerarse continuación de la anterior sobre la falsedad de las razones. No sé que estaría sucediendo en estas fechas, pero tal vez fuese solamente la persistencia de experiencias anteriores.

0 comentarios:

Publicar un comentario