La Colegiata de Cervatos, un punto destacado en la geografía histórica de Cantabria

11 Agosto 1976


Ilustración G. Guinea

  Mi obligación, y mi devoción, de acercarme a los monumentos montañeses, tanto religiosos como civiles, me va dando una escala de valores a veces ciertamente discutible, que me permite destacar a algunos de ellos como significativos. Hablemos hoy, por ejemplo, de la Colegiata de Cervatos, uno de los ejemplares más populares del románico santanderino. Si alguno de los radioyentes no la conoce aún, valga este comentario para acuciarle a acercarse a un edificio singular asentado en un paisaje no menos interesante y atractivo.

  La iglesia románica de Cervatos se alza, desde hace ya ochocientos años, en uno de los paisajes más bellos del valle de Campóo, allí donde lo que llamamos la Montaña acaba, y comienza un terreno transitivo hacia la gran meseta castellana. Cervatos fue siempre un pueblo al lado de un importante camino, vieja calzada romana primero y más tarde camino real, de diligencias, en ruta a los campos del trigo. Fue etapa de descanso, con su portalón cobijador, una especie de mesón donde cambiaban los caballos de las diligencias y pasaban la noche tanto los que iban a la costa, como los que volvían a Castilla. En invierno, cuando la nieve de Pozazal cerraba el tránsito, los monjes del monasterio daban también albergue. Habían levantado su iglesia en el cruce de dos vías: ésta, la principal, que descendía después de pasar Reinosa toda la cuenca del Besaya, y la secundaria que llevaba a Campoo de Suso, el de arriba, a ese circo de tierras y montes rodeado, como una enorme artesa, por las sierras del Abra, Valdecebollas, Cuchillón, Tres Mares, Fuente del Chivo, Pico Cordel y Cueto Mañinos.

  Allí, en el año 999 -¡Quien sabe por qué razones!- el conde de Castilla Don Sancho y su mujer, fundaron el monasterio. ¡Ya llovió desde entonces! No tardarán en ser mil, los años que nos separen de este acontecimiento. Sin duda fue levantado para proteger el camino, para ayudar al caminante, al viajero, al peregrino, o para vigilar la posible llegada de alguna hueste agarena que en osada aventura intentase atravesar los montes. ¡Tiempos aquellos de vigilia continua, de sobresaltos, de lentitudes también, en que los días se hacían largos con horas para todo! ¡Tiempos de estameña, de carros chillones, de rabeles y panderetas, de abades con báculo como obispos en miniatura, de canteros trashumantes que tallaban la piedra arenisca, de merinos y de sayones, de pergaminos y de cartas pueblas. Tiempos de siervos de la gleba, de monjes pedigüeños, de beatas rezadoras, de celestinas influyentes, de caballeros y torneos! ¡Tiempos aquellos!

  El conde mandaba, por encargo del rey, y cedía tierras y posesiones. El Fuero de Cervatos ayudaba a la repoblación del valle de Campóo. Más de cien años antes otro conde – Nuño Nuñez- y su mujer – la condesa Argilo- habían favorecido con beneficiosos derechos la fundación de Brañosera, no lejos de Cervatos. Las campanas de los monasterios se oían de unos a otros, tantos había. Al conde Sancho se le murió un hijo, Fernando, y lo llevaron a enterrar al claustro de la abadía por él fundada, donde se guardaban reliquias de San Pedro. La iglesia vieja desapareció; se arruinó, sin duda, o la tiraron para levantar más tarde, a comienzos del XII, la que ahora existe. Su piedra se ha templado con los siglos y tiene el color de los montones de trigo. La piedra se parece, a veces, al pan, porque se moldea y se dora. Un día de 1126 un abad se levantó optimista y comunicó en capítulo que había decidido construir una nueva iglesia de acuerdo con la mejor situación económica del monasterio. Vinieron canteros de Trasmiera o de Becerril, con sus gubias, escuadras, punzones, martillos, escoplos. Se trajo la piedra de la cantera más próxima y se fue tallando a pie de fábrica, día tras día. Los monjes les entregaban códices pintados con grecas, animales fantásticos, entrelazos, rosetones, temas del Apocalipsis, de la fe, de las virtudes, de los pecados, y los canteros copiaban en la piedra, minuciosamente, los modelos, que se iban transformando en canecillos, capiteles, ménsulas, baquetones, cornisas, impostas, todo decorado, en volumen, con mil historias, con mil sugerencias. Se pusieron las bóvedas, limpiamente, matemáticamente, piedra a piedra. Ya resonaban en el interior las voces. El abad probó la suya y encontró que hacía eco, como en una cueva.

  Concluido el edificio se avisó al obispo Don Marino. Y un día de noviembre de 1199 llegó desde Burgos, con su séquito, a caballo, en carros. Fue una fecha memorable el de la consagración de la iglesia de San Pedro de Cervatos. El acontecimiento se grabó en una piedra de la fachada. Aún existe el texto y dice así: “Se dedicó la iglesia de San Pedro por el obispo Marino, siendo abad Martín en el año 1199, siete idus de noviembre”.

  Hoy sigue en pie, San Pedro y San Pablo de Cervatos, sola, sin monjes, sobre un pequeño altozano. Las tumbas de los monjes trepan por la ladera, sepultando más tiempo que despojos humanos(53).

(53) Nota actual: Sigue siendo la Colegiata de Cervatos uno de los monumentos románicos más destacados y conocidos de Cantabria. Sigue atrayendo por su decoración exterior en donde abundan representaciones sexuales y pornográficas. Siempre, desde que la prensa en el XIX aireara esta característica, Cervatos fue más “revisada” que estudiada, y hasta se pensaba que hubiese sido un templo pagano dedicado a Príapo…Hoy hay más posibles explicaciones a esta original iconografía. La más aceptada, tiene como apoyo los libros penitenciales. Estos se hicieron bastante comunes desde la alta Edad Media, y se tuvieron en cuenta en la época románica. Estos libros –los penitenciales- recogían los años de penitencia prescritos por la iglesia para la mayor parte de los pecados, entre ellos, y con claras determinaciones, a los de la lujuria. Herrero Marcos, que analiza el penitencial incluido en las Glosas Silenses, nos dice que en él constan penitencias de 20 a 15 años para los pecados de bestialismo, sodomía, masturbación, etc. Esto bien explica, el “organigrama” de canecillos y metopas de Cervatos, para que el cristiano-aldeano (la mayor parte entonces analfabetos) pudiera recordar bien, antes de entrar en la iglesia, la pena que le esperaba –en años- si caía en los “arrebatos” allí esculpidos (Jesús Herrero Marcos: El pecado de la lujuria en la iconografía románica.- Románico, nº 6, pág. 10-15. Junio 2008)

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