6 octubre 1976
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Ilustración G. Guinea |
Está visto que no hay nada que hacer, y que la tan ansiada Facultad de Letras, sección de Historia, que a gritos está pidiendo nuestra Universidad y nuestra sociedad, no madura para este otoño. ¡Cuidado que ha hecho calor y sol suficiente para que la fruta haya entrado en sazón! Mejor verano no lo volveremos a encontrar. Pues ni con esas, la Facultad de Filosofía que dijeron –cuando se pidió la de Ciencias- era fruta madura que caería sola, resulta que no, que está más verde que una pera de invierno. Y que habrá que irse resignando a una nueva espera que no sabemos cuánto podrá durar. Ahora, cerrada ya la Universidad Menéndez Pelayo, nos viene la estación invernal otra vez con pobres perspectivas humanísticas. Con la caída de la hoja el árbol de nuestras inquietudes se quedará desnudo y tiritante. Los estudiantes –más de 300 sin duda- que hubieran podido dar calor al tronco de la ciencia literaria, filosófica o histórica, tendrán que hacer sus maletas y marcharse, muy en su contra (o al menos de la de sus padres) a otros campos, otros ríos, otros parajes sombríos. Y aquí nos quedaremos los de siempre, con las mismas gastadas y envejecidas instituciones intentando hacer que vivimos, sacando fuerzas de flaqueza y regando, con una que otra conferencia más o menos sombría, las raíces anémicas, evitando así que el aburrimiento las mate. Al tener que prescindir de la juventud interesada, la verdadera fuente de novedades, o al menos del calor y de la ilusión consiguientes para buscarlas, seguiremos otro año vegetando de la savia ya gastada y enmohecida. No quiero con esto decir ¡Dios me libre! que los jóvenes han de ser la panacea para el milagro cultural de Santander, y que de los maduros o los viejos –cargados de experiencia y sabiduría- poco puede ya esperarse. Nada de esto. Unos y otros son imprescindibles para mantener el fuego de nuestras humanidades. La vejez es el rescoldo, las brasas necesarias; la juventud es el soplo o vendaval que las aviva y enrojece y que hace estallar la llama para la continuidad de la hoguera. Pero las hayas se queman y los estudiantes se van. Nos quedamos sólo los del rescoldo y es difícil esperar soplillos que nos enciendan. A no ser que salga por ahí algún genio oculto que frote la lámpara de Aladino y fabrique diamantes de las piedras y lluvia de la sequía. Todo es posible. Todo es posible en Granada, pero no sé si lo será en Santander. Ojalá, y bien me alegraría. Como me alegraría, hasta el paroxismo, si los santanderinos consiguiésemos unirnos –aunque sea una vez- para lograr una ciudad y una provincia con categoría cultural. Otras 48 provincias nos contemplan, esperando que la tierra de Menéndez Pelayo, Pereda y Escalante (hijos gloriosísimos del pueblo montañés) demuestre estos antecedentes y sea digna del legado tan privilegiado. Pero nosotros estamos tranquilos bañándonos en la bahía, agarrados a los testamentos de nuestros sabios y geniales predecesores. Y si alguien nos dice algo le enseñamos ese salvavidas o salvaprestigios que, aunque ya viejo y usado, todavía sirve para desorbitar los ojos de muchos ingenuos de la restante piel de toro.
Y mientras tanto, en alto los estandartes de los que verdaderamente crearon hace tiempo un Santander de repercusión internacional, nosotros seguimos en nuestra procesión de encapuchados, sin hablarnos unos a otros, rezando cada uno independientemente nuestras plegarias, sin darnos cuenta que vale mucho más la oración en comunidad para conseguir los favores del cielo.
Menos mal que en Físicas, en Caminos, Canales y Puertos (bien nos vendrá esto para poder salir airosos de las bocas y gargantas con que nos dotó Naturaleza), en Medicina, Empresas, etc., debemos ser una ciudad privilegiada. Menos mal, pues, que existe la ley de las compensaciones. Porque aquellos pobres que quieran aprender Historia, Geografía, Literatura, Filosofía, Arte, Arqueología, Latín, etc., a nivel universitario, ya pueden ir preparando las maletas y elegir, si pueden, la capital donde se imparten estas enseñanzas. Y los que no puedan, por dificultades familiares o económicas, pues qué les voy a decir, que se olviden de Felipe II, Shakespeare o de Calderón, que ni por mientes se les ocurra conocer la filosofía de Aristóteles o de Sartre, que rechacen sus inclinaciones por la geografía social o descriptiva y que, desde luego, no pretendan seguir su vocación por el Arte. Que se den cuenta, aunque el principio de Arquímedes les haya repataleado toda su existencia, que casi todos los premios Nobel proceden del campo de la Física o de la Química, que el dragado de un puerto es algo esencial para sus inquietudes humanísticas y que el ser médico no es mala salida tal y como están las cosas. A estos que obligadamente tienen que quedarse matriculándose en la Facultad o Escuela Superior, aunque la perra gorda salga “cara” sólo les deseo una gran, una heroica conformidad.
A los otros, a los que obligadamente tengan que irse, les cantaré con música folklórica montañesa estas estrofas:
“Ya se van los estudiantes, ya se van sin remisión,
porque no existe esperanza de encontrar su solución.
Se marchan, se marchan a Valladolid,
A Oviedo y Pamplona, también a Madrid”
Para que acompañe su nostalgia durante el viaje y su larga ausencia(58).
[1] Nota actual: Venía funcionando desde hacía años en el Museo de Prehistoria, y para ayudar un poco a los alumnos que no podían salir de Santander y se inclinaban por las humanidades, una Academia preparatoria, en combinación con la Facultad de Letras de Valladolid, para que fuesen considerados casi como oficiales a la hora de examinarse. Nosotros, los profesores de Santander seguíamos el programa de los de Valladolid, y de lo que se daba en esta Universidad se examinaban los nuestros.
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