27 octubre 1976
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Ilustración G. Guinea |
El viernes, de diez de la mañana a la una del mediodía, se celebraron las elecciones democráticas para nombrar Rector de nuestra Universidad, dado que el Dr. Trillo ya tiene su destino en la Universidad de Sevilla. Votaron más de 125 profesores de todo tipo y representantes de los alumnos. El resultado ofreció ya dos nombres que prueban, por el número de votos parcialmente igualado, que cuentan con un buen apoyo de base suficiente para seguir nuestra Universidad con reconocida autoridad y derecho.
Este planteamiento electoral de la Junta de Gobierno, que yo creo acertado y que fue muy equilibrado y justo, no ha sido del agrado de una minoría al menos de estudiantes (calculo un número no mayor de cien) que, alineados desde la puerta principal de la Facultad de Ciencias, formaban un pasillo por donde necesariamente hacían pasar a todos aquellos que fuesen a emitir su voto, para, en su trayecto de “vía penitenciaria” -en vergonzante interpretación de “ecce homo”- recibir la rechifla general de tanto aspirante a sabio oficial comunitariamente cabreados.
Yo, ya saben ustedes, estimo mucho la democracia; eso del “gobierno del pueblo” es algo que siempre me produjo buen efecto, auditivo y sensible y determinados cosquilleos libertarios. Pero siempre pensé también, por lo que he visto en la Historia que no he dejado de estudiar, que en nombre de muchos espléndidos ideales, se han hecho, por el hombre, verdaderos disparates y atrocidades que se daban de patadas y aún eran opuestos y enemigas de aquellas bases doctrinales que le habían dado su razón de ser.
Algo así –aunque en pequeño y vamos a decir (para no sacar las cosas de quicio) pero con una cierta gracia y humor, que lo hizo más aceptable- ha sucedido con esta actuación de los estudiantes protestando una elección sincera y justa.
¿Y me quieren decir ustedes qué es lo que queremos los españoles de 1976? Cuando no había elecciones nos quejábamos de autoritarismo; cuando las hay, cada uno queremos se organicen a nuestro gusto, y si no es así pucherazo va, pucherazo viene, hasta que la democracia se acomode a nuestro sentido individual de ella que, naturalmente, es el resultado de nuestro cerril deseo de preponderancia y de intransigencia.
Los alumnos que el viernes hicieron camino de abucheo a quienes iban a emitir su derecho y su deber de universitario, obligaron (aunque fuese una obligación suave y hasta cachonda) a pasar al profesorado –e incluso a sus compañeros- por las horcas caudinas de sus privativos criterios, cosa que (ahora que queremos estrenar democracia) es un signo bien claro y significativo de imposición autoritaria. Y la verdad, para este viaje no necesitamos alforjas. Porque si hay alguien (porque parece que ello quieren que sea imprescindible) que ha de imponerse en la Universidad, es preferible elegir la imposición de una Junta o de un Rector, que no la de una cuadrilla de simpáticos estudiantes que pienso todavía no saben muy bien por donde les da el aire. Los gritos de “un alumno un voto”, equiparando una elección académica a otra cualquiera política, es ya un síntoma claro de su despiste inicial.
La cosa, en sí, no tiene trascendencia. Hubo hasta humor y alegría (“Trillo sal al pasillo”), aunque en algún caso impusieron con malos modos sus deseos, lo que es lamentable. Si todas las actitudes de protesta quedaran de ahora en adelante en estos términos, ya me daba por contento. Lo peor es que un “pasillito” (recordemos el de Dantzing) puede traer a veces, muy malas y terribles consecuencias(61).
(61) Nota actual: Ya vemos que “marchaba” la Universidad bajo los principios democráticos, pero a veces –yo que la viví- sufrí la entrada en mi clase de alguna “feroz” señorita dando voces e invitando a salir a todos sus compañeros. Me ajusté a sus pretensiones, también democráticas, y suspendí las clases. Pero, muy velada, me vino a la memoria algo parecido cuando estando en clase en el Instituto Zorrilla de Valladolid, a mis trece años, algún mes antes de la guerra, un grupo de estudiantes que se decían universitarios, abrieron brutalmente las puertas del aula al grito peculiarmente “democrático” de ¡Fuera!. . .
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