Campoo: un valle difícil de olvidar

20 octubre 1976
 
Ilustración G. Guinea
  El valle de Campoo es mi valle, mi “verde valle” de aquella vieja película que conmovió los años de mi adolescencia. Ya es hora, pues, que dedique hoy estos minutos a exaltar una comarca montañesa que es, como reza el slogan, la antesala de Castilla al mar, y que yo ampliaría como la puerta que se abre al sol y al trigo de la meseta. Por Reinosa nos han llegado siempre los aires cálidos de la Tierra de Campos y los carros llenos de harina para nuestros panes blandos de la costa. Y por Reinosa –ese puerto de Pozazal, frío e inhóspito- se meten la vía del tren y la carretera, para tirarse –casi suicidas- Hoces de Bárcena abajo, con la misma insistencia del Besaya que se rompe la cara por las peñas en su anhelo infinito de tocar espumas y algas. Las sierras de Campoo, son mucho más altas que los montes y las lomas del Santander costero y, sin embargo, los campurrianos seguimos considerando que bajamos a La Montaña, cuando tomamos el camino que nos acerca al mar. Y es que Campoo se siente todavía como una continuidad de lo meseteño y sus vegas –del Ebro o del Hijar- tienen aún una cierta plenitud castellana.

  Al Cantábrico se le ve desde Tres Mares, o desde la Fuente del Chivo, en los días claros, pero también se ve el ocre quemado de todas las mieses de los campos de “pan llevar”. Campoo está incierto con cuál de las dos llanuras quedarse: la del pan o la del agua. Y por ello, a lo largo de la historia, Campoo se balancea entre estas dos opciones, sin despreciar o abandonar ninguna.

  Las tribus cántabras de Campoo, quizás las más potentes de todas, tuvieron que contener la primera gran embestida de las legiones romanas, y fue Aracillum (el actual Aradillos) por donde se rompió la fortaleza cántabra y donde quedó determinado el dominio de Roma. Los cántabros vencidos se acogieron a las legiones dominadoras. Éstas fundaron una ciudad, la más importante de Cantabria, que se llamó Julióbriga (hoy Retortillo), que se adjudicó un puerto en la costa: el Portus Victoriae Iuliobrigensium, que hoy creemos fuese Santander o tal vez Santoña. Este era un puerto de comunicación por mar con las Galias y un apoyo del comercio para la dominación de Cantabria.
  Durante la Edad Media, Campoo tuvo mucha importancia en la formación de núcleos repobladores de avanzada hacia el valle del Ebro. El primer municipio de España se creó en Brañosera (822) por los condes Nuño Nuñez y Argilo. Los monasterios empezaron a puntear la geografía de los tres valles campurrianos: el de Suso, el de Enmedio y el de Yuso. Entre todos destacó el monasterio de Cervatos (hoy se conserva su bella iglesia románica del siglo XII), que llegó a tener posesiones casi hasta la costa, en competición de influencia con los de Santillana y Elines.

  Después vinieron los dominios señoriales. Don Tello, hijo bastardo de Alfonso XI, tuvo autoridad sobre la mayor parte del valle, y luego el Marquesado de Argüeso, cuyo poder se testifica documentalmente con el famoso castillo de este nombre, que se levanta solitario sobre la cúspide de un altozano, dominador ahora solamente de un paisaje que en otro tiempo fue la tierra dominada.

  Casonas de rancia estirpe (La Costana, Naveda, Espinilla) o torres militares, como la de Proaño, acogimiento del ilustre sordo e historiador, Don Ángel de los Ríos, se reparten por muchos de su pueblos, llenando el valle de recuerdos y sugerencias de un pasado aún latente pero que ya no volverá.

  El pantano inundó el páramo de la Virga, hoy inmenso lago que oculta aldeas, caminos, iglesias….

  El Ebro se pone a nacer en una reducida torca y Casimiro Saiz, el gran pintor campurriano, lo recoge para siempre en un cuadro de antología.

  Campoo, con su paisaje excelso, fue tierra de pintores, y lo sigue siendo: Salces, Celestino Cuevas, Gloria Torner (descendiente de Matamorosa). Porque la tierra que produce artistas es la que –como este valle- aún mantiene ese pálpito de emociones humanas y cósmicas que el tiempo no ha podido todavía desvanecer(60).



(60) Nota actual: Sigo leyendo, o mejor releyendo, las folklóricas novelas de José Calderón Escalada (El duende de Campoo) que supo ahondar en las costumbres y el lenguaje de los hombres de este valle de vieja historia. Pero Campoo ya no es el que recogía en sus temas el Duende. Aunque el paisaje sigue siendo glorioso, la modernidad va dejando en él sus huellas. El río Hijar se canalizó un día y perdió, en sus primeras aguas, los puentes de madera que hacían inolvidable el camino de Entrambasaguas a Cirezos. Alguien los transformó en masas de cemento creyendo que eran más bonitos. Los bellos pozos del Hijar, como el del Castillo, en Espinilla, perdieron su atractivo e incluso su misterio. Casas extravagantes se construyeron en este último pueblo (creo que por suerte han desaparecido), y chalets como oscuros fortines “adornan” las cunetas de frente a Naveda. Salvo excepciones, no ha habido cuidado en lo urbano, porque la estación de esquí de Brañavieja,  la verdad que tampoco es un ejemplo de armonización con el paisaje. Esperemos que, con los molinos que vengan, tan poco parecidos a los quijotescos de la Mancha, recupere nuestro Campoo de Suso el encanto que le prestó la naturaleza (¡!)

0 comentarios:

Publicar un comentario