1 febrero 1976
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Ilustración G. Guinea |
La verdad es que si uno lanza una mirada sobre el ambiente cultural juvenil existente en Santander –que al fin y al cabo es siempre el prometedor de futuro- no puede menos de sentir una impresión decepcionante. Desaparecido el fogonazo que produjo el Premio Nacional de Pintura “Pancho Cossío”, que consiguió, hace unos años, no sólo comprometer y excitar a una minoría montañesa organizadora (en bien poco tiempo logró auténtica participación y compromiso de mucha juventud artística nacional), la situación en el aspecto artístico es más bien desconsoladora. Siguen las galerías de arte su carrera comercial a las que dirige su destino, pero ni un solo grupo artístico intenta congregar intereses y despertar afanes de despegue. La Universidad, o los grupos universitarios, para mejor entendernos, se limitan a manifestar su inquietud de cultura y arte en recitales más o menos “novedosos” que buscan más provocar los instintos políticos que entusiasmar los culturales. Por otra parte, estamos asistiendo, con el correspondiente resultado decepcionante, a un fenómeno especial de vulgarización de la cultura, de pérdida de calidad como compensación a la cantidad. El masificar la cultura no ha podido evitar, como contrapartida, que haya alcanzado un cariz “populachero” –y fíjense, no digo popular (que esto es muy distinto)- convirtiendo lo que, por esencia, debería tener como finalidad la producción de resultados selectos y cultos en una especie de triunfo de la grosería y del gamberrismo. Desgraciadamente, parece que se ha provocado el efecto contrario al deseado y al conveniente. En vez de lograr una sociedad cada vez más influida por la Universidad, estamos consiguiendo fabricar una Universidad en donde parece que la educación más elemental (la que antes existía, y todavía existe, en el hombre nunca bastardeado del campo) ha dado paso a una especie de exaltación de lo “barriobajero” y casi casi de la chusma.
“No, no es esto”, diremos con Ortega y Gasset cuando vio los resultados de la República. “No, no es esto”, de ninguna manera puede ser esto, el resultado de abrir las compuertas de la cultura a todos los ciudadanos, porque las que parece que se han abierto son precisamente las de la anticultura, y la Universidad ha sido tomada al asalto como una Bastilla.
Las esencias universitarias, que son aquellas del bien hacer, del bien libertad, del bien pensar, del bien respeto, del bien tolerancia, del bien educación, y del bien saber estar, han sido sustituidas por algo que ha perdido absolutamente toda clase de categorías.
Y no es que, por ejemplo, me asuste timoratamente ante una conversación naturalmente rociada de tacos, como sería el aire rústico de un hombre de pueblo inocentemente expresivo, sino que en este caso se apercibe el triunfo de lo soez, como voluntad consciente y precisa de herir. Siempre ha sido así. Cuando el águila tiene las alas rotas vence su complejo haciendo los elogios de las ratas.
Si ciertamente queremos dar un tono de cultura a nuestros actos lo primero que necesitamos es, naturalmente, cultura. Y ésta no debe de ser valorada y medida, como vulgarmente se hace, por los metros o quilos del saber, sino por la profundidad que haya conseguido alcanzar en la doma de las raíces instintivas de la destrucción, que todos tenemos.
Cultura es crear, jamás arrasar o aniquilar. Cultura es saber sonreír, y saber cantar, y saber vivir. Cultura es una cosa muy sencilla que uno puede conseguir sin necesidad de excesivos estudios. Cultura es la buena voluntad de la alegría y el saberse seguro de sí mismo.
Lo que jamás será cultura es el resentimiento, ni el odio, ni la vulgarización y menosprecio de los sentimientos. La cultura educa para el bien y para la paz, no para la guerra o la destrucción. Cultura es mirar de frente, seguro de que a nadie se envidia o se desprecia. Pero, ¿Quién cree que es esto la verdadera cosecha positiva de la cultura? (37)
(37) Nota actual: Poco más o menos igual. Cultura de masas enfervorizadas, por la droga o el alcohol. Un preámbulo, o final, del botellón. Las generaciones maduras, compensando con ópera y conciertos clásicos.
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