13 diciembre 1977
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Ilustración G. Guinea |
Ahora que se avecinan las tradicionales fiestas de Navidad, y con ellas los no menos tradicionales regalos, convendría que hiciésemos un canto elogioso al libro en general, a fin de que unos y otros nos animásemos a hacer obsequios de libros, en vez de tonterías más o menos intrascendentes. Y que conste, por si alguien creyese lo contrario, que ni tengo negocio de librería ni se me abona nada por ningún librero como propaganda. Creo que el incitar a adquirir libros es una labor de cultura que, en este caso al menos, nada tiene que ver con el beneficio económico. Cuando acabo de leer, no hace ni tres días que “el 50% de los niños españoles no ha visto 25 libros juntos en su casa” no parece extraño que intente con mis palabras remediar al menos un poco de este desastre. Porque pienso, además, que no solamente los niños desconocen lo que es un stock de literatura selecta, que despierte su fantasía y su capacidad de concentración, sino que si se hubiese de hacer otra estadística en este sentido con los adultos nos asombraría comprobar que los resultados serían muy similares. Desgraciadamente, vergonzosamente, la lectura que no sea de periódicos o de revistas del corazón o pseudopornográficas, ha pasado, no digo yo a un segundo término –que eso sería un puesto muy respetable- sino que está colocándose como farolillo rojo de las apetencias del hombre actual. Cada vez se tiene menos tiempo y menos oportunidades de leer obras meritorias. Como mucho, por esa corriente ovejil que caracteriza a la época, se adquieren los “best sellers”, que casi siempre tienen un valor muy reducido, y son más bien literatura oportunista, pasajera y momentánea. Los clásicos autores, los de siempre, los de antes, los depurados de la historia, se han olvidado casi completamente o se compran , ¡oh suprema cretinez! , para colocarlos muy espectacularmente en una estantería y dar tono intelectual a los despachos. Ya sabemos – no hace falta que se nos diga con prosopopeya doctoral- que la lectura de obras clásicas ha sido siempre preocupación de una minoría. Pero estimo que eso debería de ser antes, cuando la cultura era patrimonio exclusivo de unas determinadas clases sociales. Pero ¿ahora? Ahora que estudian en la Universidad tantos y tantos jóvenes procedentes de todos los estamentos, y que el dinero se derrocha por ellos mismos en whiskys, pub, boites, snack bar, etc. ¿qué razón existe para que la buena lectura no sea aceptada por una gran mayoría de nuestra sociedad? Desengañémonos –si es que estábamos engañados, que yo desde luego no- y aceptemos que nuestra pobre ansía de cultura no llega a más. En tanto se considere el libro como simple evasión, como pasa ratos, como modo de matar el tiempo, seguro que seguiremos leyendo “westerns”, “policiacas” o “foto-novelas”, como último y exclusivo fin. Sólo cuando alcancemos a considerar que la lectura no es sólo diversión, sino educación, formación, medio de madurez, de crítica y de pensamiento, es cuando estaremos en disposición de ir a aquellas fuentes que ofrecen y cultivan la conciencia de ser humano, que favorecen la razón, la psicología, y nos hunden en la misma problemática eterna y seria del hombre. Y estas fuentes, queridos radioyentes, siguen siendo, como seguras, los escritores clásicos, los grandes literatos, los grandes pensadores, los grandes diseccionadores del espíritu, de las pasiones y de las virtudes humanas. Si la sociedad masivamente los leyese, la sociedad alcanzaría niveles de sensatez que hoy, desgraciadamente, no tiene.
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