25 febrero 1976
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Ilustración G. Guinea |
Queridos radioyentes: Ya hace un año que este espacio radiofónico “Artes y Letras” está en las ondas de Radio Nacional de España en Santander. Comenzamos, pues, a tener historia. No sé, porque soy el menos llamado a juzgarlo públicamente, si estará cumpliendo con todo aquello que, al crearlo, nos propusimos. Semana a semana, sin perder una fecha, hemos acudido a la cita con quienes nos escuchan. Ciertamente que, tal vez, no hayamos acertado en muchas cosas, pero, de hecho, no es esto lo que me preocupa. Lo que a mí más me entristece, es que la vida y el ambiente cultural de Santander no ha contribuido a dar demasiada inspiración a nuestras intervenciones. Somos, en cierta manera, el espejo semanal radiofónico de lo que sucede en esta bella provincia desde el punto de vista de la inquietud educativa, a nivel de grupos interesados en estos humanísimos problemas. Y, la verdad, hay veces que nos vemos y nos deseamos para poder decir, reflejándolo, lo poquísimo que aquí sucede. Aquí suele suceder muy poco, casi nada. Y la verdad es que la cultura, como todo, es vida y si no demuestra esta vida, es que muere o se dormita. Estamos, me parece, más dispuestos a las pequeñeces porteriles y somos más proclives a los tiquismiquis personales, que a una empresa seria y responsable. Nos come la menudencia y nos ciegan las lucecillas del rinconcito. Y la verdad, así, seriamente, no se puede hacer nada serio. De visiones amplias y de criterios trascendentes, nada de nada. De trabajos comunes, movidos por una ilusión común, con proyecciones hacia algo que vaya un poco más allá de nuestras narices, de esto, ni siquiera un ápice. Luego nos quejamos de que no nos escuchan. Difícil es que se escuche a quien no habla, como difícil es que se vea a quien se esconde. Aquí faltan arranques para presentar el carácter de un pueblo. A veces me pregunto si realmente este pueblo existe, si está aquí o se ha ido de veraneo. Y no hay cosa más estéril que la indiferencia o la apatía de un pueblo. Y la cultura de una sociedad no es, naturalmente, su nivel de vida, sino la fuerza interna y arrolladora de su temperamento. Y la conciencia de su diferencia sustancial frente a otros grupos humanos.
¿Tenemos nosotros conciencia de montañeses, como la tienen los gallegos, los catalanes, los andaluces…? ¿O somos simplemente un grupo de gentes presionadas entre los montes y el mar? ¿Dónde está nuestra literatura, nuestro arte, nuestra manera de ver y de sentir de la vida? ¿La tenemos? Nos sentimos, sí, santanderinos cuando juega el Racing, pero ¿dónde está lo privativo nuestro en otras esferas más profundamente serias? Nuestra nostalgia, cuando estamos lejos de la tierra cántabra, es más bien de paisaje que de personas, más de recuerdos naturales que de vivencias humanas.
Pero, en fin, otro día podremos meditar acerca de esto y de otras cosas alrededor de esto. Hoy se me va ya el tiempo y quiero dejar ahí, en vuestro pensamiento y para vuestra meditación, estas interrogaciones que tantas veces han venido a mí sin encontrar una respuesta optimista para ellas.
Quiero terminar con algo muy distinto, pero entrañable. En adelante ya no volveréis a oír en este espacio la voz de nuestro buen colaborador y amigo Carlos Rodríguez Cobo, que ha venido a lo largo de todo un año hablándonos de temas de música. Sus ocupaciones, y también su descanso, le apartan de esta colaboración que nosotros –y estoy seguro que también vosotros- tanto apreciábamos.
Desde aquí, y para él, deseo expresarle mi agradecimiento y el de todos los que con él hemos trabajado. Pierde “Artes y Letras” una voz y un pensamiento que se nos habían hecho muy queridos, pero no perdemos, sin embargo, su amistad, porque ésta es algo que ni el trabajo ni el descanso pueden debilitar(39).
(39) Nota actual: Este comentario es consecuencia del poco fervor cultural del momento. Es una pena que entonces no hubiese apenas impulsos creativos. ¿No se había dicho que la Institución Cultural de Cantabria se modificaba “para extender su campo de acción y de trabajo”? Mataron la ilusión y, sin ella, el motor fue poco a poco languideciendo.
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