Así, da gusto tener museos…

03 marzo 1976

Ilustración G. Guinea
  Un museo español verdaderamente ejemplar por sus fondos, magníficos fondos, y por su instalación realizada con gusto y sabiduría, es el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Cuando uno entra, un poco cohibido por tanta grandeza documental recogida en la fachada isabelina del viejo Colegio de San Gregorio, donde el museo se instala, encuentra ya un ambiente inigualable que le ha venido preparando la misma plaza de San Pablo, donde la historia de los Reyes Católicos y de Felipe II aún parece que no se ha extinguido del todo.

  Para el que siguiendo esos tópicos tan viejos y tan vulgares –y muchas veces desgraciadamente tan creídos- pueda acaso dudar del europeísmo de España, yo le recomiendo que vaya a esta plaza, y cuando la vea densa de nostalgias de nuestra patria en Europa, pesando allí tantos siglos de predominio, estoy seguro que ya nadie le hará creer que somos un país africano.

  Pero cuando comience a recorrer las salas, una a una, y los claustros y capillas del Museo, entonces sentirá a Europa en cada rincón, en cada imagen. Primero porque es un museo a la altura de los mejores que hoy se visitan en el viejo continente, y, segundo, porque en él se respira el quehacer de los grandes genios artísticos de todos los tiempos. Allí reviven Miguel Ángel, Bernini, los flamencos, e incluso los viejos mármoles helenísticos, como el Laocoonte. En los artistas representados en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid se comprueba, pese a quien pese, la permeabilidad de los Pirineos, desde siempre, y el mediterranísmo inevitable de Hispania.

  Por ser como se era, sin mimetismos buscados o mendigados, España asimiló naturalmente, y necesariamente, sin perder su carácter, las culturas y el gusto de Europa, ofreciendo a su vez, sin avergonzarse, su propio y peculiar temperamento. El Museo Nacional de Escultura de Valladolid, es una rúbrica de españolismo universal, no cateto ni acomplejado, que yo haría contemplar obligatoriamente a todos los españolitos de pantalón vaquero, para ver si –si aún es posible- se puede reavivar en el pueblo y en las gentes sencillas la personalidad original de lo ibérico. No en cuanto al machismo, ridículo y caricaturesco, sino en aquellos fundamentos reales del carácter, del pensamiento, de la creación e incluso de la fuerza.

  Porque es evidente que un Museo, como el de Escultura vallisoletano, es la mejor página de historia que puede aprenderse, y la reafirmación de lo que un pueblo vivo y creador es capaz de aportar por sí mismo a la cultura universal. El arte marca la potencialidad de ser de una comunidad, y es un espejo, para el futuro, de las inquietudes e incluso de las ganas de vivir de aquella y de sus posibilidades.

  Lo que el Museo Nacional de Escultura de Valladolid nos enseña es que hace ya muchos siglos, sin salirnos de nosotros, estábamos haciendo la Europa moderna, dejando al margen esa necesidad angustiosa de tener que apercibirnos de lo que hacíamos(40).


(39) Nota actual: Como no había en Santander, como hemos apuntado, nada cultural que pudiera ser novedoso y trascendente, un viaje a Valladolid me hizo visitar una vez más su Museo Nacional de Escultura, y sentir verdadera envidia, al compararle así, muy deprisa, con el de Prehistoria y Arqueología que yo dirigía en los bajos de nuestra Diputación, en la calle de Casimiro Sainz.
El Nacional de Escultura de Valladolid, en el mismo año de 1976, estaba instalado en edificio antiguo y noble, el viejo Colegio de San Gregorio. El mío de Prehistoria en Santander, lo era en una especie de pequeño garaje, húmedo, con grietas y alguna inundación de vez en cuando, para destrozar los libros de la pequeña biblioteca situados en los anaqueles bajos.
Muchos oficios, peticiones a los distintos presidentes de la Diputación, quejas públicas en la prensa. Promesas de llevarlo al edificio del Archivo y otros lugares, que ya ni recuerdo, incapaces y fuera de la capital, en Santillana, en la casa de la Parra…Un último lugar elegido, el Hospital de San Rafael, en la calle Alta de Santander, me pareció buena sede, si fuese restaurado.
Pero, ¡ay! Vino la autonomía y como los políticos necesitaban una sede para su parlamento…el museo siguió en el garaje. Normal. El interés político, siempre por encima del cultural, pues estaría bonito que no. Cuando me jubilé en 1987, seguía el museo con el aspecto interno que tenía cuando le ocupé en 1962. Hace unos diez-doce años la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, bajo el mandato de Cagigas, hizo una instalación o acomodo interno, con técnicas modernas, que logró un buen aspecto que, al menos, permitió que pudiese ser enseñado sin avergonzarse.
Hoy, derribada la vieja Diputación, el museo ha ido al mercado del Este y a unos almacenes acomodados de la Avenida de los Castros.
Veáse la comparación con el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, al que -¡no faltaba más!- se le ha quitado el título de “nacional”, para llamarse solamente Museo de San Gregorio. Lo “nacional”, sólo para el fútbol.


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