Sin fecha
![]() |
Ilustración G. Guinea |
El hombre, a lo largo de su historia, ha pasado por diversas etapas hacia el dominio de la Naturaleza. En el alba de la humanidad, en la Prehistoria, el ser humano, debido a su incapacidad técnica y a su natural ignorancia sobre las cosas era un prisionero de las fuerzas naturales de las que difícilmente podía defenderse. Todos esos milenios fueron una auténtica epopeya mantenida por el hombre para liberarse de la atenazante preponderancia del medio. Poco a poco, y merced a su inteligencia, instinto de vida y tesón, la especie humana fue adquiriendo una experiencia transmisible –lo que llamamos cultura- que le permitió resistir cada vez con más imperio el dominio agobiante de la Naturaleza.
Durante el Renacimiento se consiguió un equilibrio, realmente salvador, entre la mente del hombre y las circunstancias externas que le envolvían. Como consecuencia de ello, la mente humana encontró campo, el más adecuado, para sus múltiples inquietudes. La innata curiosidad se transformó en auténtico deseo de saber y la ciencia encendió sus primeras luces. El hombre se hizo enciclopédico y pudo desarrollar su cerebro en este sentido, liberado de las ataduras que le sujetaban a unas necesidades perentorias y esclavizantes. Jamás el hombre se sintió más hombre y dueño de si mismo que en esta etapa renacentista, y la consecuencia de este perfecto encaje, y de esta sociedad a la medida humana, fue el espléndido despertar de las inteligencias, la concentración más impresionante de genialidades y el equilibrio más portentoso de las mentes. La pluralidad de conocimientos en una misma persona llegó a ofrecernos casos tan excepcionales como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel o Bernini, etc., espíritus multilaterales que lo mismo se preocupaban de la poesía, del teatro, de la arquitectura o de mil técnicas variadas.
Poco a poco este pluralismo tan humano, que conseguía la total realización del individuo, atento a los diversísimos aspectos de la vida, fue rompiéndose en aras ya, no de la persona, sino en provecho de las sociedades, que fueron adquiriendo cada vez más preponderancia en tanto que las individualidades se iban considerando meros sumandos ante las finalidades colectivas.
Así llegó la especialización, cada vez más limitada y limitadora, beneficiosa evidentemente para la loca competencia universal, pero exterminadora de la superior vocación universal de conocimiento del hombre. De esta manera se iba viendo progresar la técnica a pasos agigantados, al propio tiempo que se iniciaba la decadencia de las grandes personalidades y, sobre todo, de la felicidad y equilibrio del hombre, cuyo instinto natural tendía más al saber variado que a la bárbara especialización.
Hoy el hombre ha llegado al grado máximo de deshumanización de sus tendencias naturales hacia la universalidad de los conocimientos. La técnica y la ciencia siguen caminos paralelos. Hemos conseguido - ¡salvaje logro del progreso!- esclavizar al hombre destinándole a pasarse su única vida terrenal encadenado a una sola y a veces ridícula ocupación: apretar una tuerca, manejar una máquina, estudiar un mínimo y repetido aspecto. Ahora se valora y se admira lo que, de hecho, es una auténtica deformación de nuestra sed inagotable de saber. Los monstruos especialistas son endiosados por una sociedad egoísta, impersonal, que sólo busca el bien de la colectividad, aunque con ello haya de sacrificar a miles y miles de seres que han de morir con la enorme decepción de haber sido unos simples peones de un brutal e inconcebible engranaje.
Y así, en esa carrera por la libertad que el hombre inició a partir de la Prehistoria, hemos llegado a mordernos la cola. Porque si en los comienzos de la humanidad era la Naturaleza quien nos obligaba, ahora son las frías estructuras por nosotros creadas quienes van poco a poco apagando el genio individual por el que siempre, y con tanto esfuerzo, luchó la cultura y la especie(45).
(45) Nota actual: Esta charla no necesita comentarios que la actualicen. Servía para 1976 y puede servir para siempre.
0 comentarios:
Publicar un comentario