Recuperemos el sentimiento del paisaje

8 de mayo 1975


Ilustración G. Guinea
   El paisaje, es decir, la naturaleza en su estado primitivo o sólo rozado por la intervención natural del hombre, es sin duda un objeto más de la cultura. El ser humano, como criatura de la tierra, nació en contacto con un paisaje y de él ha sacado todo aquello que le da vida, no solamente material: agua, aire, alimentos, etc., sino razón de su ser más profundo: sensibilidad, tradición, poesía, arte, etc.

   Hasta hace muy pocos siglos, aún en las civilizaciones más considerablemente ciudadanas, el hombre jamás llegó a desentenderse de su entorno geológico y éste era algo que le moldeaba su carácter y su especial idiosincrasia.

   No era lo mismo nacer y vivir en las altas mesetas del Irán que venir a la vida en las playas paradisíacas de Samos. No sentía igual el que desde pequeño estaba acostumbrado a soportar la brutal dureza de las selvas, que aquel que tenía la suerte de incorporarse a una cultura de la Europa templada.

   El paisaje era algo que establecía compartimentos de originalidad humana y que el hombre no podía eliminar, porque ello sería el suicidio de un grupo con particulares características. Las culturas hasta hace poco estaban diferenciadas por los distintos paisajes donde se originaban.


   Con la llegada de la sociedad industrializada, la naturaleza va poco a poco perdiendo importancia para el hombre y de principal conformadora de las culturas ha pasado a ser simplemente motivo de la explotación directa de empresas organizadas.

   Con ello el hombre se ha apartado de esa formidable fuerza creadora que le daba la vida y el instinto, y hoy se apiña en ficticias agrupaciones desentendido totalmente de aquello que fue, y no puede dejar de ser, connatural con su constitución de animal terreno.

   Ello explica la monótona igualdad que se va produciendo en la especie humana, que va cortando todo elemento diferenciativo, y esa uniformidad de cultura, cada vez más insulsamente repetida, desde los Polos al Ecuador, que en nada beneficiará el proceso de aparición de las grandes individualidades.

   Pero es que, además, el paisaje cada vez va siendo, por ello, menos comprendido, menos sentido y más despreciado. La civilización del asfalto vive de espaldas al mundo de la naturaleza, y ya no comprende, ni siente, los milagros elementales de la vida del Planeta. Y así no es extraño que la sociedad esté cada vez más insensibilizada para defender lo que, de hecho, es la sustentación de su porvenir y el equilibrio de su mente.

   Volvamos al campo y no como escape solamente de diversión o de pasatiempo. Volvamos para hacerle de nuevo la raíz de nuestros sentimientos. Para que podamos, otra vez, pensar solos en el misterio de la vida y en la trascendencia ineludible de la muerte. Volvamos para dejar de ser puros hierros y pedazos de máquinas de esta inmensa máquina que es nuestra sociedad desnaturalizada.


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