¿Cómo cuidamos nuestros yacimientos prehistóricos?

15 mayo 1975



Ilustración G. Guinea
   Me llega, enviado por mi buen amigo Luis Mora Figueroa, y desde Arcos de la Frontera, un recorte de prensa con un artículo por él escrito titulado “Destrucción de yacimientos prehistóricos”. Es un comentario inteligente y objetivo de la situación, que existe en Andalucía, donde, entre grupos espeleológicos incontrolados y excavadores clandestinos, se viene sistemáticamente y con el mayor descaro, destruyendo no sólo la riqueza natural de las cuevas sino sus yacimientos arqueológicos, ante la impasibilidad de una sociedad que contempla, sin la menor intervención crítica o real, tal estado de cosas.

   Entre las medidas tomadas en diversas provincias españolas contra estas destrucciones, señala Mora Figueroa el “intervencionismo severo” (estas son sus palabras) de Santander y Burgos que quizás hayan sido las primeras en salir al paso gubernativamente para evitar tan vergonzoso asalto a la riqueza de sus cuevas, dictando una serie de normas prohibitivas que puedan paliar los frecuentes atentados a que están expuestos nuestros yacimientos.

   Pero, desgraciadamente, ese intervencionismo severo de que habla Figueroa, no parece, a pesar de su supuesta severidad, haber conseguido extraordinarios éxitos en este sentido. Santander, queridos radioyentes, y estimo que es esto algo que todos deben de conocer, no ha logrado ver libres sus cuevas ni sus estaciones arqueológicas de las acometidas absolutamente desconsideradas e incultas de quienes, obrando con el más demencial egoísmo (“Después de mí el diluvio”) maltratan nuestros depósitos prehistóricos buscando en ellos objetos para sus colecciones particulares; o, lo que es aún peor, alimentando su enfermiza creencia de que su labor pseudo científica está a la altura de aquellos arqueólogos, que por sus estudios y plena dedicación de sus vidas, son los únicos autorizados oficialmente a realizar esta clase de trabajos.
   Si todas las profesiones han tenido que luchar con sus “cirupetos”: la medicina con los “brujos”, los notarios con aquellos que suplantando sus derechos invaden su campo legal de actuación, los arquitectos con contratistas avispados, los políticos con el caciquismo, etc., ninguna ha tenido y tiene más sustitutivos ilegales que los arqueólogos. Cualquiera ahora, en la villa más villa o en el pueblo más pueblo, a poco que haya leído de pinturas rupestres, del bronce atlántico o de las guerras cántabras, se considera con autoridad y derecho suficiente para, provisto de una piqueta y de una caja, remover aquellos testigos de la vida del hombre primitivo que ya jamás, después de su paso demoledor, podrán volver a ser recompuestos, perdiéndose así (a pesar de su pretendida sabiduría) noticias históricas de trascendental importancia.

   Mucho mal hacen los grupos de espeleólogos incontrolados que actuando como propietarios y atribuyéndose bárbaros derechos, rompen estalacmitas, humean las paredes de las cuevas o dejan en ellas latas, residuos y pilas de maloliente carburo, pero esto, comparado con la destrucción sistemática que vienen sufriendo las cuevas, por ejemplo, de Castro Urdiales ante la recalcitrante y permanente labor de excavación de personas de pedantesca suficiencia –y ya denunciadas, pero no frenadas- es sólo un juego de niños.

   Por ello, queridos radioyentes, incluso pido desde aquí colaboración a quienes vivan en el pueblo más remoto de nuestra provincia. De nada sirve el intervencionismo severo que sólo en el papel existe, prácticamente en defensa de nuestros yacimientos arqueológicos, si lo que aún no nos ha llegado es el nivel cultural suficiente para individualmente saber respetar, lo que por derecho, ley y conocimientos, debe únicamente estar en manos de los arqueólogos. ¿Qué se haría con aquel que sin más práctica y estudios para rajar un divieso pusiese consulta de trasplantes de corazón? ¿Le dejaría la sociedad actuar libremente, un día y otro, pese a las consecuencias irremediables de las muertes una y otra vez provocadas?
 
   ¿Y por qué, sin embargo, vemos, hasta con gracia, la labor del coleccionista aprovechado o del aficionado sabiondo, que en casi todos los pueblos existe y se conoce, y que está hurtando, cuando no destruyendo, las fuentes más importantes de nuestra historia o nuestra prehistoria?
  
   Tenemos en Santander y su provincia más de 4.000 cuevas. ¿Creen ustedes que es posible poner un guardia civil en cada una, día y noche, pues hasta por las noches suelen trabajar estos enemigos tolerados de nuestro patrimonio arqueológico? ¿Quien, sino la conciencia de cada uno, puede evitar el saqueo premeditado de nuestros yacimientos? La ley es clara. Nadie sin permiso actualizado de la Dirección del Patrimonio Artístico puede excavar en las cuevas o en el campo. Dejar, por condescendencia simpática o por indiferencia irresponsable, manos libres a estos salteadores de la ciencia prehistórica, viendo como acumulan en sus casas, o nutren de ellos a los anticuarios, objetos que se roban al conocimiento de los estudiosos o al depósito de los Museos oficiales, es un pecado de omisión que sólo a este aprovechado espécimen beneficia. La denuncia de estos hechos ha de sentirse como obligación de todo hombre consciente, culto y responsable. Yo estoy seguro que un escarmiento duro y público en este sentido –que todavía no se ha hecho pese a que todos sabemos quiénes son los culpables- sería suficiente para cortar de raíz esta plaga cada vez más progresiva que muchas veces, a cara descubierta, parece retar, conociendo su inmunidad y la tolerancia que año tras año se les concedió, a quienes intentamos poner freno a su desconsiderada desvergüenza(7).

(7)Nota actual: Esta charla fue una llamada al mundo rural para que denunciase cualquier ataque a nuestro patrimonio artístico y prehistórico, por la dificultad que yo tenía, como Consejero, en poder controlar todo lo que en este aspecto sucedía en los pueblos, ya que los alcaldes pocas veces me comunicaban derribos, ventas o fechorías contra cualquiera de nuestros bienes culturales.


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