¿Qué pasa con Altamira?

31 de diciembre de 1975


 
   Paréceme obligado, queridos radioyentes, que ante tanta postura histérica que determinadas personas vienen manifestando en la prensa, en relación con las pinturas de Altamira, y suponiéndoles a Ustedes enormemente confusos sobre el particular, intente yo, como vocal del Patronato de las Cuevas prehistóricas de Santander, hacerles algunas aclaraciones que les permitan juzgar todos estos hechos y dichos con absoluta objetividad.

   Las pinturas de Altamira, como todas las prehistóricas, han llegado a nuestros días, después de 15.000 años o más de realizadas, merced a un verdadero milagro de la naturaleza, teniendo en cuenta los muy diversos agentes que en tantísimos siglos pudieron actuar sobre ellas. Su cuidado es, pues, por parte de la ciencia y de la cultura una obligación ineludible. Para esto se creó, hace ya muchos años, el Patronato de las Cuevas Prehistóricas, que las atiende hasta el límite de sus posibilidades.

   Ahora, en estos últimos días, como serpiente de invierno, se vienen levantando críticas contra este Patronato y contra la Dirección General del Patrimonio Artístico, de quien aquel depende. Dichas críticas, si sólo –y repito sólo- tuviesen la finalidad de salvaguardar las pinturas, tendríamos todos que creerlas, apoyarlas y aún felicitarnos de que surgiesen. Pero desgraciadamente estas aparatosas y alarmantes manifestaciones están movidas, en ocasiones, por confusas, o más claras finalidades que se traslucen ,y que nada tienen que ver con el estado de las pinturas.

   Da, por ejemplo, la rara casualidad de que uno de los promotores de la campaña salvadora de las pinturas fue nada más y nada menos que Vicepresidente del Patronato y Comisario Nacional de Excavaciones arqueológicas hasta los últimos días de 1973. Que tuvo, pues, en sus manos el cierre, el control y todos los medios a su alcance para hacer funcionar una Comisión Nacional Investigadora, que en sus tres años de vigencia, ni siquiera visitó Altamira. La misma creación de esta comisión indicaba que el problema de las pinturas de Altamira era ya preocupante. ¿Por qué no se tomaron las medidas necesarias entonces? Si en aquella ocasión se hubiesen aplicado, no hubiese tenido que heredar el problema la administración subsiguiente. ¿Cómo entonces se atreve ahora a echar las campanas al vuelo, si cuando tuvo el badajo en la mano lo dejó reposar tranquilamente? ¿No les parece a Ustedes esto –como a mí- una especial caradura?

   Otro caso singular es el de algún otro miembro del Patronato, que sale a la palestra, horrorizado por el destrozo irreparable de las pinturas, y precisamente en el momento en que van a producirse los cambios ministeriales. ¿Por qué, si estaba tan seguro de que las pinturas perdían, no denunció el caso en la Junta del Patronato a la que tenía derecho a acudir, y esperó a hacerlo, con otros prehistoriadores, al mes de septiembre, cuando hacía ya más de dos meses que la Dirección General estaba alerta y precisamente por una denuncia del que os habla, presentada en Junta del Patronato y ante el Director General, sin utilizar la demagogia pública, sino por el camino legal, y voy a decir también leal, de exponer el peligro a las autoridades competentes?

   La Dirección General del Patrimonio Artístico recogió con auténtica preocupación el caso y puso en marcha las medidas que creyó convenientes, entre ellas la única verdaderamente práctica: encomendar al Consejo Superior de Investigaciones Científicas realizar un estudio y emitir un informe sobre los aspectos biológicos, químicos y de todo orden en que se encuentran las cuevas. No ha estado, pues, indiferente a la situación la Dirección General, por mucho que quieran vocear nerviosamente. ¿Pueden con decencia exigir la rápida actuación, en un caso tan difícil y problemático, quienes estuvieron tres años durmiéndose en los laureles, con una Comisión sólo en el papel o callando sus impresiones ahora jaleadas con histérico apresuramiento?

   En este asunto de la posible pérdida de las pinturas de Altamira deberíamos de dejar aparte todas las parcialidades y personalismos, pues es algo que sólo puede analizarse con la mente limpia del objetivismo. Si las pinturas pierden o no, no lo podemos asegurar los prehistoriadores, por muy sabios que nos creamos. Lo más que podemos decir es nuestro parecer en sentido positivo o negativo, que no es lo mismo. Y desde luego no tengamos la osadía (quienes no sabemos absolutamente nada desde el punto de vista químico, geológico, térmico, técnico, en una palabra) de querer anticipar decisiones que sólo esa Comisión de auténticos especialistas ha de tomar, y eso después de un trabajo concienzudo.

   Lo demás es, a mi parecer, quemar salvas propagandísticas a cuenta de las pinturas de Altamira. Y digo esto, así, simple y llanamente, porque es la verdad y ante ella no me duelen prendas ni me asustan ostracismos(33).

(33)Nota actual: Desgraciadamente, la cuestión “Altamira”, iniciada en este año de 1975, ha adquirido en 2011 (es decir 36 años más tarde) un último rebrote de actualidad.
Los que hemos vivido este “afaire”, cargado de interrogantes, juicios y sentires, a veces contradictorios o cuestionables, y lo hemos vivido en situaciones privilegiadas para entender algo, como en este caso ha sucedido a quien ahora les escribe, y antes les habló, el de ser el secretario de la primera comisión formada por especialistas del CSIC, que ante el bulo surgido en Santillana, de que las pinturas de Altamira se estaban perdiendo, denunció, como Uds. ven en esta mi charla de 31-XII-1975, a la Dirección General de Bellas Artes, la posibilidad de que así fuese, dos meses antes de que el Sr. Santamatilde, fotógrafo de Santander, afirmase en la prensa con fotografías en color, que el bulo parecía ya certeza. Situación que, recogida por prehistoriadores políticamente interesados en que así fuese, o simplemente creyendo según ellos que de verdad las fotografías así lo demostraban, clamaron en el XIV Congreso Nacional de Arqueología de Vitoria, del que ya hablé en mi charla de 22-X-1975, por el cierre de las cuevas.
Pero ya en la adjunta les decía yo a mis oyentes que si las pinturas pierden o no, no lo podemos asegurar los prehistoriadores, etc., sino los técnicos del CSIC que empezaban ya a trabajar.
La fotografía, como es natural, no convenció a estos técnicos, que se limitaron a actuar, no para asegurar si las pinturas perdían, sino para evitar que de verdad pudiesen perder por distintas causas (temperatura, anhídrido carbónico, bacterias, hongos, influencia de los visitantes, etc.) Y ante una pregunta que yo hice a algunos de ellos sobre si las pinturas se estaban perdiendo o no, me contestaron que ello sólo se sabría si se lograse conocer su situación en el punto cero, es decir: cómo estaban de color cuando se pintaron, o sea ¡hace 15.000 – 12.000 años!
Que las pinturas desde esa época, sin duda y visiblemente, hubieron de tener más color, era simplemente cosa de sentido común, y que podían ser afectadas por las variaciones de temperatura, corrientes de aire y agua, consistencia de la roca, emisión de gases, acumulación de visitantes, y, en general cambios de la situación del ambiente primitivo en que se pintaron, era también de sentido común y de simple visualidad, y como consecuencia del tiempo que, al fin, todo lo consume o deteriora.
Yo se que algunos de esos técnicos empezaron a trabajar en sus especialidades, y su labor aún se conserva, y puede todavía ser consultada. Pero los cambios ministeriales de la época, dejaron de subvencionar estos intentos, y la Comisión detuvo su actividad.
Desde 1962 que ocupé el cargo de Consejero Provincial de Bellas Artes, visité numerosas veces la cueva con pinturas, y, desde luego, en esos trece años, si la visita podía distanciarse unos meses, siempre me parecía que la intensidad del color era diferente, unas veces más acentuado y brillante, y otras más amortiguado y débil, pero nunca apercibí que faltase algún trazo de color, es decir, alguna pérdida de materia colorante. Siempre atribuí esta diferencia de tono pictórico a la existencia de variaciones de humedad estacional, que unas veces resaltaba el color y otras le rebajaba.
Los que usan, cuando se trata de valorar el aspecto del color –técnicos o no- a favor del cierre o no de la cueva, la palabra “recuperar” yo les advierto que si un color se pierde jamás se “recupera”, si no se vuelve a pintar. Que utilicen otra palabra como “resaltar” o “acentuar”, que son las que humildemente yo creo que ocurre cuando las pinturas están más o menos humedecidas.
Habría que hablar mucho sobre esto y sobre si, verdaderamente, los técnicos logran saber las causas seguras de la posible pérdida del color de las pinturas. Me atrevo a indicarles que, si lo que sucede con la gran cierva: mayor conservación del colorante del cuerpo, y mucho más desvanecido en el cuello y cabeza, puede ser consecuencia de la grieta que divide la roca, y no por el anhídrido carbónico de los visitantes que indudablemente hubiese afectado de la misma manera a las dos partes.
Por la prensa sé, y nada más, que ahora se habla de bacterias buenas y malas, unas comiéndose las pinturas y otras comiéndose a las malas. Querría que esta explicación infantil fuese solamente la interpretación de un periodista, y que la verdad sobre este punto fuese verdaderamente explicada por los técnicos.
En cuanto a si se deben abrir o cerrar las cuevas, yo pienso –si los técnicos no nos aseguran su parecer con más claridad o autoridad de la que sabemos, concretándonos cuáles son las "verdaderas" causas, comprobadas, de que las pinturas pierden color- que cerradas, y por tanto en su ambiente natural, y sin interferencias maléficas, siempre alargarán más su permanencia. Pero si nadie puede verlas ¿para qué las queremos? Las Meninas, y el Entierro del Conde de Orgaz, es seguro que en la oscuridad total también durarían más siglos, pero ¿se le ha ocurrido a alguien cerrar estos museos y abrir un “despachadero” de postales en color como sustitutivo?
Las grandes obras artísticas deben ser admiradas en su originalidad que es la que produce en el ser sensible un impacto imperecedero.
El “afaire” Altamira, aún sigue vigente y nada claro. Por sólo un “bulo” se cerraron en su día las cuevas. Yo pienso que para abrirlas o cerrarlas hace falta una “seguridad” y no sólo un bulo. ¡Y cuidado con volver a incorporar en este asunto a la política! Es peligroso.

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