Los años "especiales"

10 de abril de 1975

Ilustración G. Guinea
   La sociedad y la administración modernas son muy dadas a anuales conmemoraciones y especiales dedicaciones destinadas a concienciarnos (ésta es una palabra muy de moda, tanto al menos como “coyuntura” y “coordinación”) sobre determinados aspectos, problemas o preocupaciones. Así, sabemos, ya de sobra, que 1975 es el Año Internacional de la Mujer, con lo que el sexo débil –vieja expresión no muy acertada- pasa a un plano de preferencia y de interés que parece no tenía en 1974. Las alcaldesas, exceptuando alguna que atraviesa momentos críticos, a pesar del año, van a ser interviuvadas y consentidas. Y no digamos las procuradoras en Cortes, que ya se van asomando a la pequeña pantalla, para demostrarnos a todos los ciudadanos, que la inteligencia femenina no se queda a la zaga.

   Pues bien, también este año, a la par que de la mujer, es el año del Patrimonio Artístico y Monumental, coincidiendo ambas conmemoraciones, quizás por eso de que el sexo femenino puede muy bien encabezar, con todo derecho, esos dos aspectos de arte y monumento.
Pero a mí esto de declarar años especiales me da muy mala espina, porque parece que siempre los dedican a algo que no está suficientemente atendido: el Tercer Mundo, La Mujer, el Patrimonio Monumental, etc.

   Preocupémonos hoy, en este corto espacio, de este último y veamos un poco el por qué de llamar la atención sobre nuestro legado monumental. Yo no me voy a referir sólo a Santander, reconociendo que el caso puede hacerse extensivo al resto de las provincias, pues en ellas existe una unanimidad bastante lamentable.
  
   Partamos de la base de que somos una de las provincias consideradas como más cultas (entre paréntesis no sé por qué esta concesión gratuita que se nos hace, tal vez porque Menéndez Pelayo dejó una renta inagotable). Pero partamos de esa base y veamos si, en lo monumental, responde Santander a su fama.
  
   Me parece que monumentos nacionales existen en la Montaña unos diez o doce, que son los que, por su carácter, defiende el Estado. Citemos algunos: Cuevas de Altamira y Puente Viesgo, iglesias de Santillana, Castañeda, Cervatos, San Martín de Elines, Santo Toribio, Santa María de Lebeña, y algunos pocos más. Ciertamente no podemos quejarnos de cómo se les atiende ya que estos últimos años la Administración Central ha restaurado casi todos, salvo la iglesia mozárabe de San Román de Moroso que no acaba de recibir ayuda.
  
   Pero junto a estos monumentos existen muchos más -y a veces tan importantes como los nacionales- que están completamente abandonados. Hacer una enumeración sería vano, pues antes de terminar se habrían caído ya algunos. Ahí tenemos las torres de Obeso, Ruerrero, Quijas, Proaño, y cien etcéteras, en pura ruina desamparada, pues si fuera ruina cuidada nada diría. Ahí tenemos también iglesias románicas que se mueren de pena y de desidia: San Miguel de Olea, Santa Catalina de Laredo, Barruelo de los Carabeos, San Juan de Raicedo y puntos suspensivos...
  
   ¿Y que vamos a decir de las casonas y palacios que se nos acaban, que se compran y venden sus ruinas para hacernos, por ejemplo, un absurdo pueblo montañés en Hoz de Anero, ficticio y negociable? ¿Y qué de los escudos, portaladas, capillas, humilladeros y demás que se deshacen dejando a llorar a nuestros pueblos y a nuestros más bellos rincones? ¿Acaso permanecer impasibles, sin denunciar y atajar estas tropelías del tiempo o de los hombres es signo de cultura?
  
   Confesemos, mejor, y antes de todo, nuestros pecados y contribuyamos al Año Internacional del Patrimonio Monumental con algo más que buenas intenciones. Entidades mayores y menores, municipios, iglesia y particulares tienen la obligación de velar por su pasado monumental, y el pueblo llano y culto, si lo es, también tiene la obligación de exigírselo(5).


(5) Nota actual: Igualmente, el lector actual comprobará que una de las preocupaciones en mis charlas –y eso por mi cargo entonces de Consejero Provincial de Bellas Artes de la provincia de Santander- fue la salvación de nuestros variados monumentos, difícil en esos años por la fuerte presión del turismo y la “moda” de las antigüedades.


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