03 abril 1975
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Ilustración G. Guinea |
Cuando una sociedad abre cauces, desde la inicial infancia, a la enseñanza de las futuras generaciones, la finalidad que se propone, o que debe de proponerse, no es simplemente el dar una serie organizada y progresiva de conocimientos, sino el logro de unos ciudadanos conscientes de sus deberes, obligaciones y respetos hacia la misma sociedad a la que han de ir incorporándose en sus distintas ocupaciones, cargos y puestos que merced a aquellos conocimientos les han de corresponder.
Debemos de ir entendiendo, ya de una vez, que el primer logro de la cultura es la formación integral de la persona, considerando este término “integral” como compuesto por muchos factores que parecen, en el concepto corriente y vulgar que de cultura tenemos, como algo marginal y ajeno a ella.
Extraña, por ejemplo, comprobar que muchos llamados universitarios –muchos más de los que deberían ser- carecen del más elemental criterio de lo que es la educación, y extraña aún más porque su normal aspecto exterior e incluso sus “conocimientos” (entre comillas) piensa uno que les obligan a actuaciones más patentemente demostrativas de esa supuesta cultura.
Nos cuesta creer que se ha podido almacenar “saber”, y sólo esto, mientras otras fibras que al tiempo deberían haberse sensibilizado se mantienen, a pesar del baño universitario, en su primitivo estado de salvajismo.
Nos cuesta creer que se ha podido almacenar “saber”, y sólo esto, mientras otras fibras que al tiempo deberían haberse sensibilizado se mantienen, a pesar del baño universitario, en su primitivo estado de salvajismo.
Cabe pues preguntarse, ante repetidas actuaciones insociables de estos cultos ineducados, si no estamos dando actualmente mucho más valor a la cultura que a la educación, entendiendo que si es así lo que estamos haciendo es un montaje totalmente falso, ya que la educación, no parece debe suponerse consecuencia de la cultura, sino base y asiento para ella. Nuestro Ministerio de enseñanza, se titula, y no por casualidad, de “Educación y Ciencia”. Es decir, primero educación, y luego ciencia, manifestando que aquella está antes que ésta, y no al contrario.
En otros tiempos, recuerdo, se enseñaba “Educación y Urbanidad”, y había muchas gentes que sabían desenvolverse perfectamente, con una elegancia artísticamente digna, sin que para ello les fuese necesario conocer de memoria la lista de los reyes godos.
Eduquemos, pues, primero en el respeto hacia los demás; en el trato, superficial y profundo, con los semejantes; en el arte de la convivencia; en la delicadeza de actitudes y de palabras. Sólo así podremos preparar al pueblo ese primer escalón que necesita para actuar con dignidad en la gran vía de la cultura. Porque si seguimos fabricando esta nueva especie híbrida del “culto-salvaje” no tardaremos en sufrir las acometidas de esta nueva especie de “homo indignus” que vendrá a sustituir al ya declinante “homo sapiens sapiens”(4).
(4)Nota actual: Mi creencia en que la educación –la buena- es imprescindible para la convivencia, explica que este tema (y gran problema) volverá a ser tratado, directa o indirectamente, a lo largo de mis charlas.
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