¿Latín y Arte, fuera?

20 agosto 1975

Ilustración G. Guinea
   Con motivo de la supresión en los nuevos planes de Bachillerato de algunas disciplinas de enorme valor humanístico, como la Historia del Arte, se han levantado estas últimas semanas en la prensa voces autorizadas y alarmadas. Yo quiero ser también una de estas voces, naturalmente más alarmada que autorizada, que, sin acritudes (no es elegante echar espumarajos), presente ante Ustedes, queridos radioyentes, mi punto de vista sobre el particular, y nunca mejor expresado este término, particular, pues la eliminación de enseñanzas tan clásicas y mantenidas en todos los países, como es el Arte, no deja de ser una decisión más bien apresurada que meditada o suficientemente compulsada con otras opiniones y que, estamos seguros, no tardará mucho en ser corregida.

   Porque parece absurdo pensar que, ahora que las sociedades, por imperativo de un mundo mecanizado, van acentuando sus ataques a la estructura espiritual del hombre, poniendo a éste en trance de ser arrollado por un materialismo desenfrenado, se contribuya, precisamente desde las altas esferas de la organización educativa, a que la sensibilidad individual –que más que nunca en estos momentos debería ser protegida y alentada- se adocene, se enquiste o muera, privándonos de la única y última escala de socorro en este incendio pavoroso de la mediocridad.

   Queramos o no, se estructure o no como enseñanza oficializada, se aprecie y valore o se deteste, el arte y su historia es algo que está ahí, presente o pasado, como creación salvadora del hombre. Es un hecho, una realidad y, sobre todo, una orgullosa distinción frente a la animalidad y frente a la carencia de imaginación. El hombre se salva, como ser inteligente, por el arte; y allí donde éste se halle existe siempre un vano de transparencia –por humilde que sea- entre tanto muro opaco fabricado por la vulgaridad y la ramplonería.

   Los grandes momentos de la historia del hombre (Prehistoria, Egipto, Grecia, Roma, Renacimiento, Siglo de Oro español, etc.) han estado siempre jalonados por eclosiones fantásticas de manifestaciones artísticas, hasta tal punto que ahora es precisamente su arte el que nos hace valorar esas etapas cuyos ingredientes materiales, que indudablemente tuvieron también, han quedado minimizados ante las expresiones artísticas, absolutamente imperecederas.

   Yo, sinceramente, desconozco los estudios que, sin duda, habrán realizado gentes muy valiosas para llegar al convencimiento de que la Historia del Arte puede suprimirse, sin traumas, en la enseñanza secundaria. Como desconozco también los que, en muchos años de experiencia, nos han traído los nuevos procedimientos pedagógicos actuales. Me imagino que unos y otros tendrán razones suficientes de justificación. Pero lo que yo bien conozco son los resultados de todas estas novedades en la formación del estudiante que acaba su bachillerato. Y la verdad es que me han parecido, de unos años a esta parte, totalmente decepcionantes. Con tanta pirulería pedagógica, importada de aquí y de allá, se nos está olvidando la base auténtica de la formación y del conocimiento. Y uno piensa si no será necesario, como en tantas cosas parece que ya lo es, meter un poco la marcha atrás y humildemente reconocer que, en muchos aspectos, no andaban tan errados nuestros mayores. Y el latín o el Arte, aunque no sirvan para nada, según expresión vulgar y actual, sirven como gimnasia imprescindible para el desarrollo de dos facultades fundamentales en el desenvolvimiento de la mente humana: el razonamiento y la imaginación. No es tan fácil llegar a hacer funcionar el mecanismo de la razón y de la fantasía, y si desde luego conscientemente vamos suprimiendo de la enseñanza aquellas disciplinas que podían favorecerlas, no cabe duda que nuestro fin será el rebuzno colectivo, pero eso sí, en un mercado inmenso repleto de automóviles, aspiradoras, ibeemes, televisores, etc., que no cabe duda será siempre, para nuestro consuelo, un rebuzno la mar de progresista(19).


(19)Nota actual: El acoso a las enseñanzas humanísticas empezó en este año, y aún en 2011 sigue activo. Cada ministro intentó alguna idea para hacer mayor el desastre. Lo “práctico” fue primando sobre lo formativo, y las lenguas muertas se enterraron sin siquiera organizar un funeral de agradecimiento por los “servicios prestados”. El arte entraría también en el saco de lo inservible, y poco a poco se transformó en “pintarrajos”. Los artistas, los músicos y los poetas fueron poco a poco apuntándose a lo fácil y a lo sustitutivo, y el engaño se implantó como solución de vagos e impostores.

Y ya vemos a lo que hemos llegado: los valores son el fruto confuso del árbol bíblico que lleva injertado y confundidos el bien y el mal. Sus manzanas, al comerlas, saben a una mezcla insípida: al fracaso



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