27 agosto 1975
Yo no suelo ser, como bien saben mis amables radioyentes, un fácil y optimista elogiador. Al contrario, suelo pecar de cierta sutil amargura provocada por la cruda realidad de los hechos que, casi siempre –y por humanos- dejan muchísimo que desear.
Hoy, sin embargo, quiero hacer pública alabanza a una empresa llevada a cabo por la Diputación de Burgos, que dice mucho en su favor, y da una lección verdaderamente digna de aprenderse de memoria por quienes llevan la responsabilidad de mantener los valores culturales e históricos de su tierra.
He visitado el otro día las excavaciones arqueológicas de Clunia, situadas en el cerro o páramo que se alza al lado mismo del rústico pueblecillo de Peñalba de Castro, en tierras de Burgos, no lejos de los límites con Soria. Aparte del paisaje, que es impresionante e inolvidable; la esencia de la Castilla profunda, romántica, triste y excitante, con sus atardeceres dorados de inenarrable luz, su luna en la noche, resbaladiza y blanca; su silencio y su cargazón de humanidad casi inalterable, en Clunia se disfruta del acierto de una obra bien hecha y entusiasta y cariñosamente mantenida. Un grupo de arqueólogos, dirigidos por el Dr. Palol, catedrático de la Universidad de Barcelona, está llevando a cabo, desde hace más de 17 años, la excavación sistemática y científica del cerro donde se asentó la ciudad romana de Clunia, en el siglo I de nuestra Era, y que fue núcleo primordial de romanización en toda la Hispania del Norte.
No puedo detenerme –aunque bien lo quisiera y merecimientos tienen- en describir los núcleos más importantes descubiertos de la ruina de la ciudad: el teatro, el foro, las ricas casas con mosaicos, los templos, etc., porque mi intención, en tan pocos minutos, es otra. Pretendo valorar lo que se está haciendo más que lo que se está encontrando. Para conocer esto último existe, al alcance de quien quiera, la Guía redactada por el Dr. Palol, Director del Servicio de Investigaciones Arqueológicas de la Diputación de Burgos, y que va ya por su tercera edición.
Las primeras excavaciones de Clunia comenzaron en 1915, continuaron con Taracena de 1931 a 1934 y no volvieron a emprenderse hasta que, con tesón, espíritu de sacrificio y valor (porque se necesita valor para semejante empresa) el Dr. Don Pedro de Palol acometió esta nueva e importantísima etapa del conocimiento de Clunia, en 1958, e ininterrumpidamente viene excavando hasta el presente año de 1975.
La Diputación de Burgos ha demostrado, a lo largo de tres presidencias: Don José Carazo, Don Fernando Dancausa y Don Pedro Carazo Carnicero, un interés verdaderamente loable por atender las necesidades que la ciencia arqueológica requiere para hacer algo serio y permanente. Se ha construido, al lado de la zona de excavaciones, una residencia bien instalada, con salas de trabajo, laboratorios de restauración de piezas, comedor, salón de estar, etc.; un verdadero centro de estudio e investigación que obligará así a la continuidad de los trabajos de una empresa, como la de Clunia, quizás la más importante entre las romanas que hoy día se hacen en España, y que ya ha conseguido crear una verdadera escuela de arqueología merced a dos disposiciones muy difíciles de conjuntar: el afán de un científico y el apoyo de quien tiene la posibilidad de llevarlo a buen fin.
Burgos se ha apuntado así un tanto significativo y envidiable en la historia de la arqueología española. No vendría mal que ello sirviese de ejemplo para otras provincias, porque proteger y cuidar la cultura, y renovar y aprender las hondas raíces de nuestra historia es una forma, la más inteligente, de hacer política que todos los españoles han de aplaudir sin excepción.
Un aplauso, pues, para la Diputación de Burgos, que sin duda seguirá manteniendo ese centro tan castellano y tan europeo de Clunia, orgullo de nuestra ciencia arqueológica, y otro, bien nutrido, para el Dr. Palol y sus alumnos, que, cargados de ilusión y de entusiasmo, han clavado en el corazón de Castilla un hito bien firme de contribución a la investigación histórica española(20).
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