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Ilustración G. Guinea |
Hay problemas de gran actualidad en este redondo mundo, que gira y gira sin descanso, que al plantearlos con detenimiento y comprobar su futura repercusión ponen a uno la carne de gallina. Lo que pasa es que solemos eludirlos porque, egoístamente, las generaciones que ahora viven es difícil que los lleguen a sufrir en toda su virulencia. De hecho, podemos decir que son problemas actuales para el futuro, problemas que se ven venir pero que aún nos agobian menos en su realidad que en su previsión. Son problemas que se inician y que estarán ahí, azotando cruel y tangiblemente a la humanidad, cuando todos los que ahora ya los intuimos estemos en el mundo del silencio.
Por ejemplo la cuestión demográfica. En la actualidad, y según estadísticas previsibles –esta aritmética inexorable con la que ahora medimos y controlamos todo, hasta el propio pensamiento- cada día se producen en la Tierra 200.000 nacimientos más que defunciones. En un solo año la población mundial se incrementa en más de 74 millones de personas, y para el año 2000 se prevé una cifra de 6.500 millones de habitantes para nuestro planeta (hoy somos 4.000 millones). De seguir así, en estas proporciones de crecimiento, ¿qué pasará en la Tierra en el año 3.000? Nuestro globo no puede agrandarse más; tenemos el mismo espacio que tuvieron los pocos hombres existentes en la Prehistoria y el mismo que se repartían con holgura los 250 millones que había -¡qué felicidad de anchura!- al venir al mundo Cristo.
De no inventarse algún procedimiento de alimentación que permita proporcionar materias nutritivas no naturales, parece que la Tierra –extrujándola al máximo- no podrá sostener más allá de los 15.000 millones de habitantes. Pero aun suponiendo que unas píldoras sintéticas sean el futuro desayuno de los pobres hombres que nos sucedan, aún es más alarmante el problema de su espacio vital. Si ya en la actualidad nos vamos apiñando como abejas en colmenas arquitectónicas y en ciudades monstruosas, ¿qué será –Dios mío- dentro de 1.000 años, si crecemos al ritmo que estamos creciendo? Parece ser que no habrá ni sitio para tumbarse, con lo que habremos (bueno, habrán) de pedir permiso para sacar un poco la cabeza de entre la multitud y respirar una podredumbre de aire que tendrá que ser purificado por procedimientos técnicos. ¡Horripila imaginar todo el planeta lleno de apretujadas muchedumbre como en un día de sol mantiene, por ejemplo, la playa del Sardinero. Porque ahora nos damos un baño y salimos presto del entrecruce de piernas y brazos. Pero en el futuro el conglomerado humano será normal no sólo en las playas, sino en los prados, en las montañas y hasta en el desierto del Sahara que entonces, casi con seguridad, ya no será desierto.
Y cuando esto suceda, tal vez se siga hablando del progreso y del nivel de vida. Y hasta habrá quien esté orgulloso de haber hecho de la Tierra un verdadero pan en un hormiguero. Ciertamente, queridos radioyentes, el porvenir de nuestro mundo no es nada halagador.
Y uno que es, al parecer, un soñador que vive fuera de la realidad al defender el derecho de todo ser humano a un aislamiento necesario e imprescindible para su salud física y mental. Uno que piensa que si al hombre se le sigue masificando con el subterfugio de la comodidad, y se le desnaturaliza de su entronque con el paisaje, se le está llevando a los límites de la locura y del desequilibrio colectivo, resulta que, cuando se para a analizar las estadísticas que siempre le han horrorizado, comprueba que no está tan equivocado en sus previsiones y le dan ganas de gritar a todos los vientos un pensamiento ya muy repetido: “O retrocedemos un poco en nuestra alocada carrera o dejaremos un mundo cada vez más inhóspito y enfermo”. Porque está bien meterse en el mar para bañarse, pero cuando uno ve que está demasiado lejos de la orilla, lo mejor y más prudente es volver a la playa. Hay siempre profundidades y distancias que están muy por encima de nuestras fuerzas y previsiones (12).
(12)Nota actual: Hoy, en 2010, sigo pensando igual, pero mucho más alarmado.
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